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miércoles, 14 de febrero de 2024

Half Nelson

 

En la secuencia introductoria de Half Nelson (2006), de Ryan Fleck, Nelson (Ryan Gosling) parece haber despertado, aunque parece en suspenso. Cuenta hasta siete, para coger impulso, y se incorpora. Desaliñado, erra por su apartamento como si buscara la madeja de la motivación. Planos fragmentados, acciones inconclusas. Nelson es profesor de Historia en un curso de alumnos negros de trece años. Les pregunta qué es la Historia: Cambios, un enfrentamiento entre fuerzas opuestas, que posibilitan un cambio, y lo que hasta entonces era fuerza de una minoría, se convierta en la de una mayoría. Claro que igual a veces el empuje de esa voluntad de transformación no es suficiente. Ryan Fleck, y Anna Bolden, coguionista, productora y editora, nos condensan en las dos primeras secuencias de esta magnifica Half Nelson las fuerzas en oposición en la propia de vida de Nelson. La fuerza de su discurso, de incentivar, y concienciar, para posibilitar cambios, de dejar su pequeña huella, o influencia, en unos jóvenes que empiezan a desenvolverse, definiéndose, en el mundo. Conseguir el logro de que al menos una persona cambie. Y, por otro lado, la deriva de su propia historia, con minúsculas, su vida, que parece zarandeada, entre la decepción (en la que su adicción a la droga es su forma de narcotizarla) y una errática indefinición. Por eso el primer plano de la película es el de su perfil; como señala el título de la película, es la mitad de Nelson, como si sólo estuviera presente en parte, o su vida fuera incompleta, ya que no ha podido realizar lo que deseaba, se siente en los márgenes de la Historia, y sin casi historia propia. ¿Qué sería de él si no impartiera esas clases, su lazo con la vida, el incentivo para poder seguir levantándose cada mañana, aún con esfuerzo?

La narración está puntuada por evocaciones de los alumnos, en clase, dirigiéndose a la cámara, de hitos sociales reflejo de oposición de fuerzas: la ley que en 1954 erradicaba la segregación en el sistema educativo; el motín en la cárcel de Attica en 1971, cuando los presos se rebelaron protestando por sus infames condiciones, que determinó el mayor enfrentamiento en Estados Unidos desde la Guerra civil y el asesinato del primer político con cargo institucional que expuso abiertamente su homosexualidad en 1977, Harvey Milk, con el añadido absurdo de la declaración del asesino que se justificó con que esa mañana había ingerido comida basura . Por un lado se convierten en reflejos del estado vital del protagonista, según se sienta con más fuerza, o cuando caiga en estados de derrotismo, estos hechos se acompasarán a ello. A veces la oposición de fuerzas crea un progreso, en otros lo refrena o revela la incapacidad del ser humano para superarse y sí de, en cambio, incurrir una y otra vez en otros desatinos y atrocidades. Por otro, estas imágenes explícitamente documentales nos recuerdan el pasado como documentalistas de Fleck y Bolden, y, sobre todo, cómo aplican en una narrativa de ficción modos del documental, conjugando ambos, y de ahí esa inmediatez que respira el film, como si se captaran instantes al vuelo. Una cámara al hombro en muchas ocasiones, un montaje entrecortado que atrapa tiempos muertos o transiciones, sin una convencional condición funcional, que no sólo logran no hacerse notar (como puede ocurrir en otros directores, donde el recurso queda impostado) sino que logra crear esa atmósfera emocional acompasada a las miradas de Ryan Gosling ( en uno de los trabajos actorales más matizados y complejos de los últimos años). La narrativa representa y hace cuerpo esa deriva del personaje, esa sensación interna de incompletitud, de vida hecha de instantes desgajados, que avanza a trompicones, hecha de impulsos y caídas, de arrebatos de intemperancia, de torpezas y hastíos; de sentirse, en suma, fuera de su propia vida y de lo que le rodea, como siente por ejemplo en la cena con su familia. En un momento dado dice a sus alumnos que el sol sale cada día, que con cada respiración que efectuamos, el acto de inhalar y exhalar, ya se produce un cambio. Pero en su vida ¿qué cambios se producen? ¿Qué hace con ella más allá de esas clases que imparte?. Sus frases a veces son un una efervescencia de lucidez entusiasta, de discurso combativo articulado. En otras, cuando sus emociones intimas le desbordan, sus frases son inconclusas, perdidas en un gesto interrogante o impotente.


Su clavo ardiendo, o su nuevo intento de sentirse en el mundo, realizando una acción de fuerza opositora que logre un cambio, aunque sea mínimo, se corporeiza en la relación de amistad con Drey (Shakeera Epps), una de sus alumnas, cuyo hermano está en la cárcel por delito de tráfico de drogas. Drey mantiene una relación de amistad con, precisamente, aquel que suministra drogas a Nelson, Frank (Anthony McKee), quien la involucra en su negocio. Y lograr impedir que Frank sea la influencia que determine la vida de Drey se convierte en el caballo de batalla de Nelson, oponerse a él como opuesta fuerza de influencia para que el camino de la vida de Drey sea otro. Pero Nelson se da cuenta de que Frank, a su manera, se preocupa de Drey, a la que tiene real aprecio; no es una figura ominosa, por mucho que represente lo que no quiere que acabe siendo Drey. Y eso le hace tomar consciencia de que no es tan fácil establecer maximalismos, y reflexionar, no sin desesperación encubierta, sobre la idea del ying y el yang, cómo estamos hecho de opuestos, y cómo nuestra cultura occidental se ha degradado edificándose sobre opuestos extremos, y la vida no es así. Algo que le sume en el desconcierto impotente, porque sabe que él mismo está hecho de fragilidades y contradicciones. Por qué ¿Qué le ofrece a ella como ejemplo si se empantana en las drogas, en la impotencia que refleja de lograr mejoras en su propia vida? Por tanto ¿Cómo actuar? ¿Cómo lograr un pequeño cambio de mejora en este mundo que parece descomponerse entre hipocresías e inercias de vida?. Half Nelson no es una obra que proporcione respuestas bien enmarcadas, o inflexibles, incluso deja esas preguntas fluir entre unas imágenes que nos sumergen en las mareas emocionales de un personaje que se siente zarandeado en la deriva y las frases incompletas, como la misma vida que parece fugarse en la cómoda medianía de lo no realizado y las concesiones a las inercias del propio contexto en donde uno puede evadirse del lugar asignado. Claro que quizás cuando ya desistimos, como si nada pudiéramos lograr, nuestro impulso de acción ha creado una pequeña semilla de consciencia en alguien, y un pequeño cambio se produce. Y cuentas mal un chiste, y sonreís juntos. Es difícil no perder la ilusión, y quedarse con la sensación de que vives a medias, pero, aún así, esa ilusión es la fuerza que puede quebrar los muros de la obtusa naturaleza humana. Quién hubiera podido tener un profesor como Nelson.

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