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sábado, 6 de julio de 2013
Las aventuras de Jeremiah Johnson
La vida está llena de paradojas. Encontrar un hombre muerto puede darte la vida. Es lo que le sucede a Jeremiah Johnson (Robert Redford), recién 'desembarcado' (cual Lord Jim) en un nuevo mundo, un espacio que no domina, la naturaleza agreste de las montañas rocosas, cuyo manto, de nieve, no acoge, sino que puede convertirse en lápida congelada. Jeremiah no sabe pescar, y menos con las manos, no logra abatir con su fusil presa alguna, no logra hacer un fuego porque no considera que pueda apagarlo la nieva que caiga del árbol bajo el que se ha puesto a cubierto. Parece que su historia pueda ser breve en este entorno que le supera, y pronto se convierta en un hombre muerto. Pero encontrar a otro, congelado, muerto por un oso que le rompió las piernas, le reporta conseguir un gran rifle, el Hawking, con el que pueda empezar a dominar un entorno en el que es un extraño. Aquel que lo habita, aquel en cuyo territorio ha irrumpido, Camisa roja pintada (Joaquín Martinez), de la tribu de los Crows (cuervos), le contempla como un torpe bailarín, como un adolescente que no sabe de dónde viene el viento, en sus infructuosos esfuerzos por coger un pez con sus manos. Jeremiah intenta adaptarse a un entorno hostil en el que puedes acabar enterrado, con sólo la cabeza asomada, por aquellos que la dominan, pero también puedes encontrar quien te acoja. La vida es como un péndulo, como la suerte.
La vida te depara lo que no esperas, incluso lo que no buscas. Quizás huyes de los demás, de una vida que no te convencía, quizás buscabas la amplitud de una soledad en la que el paisaje ante todo seas tú mismo. Pero Jeremiah se encuentra con una familia conformada por la imprevisible coreografía de las circunstancias. Una familia que un siglo después se calificará de disfuncional, pero lo parece, que es lo fundamental. Un niño que no habla, al que pone de nombre Caleb (Josh Albee), hijo de una mujer trastornada por el dolor, ya que otros de sus hijos han sido muertos por los indios. Y una india, Swan (Delle Bolton), que tiene que aceptar del jefe de una tribu por cometer el error de darle un regalo que si no es correspondido en la misma medida puede ser tomado como un insulto. Un niño mudo o enmudecido, una mujer que habla otra lengua, puede parecer que no propicie el entendimiento, la comunicación. Pero las conexiones transcienden los límites, los que nos imponemos, los que suponemos que son los límites.
Como el asesino a sueldo amante de las palomas, corrorobaba con su mejor amigo, el vendedor de helados en 'Ghost dog' (1998), de Jim Jarmusch, quien previamente había realizado 'Dead man', que también se pensó en llamar Ghost dog', en la que un contable irrumpía en un universo que desconocía, y no dominaba (aunque en su caso para ajustarse a una función adjudicada en una maquinaria), y se convierte en leyenda, casi en mito, en un hombre buscado (como, en cierto modo, ocurrirá a Jeremiah con los indios). Jeremiah irrumpió en un universo en el que quizá los límites pudieran no existir, ni las guerras. Creó una anómala familia, una mezcolanza singular, en un territorio extraño, un territorio de otros, en el que empieza a discernir su posición. Sabe que tardaría en recorrer una semana la distancia que un halcón recorre en el tiempo que dice esa frase.
Pero el pasado surge, o su pasado resurge, el ejercito, los hombres blancos, los que eran su tribu,y las reglas de ese territorio se infringen por aquellos que no respetan sus costumbres, sus tradiciones, a lo que otros pueden considerar sagrado, porque transitan el mundo como si los territorios se adaptaran a sus modelos o valores de vida; lo contrario de lo que ha intentado hacer Jeremiah. Lo cruzan, lo habitan, como si fuera el propio. Y el delicado equilibro se quiebra. De un modo u otro, eres de alguna tribu, representas a alguien. Y si eres de los otros, serás castigado (su familia es masacrada). Pero Jeremiah no acepta el castigo, no acepta ser extirpado, y se revuelve contra los que dominan ese territorio, para los que es un 'cuerpo extraño', ahora una agresión. Y convierte su vida en un duelo permanente, una lid tras otra con los que representan ese territorio. Se convierte en una especie de mito, de leyenda; un fantasma errante, un guerrero nómada que hace de su vida ya sólo una acción de supervivencia.
Permanencia, ciclos, pequeñas variaciones. De nuevo, los cruces en el camino, como círculos. En los pasajes finales se encuentra de nuevo con Del (Stefan Gierasch), a quien conoció enterrado sólo con su cabeza asomando en la superficie. Su cráneo entonces rasurado, ahora está cubierto de una frondosa melena. Aquella casa en donde ayudó a aquella mujer a enterrar a sus hijos, y conoció a Caleb, ahora está habitada por otros colonos (settlers, los que se establecen; la expresión de Jeremiah es elocuente; ansía de nuevo sentirse establecido). Se cruza de nuevo con quien primero le acogió (e instruyó) Chris 'Garra de oso' (Will Geer), cuando aún no sabía deletrear el modo de saber desenvolverse en ese espació indómito, desconocido. Ese espacio extraño en el que era un extraño. Ahora está más que curtido, ya es su territorio, su hogar, su extensión, como él del mismo el entorno. Sólo quedaba un último paso para que esto sea definitivo, para que se materialice como un sello: la mirada de aquel que le contempló como torpe adolescente, Camisa roja pintada, que ahora, con otra mirada, con un gesto, ratifica a Jeremiah (que protege su cabeza con la de un oso) como alguien que es aceptado en ese entorno como una criatura más, como los osos, los ciervos, los conejos, los halcones o los indios.
'Las aventuras de Jeremiah Johnson' (1972), de Sidney Pollack, fue ofrecida previamente a Sam Peckinpah, pero este no pareció entenderse con el actor que se consideraba como protagonista, Clint Eastwood. Tienta imaginar qué hubiera podido resultar de tal colaboración. Robert Redford quería quitarse de encima su impecable imagen de 'perfecto yerno', y luchó por conseguir el papel. Y planteó a Pollack como director, por su buena experiencia juntos en 'Propiedad condenada' (1966). Trabajarían en más ocasiones juntos, en 'Tal como eramos' (1973), 'Los tres días del Condor' (1975), 'El jinete eléctrico' (1979), 'Memorias de África' (1985), y 'Habana' (1990), pero no resultaron tan estimulantes, como esta notable obra con guión de Edward Anhalt y, sobre todo, John Millius. De hecho, la película puede verse como una conjugación de las personalidades, de Pollack y Millius. Este realizó su particular variante en la sugerente 'Adiós al rey' (1988). Es otro enfrentamiento con las raíces primitivas, como el que será, en acercamiento más tenebrista, convulso y alucinado, 'Apocalipse now' (1979), en cuyo guión participó.
Otro cineasta quizá hubiera realizado un acercamiento más turbio, habría acentuado la abstracción del trayecto de aprendizaje, de irrupción o intrusión, integración periférica o heterodoxa, conflicto y amenaza de exilio, y conciliación con un territorio en principio ajeno. Pollack no busca tanto enrarecer el relato, mantiene una distancia que a la vez dinamiza la narración (el montaje secuencial que condensan los enfrentamientos de Jeremiah con los guerreros Crows). Pollack lograría su gran obra, también sobre el contraste entre un extraño en otro territorio o cultura, ajeno a las costumbres y leyes de una tribu, en Yakuza' (1975), gracias a la colaboración con otra poderosa singular personalidad como la de Paul Schrader, quien, junto a su hermano Leonard, proporcionaría a Pollack una potente materia dramática. Desafortunadamente, Pollack no priorizaría el lado indómito en su carrera. Más bien se convertiría en aplicado funcionario, correcto, demasiado correcto, como Alan J Pakula, que también daría sus más sugerentes obras en estos inicios de los setenta.
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