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sábado, 31 de marzo de 2012

La playa (la spiaggia)

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Eres lo que aparentas, eres lo que representas. Poco importa quién o cómo eres. Nada importa lo que sientes. El dinero es el caliz sagrado que mueve a la sociedad, y la hipocresia su conveniente complemento. Tales constataciones subyacen en el trayecto narrativo de la excelente 'La playa' (La spiaggia, 1954), de Alberto Lattuada, o siniestra evidencia que se irán desvelando como la supuración que va brotando lentamente bajo las luminosas superficies del entorno vacacional de un pueblo costero, o de su emblema, la playa, y de las mismas imágenes, predominantemnente diurnas, siendo las finales nocturnas. La imagen inicial ya contiene esas resonancias siniestras que se irán materializando, dos figuras de negro, que se revelarán como dos monjas, que escoltan a una niña pequeña, hasta acercarse a cámara,quedando encuadrada sólo la niña en primer plano (representación de lo que se desarrollará, manifestará,en el relato: la inocencia escoltada por las oscuras pulsiones, la codicia y la hipocresia). Estamos en una estación ferroviaria. Las monjas acompañan a la niña para esperar el tren en el que llega su madre, Anna (Martine Carol), con la que pasará dos días de las vacaciones.
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Durante el primer tramo del relato el tono es distendido, la narración fluctúa en los puntos de vista, trazando una perspectiva de conjunto: el anciano que declara orgulloso que lleva cincuenta años levantándose a las cinco, como si aún fuera el militar que fue, y al que le colocan una silla todos los días junto a la orilla del mar; los tres urbanita que vienen a desintoxicarse y dejar tabaco y alcohol entre otros vicios con el aire puro del mar (perplejos cuando les dicen antes de llegar que la contaminación industrial ha realizado sus buenos estragos en la costa); el industrial de neveras que espera el momento propicia para 'contactar', y conseguir su apoyo financiero, con el anciano millonario que rige el pueblo, y observa desde su atalaya, que orgulloso reconoce que hace cincuenta años que no hace favores; la joven que se dedica a pedir dinero a los demás, para vivir del cuento y pagar las facturas de los hoteles (de los que se va sin pagar si no consigue esa ayuda; el niño que se dedica a hacer negocios con los cascos de botellas.
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Es bellísimo el momento en el que por primera vez baja Anna con su hija a la playa, en la que sólo se ve al anciano junto a la orilla; la cámara encuadra en plano medio a madre e hija recostadas en una barca, cerrando los ojos felizmente distendidas; cambia la luz, sin saber cuánto tiempo llevan adormecidas, y comienza escucharse una algarabía de voces; Anna mira alrededor, y se encuentra con ahora la playa está reppeta de gente; Lattuada realiza un travelling que la sigue mientras todas las miradas la 'siguen', cautivadas por esa elegante y hermosa mujer de negro que piensan que es una dama de alcurnia, una 'mujer de bien', lo que se supone acude a ese tipo de zona turística. Pero no saben,aunqu sí la policía, y los espectadores ya avanzada la narración, que es prostituta.
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Y que, viuda, sigue forcejeando con la vida para encontrar su lugar, su estabilidad, y poder vivir con su hija, pero el 'estigma' de lo que ha sido la persigue, ese estigma que proyectan como una zarza envenenada la hipocresía de aquellos por su parte hacen cualquier cosa por disponer de más lujos o atesorar más dinero. Durante un tiempo es lo que aparenta ( cómo los otros la consideran por su 'apariencia', y por tanto infieran que 'representa'), pero cambia radicalmente cuando se desvela esa 'condición'. Anna ahora 'representa' algo completamente opuesto,aunque sea la misma mujer. Sólo el alcalde, Silvio (Raf Vallone), la intentará ayudar, porque es alguien que aún cree en la honestidad, en intentar transformar la sociedad, que aún cree que puede detener a los ladrones 'legales' ( los ladrones a gran escala) que rigen la sociedad. Una actitud voluntariosa, como ingenua (porque pocos serán los que a Anna le den una oportunidad conociendo su pasado; sería una 'mancha' para ello, por extensión), como señala el millonario, aquel que 'representa' lo que todos admiran, anhelan y respetan, el dinero. Que Anna coja su brazo es la única vía de que consiga el respeto de los hipócritas y codiciosos que habitan la 'playa' de la vida.

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