miércoles, 4 de mayo de 2022

Doctor Strange en el multiverso de la locura

 

El exceso de celo por el control y el desbocamiento de las emociones son los extremos sobre los que se cimenta el substrato de Doctor Strange en el multiverso de la locura (2022), de Sam Raimi. En las secuencias iniciales, el cirujano Stephen Strange (Benedict Cumberbatch) asiste a la boda de la mujer que ama, Christine (Rachel McAdams). Esta explicita por qué su relación sentimental no había podido funcionar. Strange tiende a querer llevar las riendas. Eso implica poner distancia, no permitir que los sentimientos le desestabilicen. Figuradamente, no usa sus manos, sino un bisturí. No toca sino que maniobra. En la secuencia introductoria, en un espacio extraño, sin contexto, ante la amenaza de unas monstruosas criaturas, Doctor Strange no duda en poner en poner en peligro la vida de una chica, América Chavez (Xochitl Gómez). No es un sueño sino un percance en un universo paralelo, como comprobará cuando tenga que ausentarse de la celebración posterior de la boda para, en las calles de su ciudad, en su entorno familiar, salvar a la chica de una extraña criatura gigantesca, con un solo ojo y tentáculos; aunque su aspecto asemeja, como se evidenciará en la conclusión, al interior del reloj de Stephen (a cuya esfera se dedica un plano tras el sobresaltado previo despertar de Stephen; y otro revelador, desde su interior, en las secuencias finales). Esa chica dispone de la cualidad, o super poder, de poder cruzar todos los diversos universos paralelos. Aunque no controla esa capacidad. Accede a otro tiempo paralelo cada vez que tiene miedo. Representa las emociones retenidas de Stephen, el desbocamiento de su frustración o contrariedad. Al fin y al cabo, como se revelará, el recorrido de Doctor Strange en el multiverso de la locura implicará la confrontación y aceptación de sus miedos. Miedo que transmutaba en exceso de celo de control y consiguiente bloqueo de sus emociones. Su reflejo siniestro o sombra estará representada en quien amenaza a América, Wanda (Elizabeth Olsen). Quiere disponer de su poder porque quiere que predomine en su vida la línea narrativa paralela en la que tiene dos hijos. Quiere controlar que la realidad sea como ella prefiere que sea. En este sentido, se amplía y desarrolla la sugerente e incisiva reflexión, contenida en la excelente serie Wandavision (2021), sobre la negación de realidad, o la no aceptación de la pérdida y la frustración (por la muerte de Vision).

El desarrollo de la narración, de cariz abstracto, como si se relatara el forcejeo de unas emociones en un escenario arquetípico, o quebrado interior emocional (ya que tras la contrariedad de la boda de la persona amada no se retomará el contexto familiar como si este hubiera implosionado en pedazos), implicará la confrontación entre el Doctor Strange y su reflejo siniestro, Wanda, en forma la Bruja escarlata, en, o entre, diversos universos paralelos. La narración, aunque no carece de componentes sombríos, se desprende de la atmósfera turbia o perturbadora de la obra previa, Doctor Strange (2016), de Scott Derrickson. Quizá sea más equilibrada en su conjunto, pero por momentos también prevalece la sensación de brillante artefacto (o despliegue deslumbrante de diseño visual) sobre la tensión o intensidad del trayecto dramático o emocional, así como en la sucesión de múltiples percances destacan algunos pasajes sobre el resto. Particularmente sobresaliente es aquel en el que el Doctor Strange y América cruzan en un breve periodo de tiempo diversos universos paralelos. En cambio, otros pasajes parecen ajustarse al patrón formulario de las impactantes secuencias de acción, acompasadas a la fanfarria musical, más que devenir genuinamente asombrosas o de que estén dotadas de alguna emoción (relacionada con la desesperación de Wanda o la frustración de Stephen). De modo elocuente, cobra más relevancia en los últimos pasajes la figura de Christine. Al fin y al cabo, este trayecto es una confrontación de Stephen con su propia amargura. Al respecto, también es significativo que su Otro más siniestro disponga de un tercer ojo en la frente (y en un entorno derruido), en correspondencia con su arrogante tendencia al control, cual dios o demiurgo, de las situaciones y circunstancias en detrimento de las emociones y los sentimientos. Y que su Otro no-muerto sea fundamental en la consecución de su asunción, como metáfora de su renovación (de actitud).

Resulta interesante también la elección del personaje de América Chávez. Con su nombre parece representar a todo un país, o una circunstancia social definida por el descontrol. Es elocuente también que sea latina, y que disponga de dos madres (sin padre), también eco de los conflictos étnicos y genéricos que han sacudido a la sociedad, como reflejo de sus desencuentros y falta de armonía (por otra parte, conflictos parcelarios cultivados convenientemente por el sistema económico dominante o dictadura corporativa para distraer de cualquier cuestionamiento estructural). Un multiverso de locura, o una sociedad multicultural definida por los desencuentros y la división, como entidades paralelas que no logran conformar una sociedad armónica. Los trayectos emocionales de Stephen Strange y Wanda confrontan con el desquiciamiento, cada vez más acusado en nuestra sociedad, de nuestra tendencia a relacionarnos con la realidad como si fuera una pantalla cuyas narrativas quisiéramos controlar. Y si no se ajustan a nuestras necesidades o nuestros deseos, el cortocircuito de la negación genera el conflicto como la no aceptación de los miedos, que se enquistan en la coraza de la soberbia, imposibilita la conciliación armónica.

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