sábado, 24 de octubre de 2020

Bésame, tonto

                          
En principio, Bésame, tonto (Kiss me, stupid, 1964), iba a suponer la cuarta colaboración de Billy Wilder y Jack Lemmon, pero compromisos del actor lo impidieron. Wilder recurrió a Peter Sellers, quien después de seis semanas de rodaje sufrió trece infartos nada menos. La ciudad de los prodigios. Recién casado con la actriz sueca Britt Ekland diez días después de conocerla, pocas semanas después se tomó unos cuantos estimulantes sexuales para conseguir el orgasmo definitivo. Lo que no consiguió fue el infarto definitivo. En tres horas tuvo ocho, y en los siguientes días cinco más, pero ninguno fue fatal. Si Wilder quería proseguir el rodaje con Sellersdebía esperar seis meses, a lo que no estaba dispuesto, por lo que recurrió a Ray Walston, que había interpretado a a unos de los ejecutivos que usaban el apartamento de C.C Baxter (Jack Lemmon), en El apartamento (The apartment, 1960). Pero a diferencia de esta Bésame tonto, no fue bien recibida ni por público ni por crítica, calificada como demasiado vulgar. Aunque más bien diría descarnada. Carece del amortiguador filtro (de la carga de profundidad implícita) que sabía aportar de entrada la inocua apariencia de Jack Lemmon en las previas El apartamento e Irma la Dulce (Irma la douce, 1963), con las cuáles comparte remarcables vínculos como la prostitución, sea por la utilización instrumental de la mujer o por el uso de cualquier medio para conseguir el ascenso laboral o el éxito, la posesividad (los celos) y la enajenación del personaje masculino. Orville (Ray Walston) es un cruce entre el arribista CC Baxter y el celoso Nestor, ambos encarnados por Jack Lemmon en, respectivamente, El apartamento e Irma, la dulce. La ofuscada enajenación de Orville, por sus obsesivos celos, marca como fuego la narración. Es la radiante presencia de Felicia Farr, como su esposa Zelda (curiosamente la actriz era la esposa realmente de Jack Lemmon), en la que no pareciera que hubiera doblez alguna, la que hace más dolorosamente manifiesta la enajenación de su marido, pero a la vez no deja de evidenciar, como reflejo, lo que él había sido (aquel hombre sensible que compuso una canción para ella) o lo que podría ser si no le cegara su codicia y su inseguridad (que se transmutaba en celos).

Bésame, tonto es una nueva adaptación de la obra teatral L’a ora della fantasia, de Anna Bonazzi, que ya había sido llevada a la pantalla por Mario Camerini en 1952, Mujer por una noche (Moglie per una notte), cuya acción dramática acontece, como en la obra adaptada, en el siglo XIX. El cantante, Dean Martin, era un conde, D’Origo (Gino Cervi, la prostituta de un bar de carretera (Kim Novak) una cortesana, Geraldine (Nadie Gray). El músico, Enrico (Armando Francioli) también anhelaba el éxito, y el conde aprovecha que el conde se ha quedado prendado de la cortesana pero no sabe quién es, por lo que se le ocurre que Enrico la haga por su esposa, y así no tenga que usar como mercancía de intercambio a su real esposa, Ottavia (Gina Lollobrigida). En Bésame tonto, el cantante no se ha quedado prendado de la prostituta previamente. Simplemente, no los presentan como un cínico depredador que carece de cualquier escrúpulo, para quien la mujer solo se distingue por sus atributos físicos (es deseable o no). Dino ha seducido a casi todas las starlettes de su espectáculo en Las Vegas, a las que deja sin decir palabra (no se acuerda ni de sus nombres; como para los ejecutivos de 'El apartamento' sólo cubrían el turno de despersonalizada amante).

Orville tiene espacio propio y esposa (mujer propia). Pero aspira al reconocimiento y prestigio artístico. Imparte clases particulares de piano, pero compone música para canciones (que podrían cantar figuras como Eddie Fisher, Frank Sinatra o Barbra Streisand), con la colaboración del gasolinero, Barney (Cliff Osmond), como letrista. Vive en un anónimo pueblo de provincias (llamado irónicamente Climax) pero aspira a la ciudad de los prodigios, representada en la artificiosa Las Vegas. No hay climax en su vida (a no ser que se considera orgásmico su estado permanente de celos). Su carácter egocéntrico y vanidoso se refleja en las efigies de grandes músicos clásicos que decoran sus jerseys, en particular Beethoven, por socarrón contraste, ya que el músico, o su obra, es epítome de la tempestuosidad emocional. Orville vive una ficción sin saberlo, la del pelele dominado por las tempestuosas emociones de los celos y la codicia del éxito. Necesita sentirse el principal y exclusivo protagonista de la función (del escenario) del mundo y del matrimonio. Orville es un redomado y asfixiante celoso, pero se olvida de que es su aniversario de bodas (a diferencia de ella). Le preocupan y obsesionan más sus obcecadas y obtusas sospechas de una posible infidelidad de Zelda que de desplegar las correspondientes muestras de afecto a esta (demanda pero no se entrega). Zelda es la chica más bonita del pueblo: ha conseguido a la más codiciada, pero ahora le corroe el inseguro celo de la posesión. El apelativo cariñoso que utiliza Orville con Zelda es el de Costillita. La considera su costillita. El azar les posibilita una oportunidad a Orville y Barney. El famoso cantante Dino (Dean Martin) quien, precisamente, viene de Las Vegas, tiene que realizar un desvío de la vía principal (como la protagonista de Psicosis, 1960, de Alfred Hitchcock), por problemas de embotellamiento (es alguien ya acostumbrado a conseguir lo que quiere, y cuando lo quiere, o sea, rápido), por lo que recurre a un polvoriento camino secundario y recala en Climax para repostar (es un pueblo fuera de la circulación; en la periferia, como Orville es alguien periférico que necesita sentirse el centro).

Barney y Orville necesitan que escuche sus canciones (como posible imprevisto pasaje al éxito), por lo que deberán tramar algunas escenificaciones para que permanezca en el pueblo el tiempo suficiente. El primer paso es neutralizar la posibilidad de su marcha (lo que consigue Barney saboteando el motor de su coche). Le procuran alojamiento por una noche en el hogar de Orville (y así de paso este tocar al piano alguna de sus composiciones).  Pero necesitan el incentivo o anzuelo del sexo femenino (para él el sexo es como el aire; es lo primero por lo que pregunta a Barney y Orville: dónde puede mojar). Orville se debatirá entre su codicia y su temperamento celoso. Y no sólo porque tema la descarada persecución de Dino a Zelda (paradoja: quien puede facilitar su acceso a la ciudad de los prodigios es la mayor amenaza que quepa imaginar en su hogar) sino porque ésta resulta que es una encendida admiradora del cantante (fue presidenta de un club de fans con 16 años). Inseguro como es él, su transferencia es la de pensar que la voluntad de ella se plegará fácilmente a quien admira. Lo que podría haber sido una prueba de la confianza y generosidad de su amor se convertirá en lección moral para su inmadurez. La retorcida maquinación de Barney, con el pusilánime beneplácito de Orville, es la de tentarle a Dino con su esposa (a la que aún no ha visto, sino sólo entrevisto: su torneada figura en la ducha, el maniquí: la mujer es una idea/ un cuerpo, sin rostro para Dino), sin que ésta sea la tentación de cuerpo presente. Como dice Barney, para triunfar hay que ser un caradura. Esto es, Orville, prostituirá a su esposa en un sentido simbólico, ya que la suplantará (tras provocar una pelea para que abandone esa noche el hogar) por una prostituta, Polly (Kim Novak) que representará el papel de su esposa.
  
La indignidad es doble ya que no sólo hará creer a Dino que le concede los favores de su esposa, y que le cede su hogar como espacio de placer exclusivo (es decir, magrearla delante de sus mismas y permisivas narices), sino que, como Nestor en Irma la dulce, es un hombre exacerbada y policialmente celoso de la mujer que ama (aunque su Yo te amo es más bien Yo soy tu amo), como ha quedado dicho, tendente a pensar lo peor. Desconfía del fuera de campo (ausencia de su esposa) y lo rellena con ficciones de infidelidades (con el lechero, el dentista e incluso con su alumno de 14 años), ya que es un espacio que no controla. Si CC Baxter asumía resignado, cual subordinado, que su amada disfrutaba de su hogar pero con otro hombre; si Nestor no asumía el alquiler de Irma a cualquier hombre, Orville alquila a alguien que se hace pasar por su esposa, aunque para Dino lo sea, para conseguir lo que tanto codicia y anhela. Es la instrumentalización extrema de la mujer, de lo que se ama y de lo propio (lo que singulariza a uno mismo). La culminante representación de la propia prostitución por la consecución de un lugar en la ciudad de los prodigios: dinero, reconocimiento, notoriedad, privilegio. Circulación e intercambio. Corrupción. De nuevo, la identidad es la posición.
Será la humanidad insurgente de Polly, la prostituta la que revelará lo miserable de semejante situación por lo que tiene de humillación, servidumbre y subordinación. Polly no sólo representará el papel de esposa, sino que se sentirá esposa. Deja de sentirse por un momento mercancía de carne impersonal para el placer de los hombres en el bar Belly Button y se siente mujer con sentimientos, sujeto íntimo y emocional, voluntad autónoma, no subordinada ni complaciente, sino admirada, respetada. Vestida con la ropa de Zelda, portando el anillo de casada, conmovida por la música con la que Orville se declaró a Zelda (percibe su vertiente tierna, sensible) se encontrará seducida por una posición a la que siempre había aspirado, y hasta ahora vedada o no factible, la de mujer amada, la de mujer respetada. De hecho su historia, de decepción amorosa, recuerda a la de Fran en El apartamento: un vendedor de hoola hoops que la noche anterior a la boda la abandonó llevándose incluso su coche: como dirá al final a Zelda, las mujeres son remolques que buscan el coche que no es sino el hombre honesto que realice sus ilusiones; al menos, al final, Polly conseguirá un coche propio, y abandonar el pueblo.
Aunque Polly no sea, de hecho, la esposa, sí que representa a la esposa (como extensión de Zelda como sentimiento propio de amor noble), y seguir la representación (orquestada por Barney), y dejarse seducir (poseer) por Dino es propiciar esa degradación. La ironía es que Zelda, en el espacio fuera de campo que tanto obsesiona a Orville no controlar (y recluir en su jaula mental), sí se acostará con Dino, cuando éste la confunda con Polly en mordaz y perverso equívoco. Zelda, por despecho, porque se entera por Dino de la transacción comercial que pretendía Orville con ella, aun en la piel de Polly, y sabiendo quién es, su admirado sueño de juventud, se ofrecerá sin impedimentos, con lo que se materializará lo que Orville no pretendía que ocurriera con una escenificación, lo que pretendía que no que ocurriera para conseguir sus mezquinos objetivos. Una representación tiene como consecuencia la realización de lo que se fingía en el hogar de Orville, y que, irónicamente, no tuvo lugar gracias a la rebelión de la mujer contratada, Polly. Orville deberá aceptar el fuera de campo de la vida de Zelda como un espacio de acciones con respecto a las cuales ella no debe rendir cuentas, y en el que pueda prevalecer la incógnita y lo posible como prueba de respeto y confianza de él. Las dos mujeres se constituyen, así, y de un modo más activo e influyente que en El apartamento e Irma la dulce, en la conciencia y sensibilidad ética que sanciona, pone en evidencia, y hasta corrige el patetismo y la arrogancia y mezquindad de sus contrapuntos masculinos.

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