domingo, 14 de junio de 2020
Los cuentos de Linnet Muir, de Mavis Gallant (Eterna Cadencia)
Convertía en ficción todo lo que no podía descifrar, esa era mi manera de desatar nudos. En la oficina en la que trabajaba me pasaba horas del almuerzo escribiendo historias de personas en el exilio. Variantes del exilio es el último de los relatos que componen Los cuentos de Linnet Muir (Eterna Cadencia), de la escritora canadiense Mavis Gallant (1922-2014). Pero la idea de exilio recorre los relatos como el velado trayecto de la forja de una mirada interrogante que contempla la realidad, o la conducta de los demás, con la extrañeza de quien, desde su infancia, no da por sentado los nudos de ninguna concepción ni ningún nombre. Su perspectiva creativa es la de abrir brechas entre la espesura de las inercias, las costumbres, las apariencias y los camuflajes. Ya en su infancia, como se evidencia en su relato Voces perdidas en la nieve, resaltaba por su inclinación a hacer preguntas, y hacer preguntas puede ser un incordio que hace temblar los escenarios montados, lo que se establece como lo que tiene que ser y uno ejecuta como un programa. Hacer preguntas era “ser cansadora”, a la vez que una curiosidad insistente no llevaba a ningún lado, por lo menos no a un lugar de interés. ¿Cuánto de eso ha cambiado? Observen la gran cantidad de palabras que bajan los adultos a los niños, la cascada de preguntas personales, observaciones, instrucciones innecesarias. El oyente no tarda en quedar totalmente tapado. Tiene que escuchar la voz como a la autoridad velada, un zumbido a través de la nieve. El tono ha cambiado – puede ser persuasivo, incluso lastimero-, pero las palabras casi no han variado. Todavía reclaman el antiguo derecho de paso a través de una vida joven. Palabras y concepciones que sepultan, como un peso muerto, en la realidad que instituimos como un molde, y que instan a la asimilación, adaptación y sumisión (como una pieza más de un dispositivo). Por eso, quien persiste en las preguntas, se escora hacia la perspectiva del exilio. Es mirada disonante, no se amolda, discrepa de lo que se le demanda, y se pregunta qué hay antes del nombre. Linnet, trasunta de la propia escritora, comenzó a observar la discrepancia entre los relatos y lo que es. Esto es lo que yo veía cuando leía “ciudad” en un libro; no tenía ningún modo de saber que “ciudad” un día también significaría mortecina, sucia, chata, o que las manzanas de una ciudad se convertirían en cuadrados insípidos sin misterio. Y a discernir que la realidad es una denominación, una noción instituida, por tanto arbitraria, y que se fundamenta, o evidencia su falta de fundamento, en una imposición que se debe asumir como lo que es normal y no lo es, lo que debe ser o no ser, lo que debe hacerse o no hacerse. Es una noción que exige ajustarse a una plantilla. “Porque lo digo yo” La respuesta parece hablar desde las lámparas, las piedras, la nieve, el segundo crucial cuando se unen las fuerzas internas y las externas, y el entorno también se vuelve parte del enemigo.
Se iría dando cuenta de que la realidad es una noción urdida y cimentada sobre lo decible o visible, sobre un repertorio que hay que cumplimentar, y unos roles en los que encajar, cual formol de etiquetas. Fue más tarde que descubrí que la mayoría de la gente simplemente flotaba en pequeños estanques mohosos etiquetados “francés y católico” o “inglés y protestante”, sin preguntarse jamás cómo sería poner en tierra firme; o preguntándoselo quizás, pero sopesando el peligro. Estar fuera de un estanque es estar en un territorio sin mapas. La tierra puede ser plana, podrías caerte del borde fácilmente. Lo real, el flujo y pálpito de la vida se define por los intersticios, por lo escurridizo, por lo que se omite, oculta, o disimula, por la serie de voces que nos constituyen a cada uno, algunas de las cuales permanecen entre las sombras, quizá nunca expuestas para los demás, por eso pueden reconfigurar la concepción de los otros inesperadas percepciones de cómo eran o qué sentían aquellos que componían el entorno de costumbre (y alterar, por ende, la concepción de éste). El doctor se enhebra sobre lo entrevisto, insinuado, o tardíamente revelado o discernido. Cuando murió y leí su obituario, me di cuenta de que había habido todavía una voz más. Ese discernimiento de los otros como materias elásticas constituidas por múltiples sombras, que quizá conformen la predominante extensión de cómo son, se complementa con la asunción de que con respecto a las vidas, o dramas, de los otros, que quizá nunca advertiremos, o de lo que apreciaremos una insuficiente o un vago destello de la estrella de su vivencia, quizás seamos unas figuras secundarias, un complemento o fondo de escenario, o aún más, periferia. ¿Qué son A y F? Nada. Satélites menores flotando fuera de órbita y averiados después de que se extinguieron las estrellas.
El acceso al escenario laboral es también el acceso al compartimento masculino. Como se relata en Entre cero y uno, Linnet cruza un umbral que le confronta con los límites, con las vivencias que asumen su vida dentro de unas cuadrículas o unos cercos. Y entre estos, están sus concepciones de qué es un hombre y qué es una mujer. Al ser elemento extraño, es decir mujer, se contempla a través de sus nociones, o límites de estereotipos y lugares comunes, como una anomalía, una intrusión, incluso una amenaza, como si cometería ya una infracción o transgresión por compartir escenario (o cubículo de trabajo), o pretender estar incluida en su mismo escenario (de realidad). Cuando era joven pensaba que los hombres tenían pequeñas vidas creadas por ellos mismos. No podía entender cómo, si habían nacido con ese derecho, sin las restricciones ni los obstáculos vinculados a las mujeres, se imponían a sí mismos límites tan próximos, y por qué, una vez alcanzado el límite, parecían tan desconcertados que era difícil distinguir entre un hombre de treinta y seis años y uno de cuarenta o cincuenta; era imposible fijar la frontera de es esta aparente decepción. Los escenarios o compartimentos de realidad se traman con aduanas. Linnet pronto comprendió que es fundamental hacer sentir bien al otro, sea por activa o por pasiva. Muchos hombres de su entorno laboral se sentían mejor si ella, en cuanto mujer, evidenciaba menos competencia. Aún así, su condición de mujer, por encima de quién o cómo era, la convertía en una perturbación per se (o per secula seculorum). Si parte del resentimiento se desvaneció cuando fue evidente que ya no sabía lo que estaba haciendo, la sensación de que las mujeres significaban “problemas” nunca desapareció. Más allá de esos compartimentos de relación cimentada en la condición genérica, Linnet comprende, en un sentido amplio, que la relación con la realidad se define por el mí o el me, las parcelas o cuadrículas particulares que proporcionan una mullida certeza con la inercia, cual resortes con forma humana. Cada uno de ellos parecía habitar un cuadrado invisible, el cuadrado era compartido con ‘mi’ escritorio, ‘mi’ papel cuadriculado, ‘mis’ bandas elásticas. Y cada vez más afinada su mirada exiliada que descifra cada vez con más precisión las inconsistencias del ser humano como ser inercial comprendió el absurdo de una vida edificada entre la nada y el programa, es decir, una vida de huecos con apariencia de engranaje. Tenía que ver con los hombres, con cuadrados, paredes y límites y números. ¿Cómo te paras si te paras sobre cero?¿Cómo será el paisaje entre cero y uno?¿Y qué le pasará a uno? Sí, ¿qué le pasará?.
Cuando el uno comienza desmarcarse de los otro números o plantear interrogantes sobre las ecuaciones sobre las que cimenta una sociedad, o noción de realidad, se transmuta en elemento perturbador. La primera transgresión ya es simplemente asombrarse de que los seres humanos no tiendan a ser sinceros, como se expone en Con V mayúscula. La sinceridad no es un ingrediente esencial en la relación con los otros, e incluso con uno mismo. Eso desvela el tráfico de la realidad como una espesura con múltiples recovecos, arenas movedizas, o entresijos enmarañados. Si se persiste en la discrepancia es factible recibir la descarga de calificaciones que te señalizan (anatemizan) como anomalía que se sale de la ecuación. Negativa, derrotista, subversiva son tres de las cosas que te han advertido que no debes ser. Las otras son sediciosa, oscura, irónica, intelectual e impulsiva. Linnet colisiona con las casillas en las que puede ser marginada o neutralizada por no optar por el vestuario de actitud conveniente, un límite impuesto que se suma al de su condición de mujer. Estaba aprendiendo que la autonomía de la mujer es como una pequeña herencia que se recibe a un centavo por vez. Si en términos sociales esos son los límites que la abocan al exilio de sentirse fuera de lugar o ser anomalía disonante, como se pone de manifiesto en Variaciones en el exilio, hay escenarios específicos que también se revelan como más bien restringidos, caso del sentimental, o en concreto la mente masculina. Hay una chica en una novela de Stefan Zweig que le dice a su amante: “¿Eso es todo?”. Yo había evaluado esto con cuidado muchos años atrás porque suponía que estaba inesperadamente relacionado con el sexo. Ahora le daba otro significado: en lo que concernía a las mujeres, los hombres se sentían satisfechos con casi nada. Si cada mujer era una situación, era de alguna manera la misma situación, y lo que se esperaba de la mujer – de la situación- era tan limitado que era insultante. Pero tampoco es estimulante la perspectiva de ser mujer en ese escenario social, o el rol a que se aboca una mujer cuando se convierte en esposa y madre. Asomaban las cabezas por la puerta mosquitero y gritaban instrucciones – a los esposos, a los hijos, a los perros, a los carteros, al hijo del vecino - ¿Cómo podría estar segura de que no sonaría así, tan estridente, tan insatisfecha? Son muchas variantes de exilio las que se multiplican a medida que se amplía la consciencia de que los códigos y los roles, las cuadrículas y los compartimentos de los escenarios de realidad común son los huecos de un desierto que resulta inhabitable. Sus habitantes se han encorvado y encogido en el hoyo de su parcela de ignorancia e inercia, y simplemente esperan que se cumplan los trámites de cada estación de vida. Tal vez todavía esperaba juegos de cartas mágicos para evitar cualquier clase de sentido común: el sentido común es solo la aceptación de que no sabemos demasiado.
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