sábado, 13 de junio de 2020
Eduardo y Carolina
La interrupción suele ser uno de los resortes narrativos y dramatúrgicos de una comedia. La intrusión o la interferencia que interrumpe una acción o proceso, creando un efecto de exasperación de índole cómica o irónica. La cadena de adversidades puede derivar en el excéntrico absurdo, caso de La fiera de mi niña (1938), de Howard Hawks. Eduardo y Carolina (Edouard et Caroline, 1951), trama las situaciones sobre la interrupción, pero investidas de un aire más cotidiano, a ras de suelo, como si fuéramos testigos de un pasaje en la relación sentimental de Edouard (Daniel Gelin) y Caroline (Ann Vernon), como refleja el modo de comenzar y finalizar esta excelente obra cuya acción dramática transcurre en unas horas, un travelling desde la ventana de su piso, encuadrando una calle, hacia el interior, y al finalizar a la inversa. Una historia particular que es representativa. Un tráfico de relación que puede ser la de otras parejas. En su circulación, en cualquier momento, se pueden producir colisiones, accidentes. Quizá sean subsanables, o quizá afecten de modo irremisible el trayecto de la relación. Precisamente, se nos presenta un pasaje en la relación de Edouard y Caroline en el que se produce una interrupción que pone en peligro su continuidad tras que en plena discusión a Edouard se le va la mano y abofetea a Caroline. ¿Cómo se encaja el golpe, no solo el hecho de recibirlo sino de darlo, ya que instantáneamente se arrepiente de haberse dejado arrebatar por el impulso? Aún más, porque el impulso era la continuación de un reproche, la disconformidad con una decisión de ella, que se retuerce de tal modo que comete la infracción de querer imponer su deseo o voluntad.
Eduardo y Carolina, con guión de Becker y Anne Wademant, es una irónica comedia, una pieza musical de sutiles emociones y una afinada reflexión sobre las raíces no resueltas o no manifiestas que propician interrupciones en las relaciones afectivas, que fluye con una vivaz narración de admirable inmediatez, que admiró a los cineastas de la Nouvelle vague. En las primeras secuencias vemos a la pareja preparándose para una fiesta que organiza Claude (Jean Galland), un tío de Caroline, en la que Edouard tocará el piano. El hecho de que Eduard no encuentre su chaleco le sume en un tenso nerviosismo, en el cual subyace un aspecto de tensión soterrada en la relación que se irá evidenciando (y que corroe a Edouard), el hecho de que Caroline pertenece a una familia de clase alta (de elevado poder adquisitivo) y él, de extracción de clase humilde, y sin recursos económicos, se siente un bohemio que no logra encauzar su vida, realizar su anhelo de vivir de su arte (lo que para Edouard es grave para Claude es cómico, le resulta hasta gracioso, como si fuera una extravagancia, que alguien no disponga de más de un chaleco ya que su vida se define por los objetos de lujo, y por disponer de decenas de cualquier tipo de prendas).
Las interrupciones se encadenan en esas primeras secuencias. Buscan denodadamente el chaleco, y llega la portera con su sobrino, militar, para que Edouard les toque unas piezas al piano, mientras ella llama por teléfono, escondida tras una cortina, a su tío para que le facilite un chaleco ( ya que se acordará de que ese chaleco lo tiró un año atrás), llamada que interrumpirá para lograr estirar el cable telefónico (con la consiguiente reacción suspicaz de Edouard sobre qué está haciendo) y que también será interrumpida por su tío, porque está dando instrucciones a los que han traído el piano que ha alquilado, y a su vez interrumpida, cuando ella salga con el teléfono al rellano, por las personas que pasan. Las interrupciones exasperan la narración, como si se hiciera eco de la que bulle en Edouard, ya que, además, el concierto de piano que tiene que dar en casa del tío de Caroline es una oportunidad profesional crucial para salir del anonimato, y por extensión, la pobreza: la carencia de ese chaleco se convierte en la transposición objetual de su desesperada circunstancia de vida, que le supera de tal modo, como si ya nada controlara.
La tensión se dispara cuando ella le muestra el vestido, y a él no le gusta cómo lo ha acortado. Ambos se crispan, y Edouard la abofetea, arrepintiéndose al instante, pero la interrupción ha asentado una sombra en su relación, que determina, en primer lugar, que él vaya solo a la fiesta y, en segundo lugar, que ella se niegue a asistir, e incluso decida abandonarle e irse de casa. Sombra que se extenderá en otra interrupción, la que realiza Edouard tras tocar la primera pieza de su conciertp (en una bellísima secuencia que parece un aparte de armonía en la narración: es la música que se ha quebrado en su relación sentimental), y para desconcierto de Claude, expresa que quiere volver a su piso (ya que en su mente prima reconciliarse con Caroline: sin ella, no hay música en su vida), lo que provoca que una invitada solidaria le apoye porque cree, ya que él ha dicho que está enferma, que quiere estar al lado de la amada, acción que sufrirá una interrupción de contrariedad para la mujer cuando en ese momento aparezca Caroline (acompañada de su primo, que ha ido a recogerla).
Otra interrupción se producirá cuando Edouard se decide a volver a interpretar otra pieza, y no logre terminar la pieza, atascándose en un pasaje al mirar a Caroline sentada junto a su primo, enamorado de ella, cuando este alarga el brazo tras Caroline (porque un invitado le ha metido en la cabeza que puede ser su amante). En suma, la música de las emociones ha sufrido una interrupción, que se ha convertido en atasco. La primera secuencia comenzaba con Caroline vistiéndose (probándose ese vestido que estrenaba para una circunstancia excepcional, mientras a Edouard la falta o pérdida del chaleco, emblema de su excepcionalidad anhelada, le hace sentir su fracaso, la medianía de su presente); el conflicto surgía a raíz de unas prendas, la falta de una, el chaleco, y la modificación y alteración de la otra, no acorde a su voluntad, el vestido de Caroline (objetos transferenciales o metonimia de un conflicto latente que explota en ese momento); y la secuencia final culmina con su abrazo conciliado, tras despojarse de esas prendas que interferían, en cuanto emblemas, en su relación (por la frustración de Edouard).
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