lunes, 17 de febrero de 2020
Vivo en el recuerdo
Las raíces del mal suelen estar más hundidas en el tiempo de lo que parece, o las luchas han sido o seguirán siendo las mismas, aunque varíen los rostros (o hasta los uniformes) de aquellos que sojuzgan u oprimen la libertad de otros. Es lo que plantea Vivo en el recuerdo (So well remembered, 1947), una muy sugerente producción británica dirigida por Edward Dymtryk. John Paxton, que ya había colaborado con Dmytryk en las también notables Historia de un detective(1944), Venganza(1945) y Encrucijada de odios (1946) adapta la novela de James Hilton (que puntúa con su voz la narración), combinando con habilidad el retrato colectivo con el individual, las tumultuosas corrientes del melodrama con el descarnado reflejo alegórico de la colisión de unas mentalidades, la extrema distancia que separa a quien se esfuerza en las reformas sociales que eliminen las desigualdades de quien lo único que anhela es ascender en la escala de la posición social, indiferente a quien se lleve por delante para conseguir su propósito. Que esto sea reflejado en una producción tras acabar la segunda guerra mundial, acrecienta la corrosión de su planteamiento, con su apunte de que la guerra venía ya desde tiempo atrás, y además el enemigo estaba dentro. Y no hay que dejar de recordarlo.
La narración arranca con las celebraciones en una población inglesa tras el anuncio de que la segunda guerra mundial ha llegado a su fin. Pero llama la atención alguien que parece desplazarse entre la multitud como si le fuera todo indiferente. Pero no es así, ya que Boswell (John Mills), ahora alcalde y director del periódico, ha luchado toda su vida contra aquellos que generan guerras con sus miedos y odios, con quienes han generado, otro campo de batalla, el de las desigualdades sociales. Lo que se nos narra es el trayecto de esa lucha, desde la anterior postguerra, en 1919, cuando como concejal empezaba con su batalla reformista para mejorar las míseras condiciones de vida de su pueblo. El 'enemigo' era el dueño de las fábricas textiles, Channing, que había estado en prisión veinte años por especular con dinero ajeno. Pero lo primero que vemos defender a Boswell es que no se puede juzgar a los hijos por lo que hicieron o fueron sus padres, en relación al rechazo que se muestra a contratar como bibliotecaria a la hija de Channing, Lucy (Martha Scott). Una mujer a la que Boswell sólo ha visto de espaldas, y que así nos es presentada como espectadora, un detalle que la define, porque no es la frontalidad lo que la caracteriza. Del mismo modo, que Boswell no sabrá verla, o no sabrá ver su verdadero rostro, cuando se enamore y le pida en matrimonio. No advierte la distancia real que les separa por sus opuestas mentalidades (una de las virtudes de esta obra es cómo sugiere esas distancias a través de las posiciones de los personajes en el encuadre: véase la primera vez que ve el rostro de ella, con su mesa despacho interpuesta).
Como Boswell, que siempre va de frente, sin doblez (es la ingenuidad del compromiso, y tendrá que aprender que otros no son como él, sino que funcionan con la doblez), no se percata de que el apoyo de un poderoso político y empresario, Mangin (Reginald Tate), no tiene que ver con que comparta su lucha por reformar las desigualdades sociales, sino por mero interés (sabe que Boswell es un auténtico elocuente animal político que conseguirá los votos, y su propósito es que al ser elegido le apoyará, a cambio, en lo que sea). A Mangin no le importan las condiciones sanitarias del pueblo, y Boswell, de nuevo ingenuo, cree en sus informes de que no hay peligros de epidemias, en vez de en de los de su amigo, el doctor Whiteside (magnífico Trevor Howard). Cuando la epidemia de difteria se propaga entre los niños, Boswell se enfrenta a Mangin, para indignación de Lucy, para quien lo primordial es ascender en la escala social (y cualquier miedo es válido, o cualquier escrúpulo de honestidad es prescindible). Dmytryk asocia momentos a través de movimientos de cámara, con agudeza e ingenio expresivo. En uno de los mítines políticos de Boswell, la cámara encuadra a la multitud asistente, a través de una ventana, hasta que panoramiza hacia la derecha para mostrarnos al doctor Whitehead atendiendo el primer brote de difteria. Tras narrar con eficaz condensación la implicación de Boswell para contrarrestar la difteria, descubre que Julie, por su arrogancia de clase, no había ido al hospital público para vacunar a su bebé. Dmytryk encuadra, a través de una ventana, desde el exterior, al doctor Whiteside atendiendo al bebé, la cámara desciende hasta encuadrar en la ventana de abajo a Boswell, a quien se acerca Whiteside para comunicarle (sin que lo oigamos) la muerte del bebé.
Pero hay otro movimiento de cámara con el que asociar con la raíz del mal que se extiende, de generación en generación, en la mentalidad de clase, en ese querer sentirse superior a los demás (y ajeno a su suerte). La noche en que Boswell propuso matrimonio a July, un movimiento de cámara parte de encuadrarla entrando en la mansión, para ascender hasta la ventana de su habitación, en la que entra su padre, y discuten (sin que los oigamos). El padre sale decidido, en coche, a intentar evitar ese matrimonio, pero July no le informa de las deficientes condiciones de la carretera por la lluvia, porque consideraba a Boswell, el hombre con el que quiere casarse, alguien que, por sus capacidades de ascender en la política, podría propiciar que ella lograra ascender en la escala social, de nuevo, y disfrutar de privilegios a los que creía estar destinada ( es un elocuente detalle el que la mansión esté aislada, en un cerro, lejos del pueblo, de los otros), y para ese propósito todo escrúpulo de integridad es sacrificable, incluido no querer, por ello, evitar que su padre muera en un probable accidente. July vive aislada del mundo, nada le importa de éste, ni de la felicidad (posible) de los demás. Abandonará a Boswell cuando éste ya no le sea útil, y por ello veinte años después, se empecinará en evitar que se materialice el amor de su hijo (que tuvo en un segundo matrimonio), para que sea sólo de ella. Esa noche de la declaración del fin de la guerra, también se libró una última batalla, aquella en la que Boswell se enfrenta y reprocha a Julie que su actitud de miedo y odio es la que genera las guerras. Así, lo que aparentaba indiferencia en las primeras secuencias no era más que la combinación de cansancio y desolación, la constatación de que hay otras guerras, contra las mentalidades que procrean, indiferentes y ajenas, las desigualdades sociales, que nunca cesarán.
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