domingo, 25 de marzo de 2018
Peter Rabbit
El conejo que aprendió a mirarse. Antes del conejo con orificio ocular que se le aparecía a Donnie Darko, antes de Roger Rabbit, el invisible Harvey e incluso Bugs Bunny ya había aparecido Peter Rabbit. No es que fuera el primero, porque antes ya estaban, por obra y gracia de Lewis Carroll, la liebre de marzo que acompañaba al sombrerero loco en sus festejos, y sobre todo, ese conejo blanco con prisa que sigue siendo un inquietante reflejo de nuestra naturaleza humana que tiende a ir del revés aunque crea que tiene todo bien cuadrado (según cierto concepto presuntamente estable llamado realidad). Peter Rabbit fue parido por Beatrix Potter en 1902, tanto en letra como en ilustración. Ahora 'Peter Rabbit' (2018), de Will Gluck, que combina animación e imagen real, ha sido recibida por algunos como un sacrilegio que haría revolverse a la autora en su tumba.
Sólo los primeros pasajes de la película se inspiran en 'The tale of Peter Rabbit', en el cual un temerario Peter, pese a la admonición de su madre, para que no le ocurra como a su padre y acabe siendo carne de un pastel, se interna en la huerta del señor Mcgregor, mientras que sus tres hermanas, más responsables, se dedican a coger moras. Una incursión que implica poner en riesgo su vida, y pérdida de su chaqueta que McGregor utilizará para vestir al espantapájaros. Peter retorna a la madriguera cabizbajo, y mientras sus formales hermanas disfrutan de una opípara comida él tiene que conformarse con una vulgar sopa. Colorín colorado hay que aprender a no ser tan atolondrado. En la película, Peter es el líder de un quinteto, formado por su amigo Benjamin y sus tres hermanas, que colaboran como asistentes y vigías en su penetración clandestina en la huerta para sustraer verduras. Pero en este caso es capturado cuando quiere recuperar su chaqueta (que perteneció a su padre y, por lo tanto, le representa), aunque se salve por azar, ya que el señor McGregor (Sam Neill) sufrirá un infarto, que determinará la introducción en el relato del que será no sólo contrincante de Peter, sino en cierta medida su reflejo (de juventud arrogante), el sobrino nieto de McGregor, Thomas (Domhnall Gleeson).
Hay una idea muy sugerente en estos pasajes iniciales: el contraste entre la animación moderna y la tradicional. Los flashbacks que evocan la infancia de Peter, y su relación con sus ya fallecidos progenitores, se realizan con una animación tradicional que recrea las ilustraciones de Beatrix Potter. La actualización es doble, por técnica de animación, y por traslado a nuestros tiempos. Signo de los tiempos, dos sensibilidades se contraponen con respecto a la relación con los animales, por lo tanto el trato a los mismos: la que se relaciona de modo armónico y respetuoso, que representa la vecina, la pintora Bea (Rose Byrne), y la estirada y despectiva de Thomas, quien nos es presentado como responsable de la sección de juguetes en los grandes almacenes Harrod. Alguien que más que disponer de sentido lúdico tiende más bien a enumerar y clasificar todo, una mente cuadriculada que no tiene reparo en sorber con una pajita el agua de un retrete limpiado para corroborar que no hay mácula de suciedad. Es tan poco natural que en su apartamento parece que toca el violín cuando más bien finge ya que es la interpretación de un violinista en un disco. La impecable composición de Gleeson, sin forzar el histrionismo, matiza un personaje que evolucionará, modificando su actitud, como a su vez lo hará Peter.
La causa de la transformación que libera a Thomas de su enajenación, o sea, su engolado ensimismamiento, es la misma que determina el pasajero enajenamiento de Peter, quien traspasa el umbral del desquiciamiento en el combate con su antagonista. El motivo, del que tarda en tomar en consciencia, es que quien de alguna manera ejercía para él de madre sustitutiva, Bea, se siente atraída por Thomas. Y eso implica que él ya no sea centro de foco de atención. Una atracción sentimental en progreso que es contemplada por los cinco, en sucesión, en diversos escenarios, espectadores de una película que preferirían que se interrumpiera. De hecho, en ocasiones, y es otro de sus aspectos más sugerentes, la narración ironiza sobre su misma condición de relato (el instante en que se ofrecen dos versiones: según la voz en off si fuera otro tipo de relato, los padres, desde la ilustración que les representa, le aconsejarían a Peter que deje de lado sus celos y asuma que el amor se comparte, pero como es este tipo de relato, no dicen nada), sobre ciertas convenciones (la vestimenta en los animales: el zorro que corre eufórico en las fiestas gritando que está desnudo) y sobre el mismo personaje, o su presunción de héroe, cual relevo de su padre (es decir, presunto adulto), frente a la condición de comparsas de sus hermanas y sobre todo su amigo Benjamín (el instante, tras que Peter se tropiece, en el que la voz en off interroga sobre cuál es la frontera que separa al héroe del lunático). Peter se tropieza con su obcecamiento por sacar de encuadre a Thomas, justificándose en que es un falso, por lo que, inconsciente, obstaculiza la real modificación de carácter que está viviendo Thomas al enamorarse de Bea. Si Thomas parece que comienza a verse de otra manera, Peter no sabe aún verse a sí mismo, como no entiende esas pinturas abstractas de Bea. La toma de consciencia de que quizá la actitud de Benjamin sea más sensata que la suya será decisiva para su transformación. Quizá no sea el líder ni el héroe ni el modelo de conducta sino aún un aprendiz que necesita un correctivo de humildad para evitar los daños que causa su atolondramiento e inconsciencia.
La narración, aun irregular, entre ingeniosas ocurrencias y otras menos inspiradas, se despliega con exultante dinamismo. Destaca particularmente en excentricidades narrativas, como el montaje secuencial que condensa el porqué no es de extrañar que McGregor sufriera un infarto: su nada sana dieta alimenticia generadora de altas cotas de colesterol, o esa sucesión de planos de Peter y Thomas en diferentes medios de locomoción cuando retornan de Londres. El influjo de Tex Avery se percibe en las confrontaciones con Thomas, como su pelea con Peter en el estudio de Bea, interrumpida por la aparición de esta, o en los asaltos a la casa de Thomas, cuando trastocan la electrificación de la valla, que ha colocado Thomas, a los pomos de la puerta, o cuando Thomas es bombardeado con verduras, incluida la fruta a la que es alérgico, la mora, lo que suscitó la susceptible reacción de diversas organizaciones y asociaciones de alérgicos que la consideraron un “ataque deliberado” e “irresponsable” hacia las alergias alimentarias, por lo que exigieron las disculpas de la productora. Otro tipo de desquiciamiento en esta sociedad poseída por susceptibilidades y anatemas y otras crispaciones de las que el conejo blanco huiría no porque tiene prisa sino porque tiene miedo.
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