domingo, 25 de marzo de 2018
Muerde la bala
Sir Harry Norfolk: “¿Sabe quién ganó?” Sam Clayton: “No me interesa” Norfolk: “¿No le interesa saber quién ganó? Eso no es sólo increíble sino además no es norteamericano ¿Y qué le interesa a usted?” Clayton: “En este momento un empleo” Norfolk: “¿Cuánto le pagaba Parker, 50, 60 dolares al mes? Venciendo en esta carrera ganará más que en 3 años de trabajo” Clayton: “¿Y qué gana el caballo? Cólicos, huesos rotos...¿Ha visto morir a un caballo sólo para complacer al hombre que lo monta? ¿Y para qué? ¿Para que publiquen su foto? ¿Por la gloria?” Norfolk: “Algunos hombres sólo viven para ello” Clayton: “Al caballo no le importa quién gana la carrera...Ni a mí tampoco” Sam Clayton (excepcional Gene Hackman; afortunadamente Charles Bronson rechazó interpretar el papel), es un memorable personaje, el corazón (compasivo, indignado, 'despierto') de Richard Brooks, y por extensión de esta entrañable y reconstituyente obra, 'Muerde la bala' (Bite the bullet, 1975), de Brooks. El jinete mejicano que interpreta Miguel Arteaga debe morder una bala para cubrir el orificio de su muela extirpada hasta que sea atendido por un dentista al finalizar la carrera. La expresión 'Morder la bala' se refiere a mantenerse firme ante circunstancias dificultosas o dolorosas. Clayton es alguien demasiado tiempo acostumbrado a 'morder la bala' por el dolor que inflige la estupidez y la crueldad humana (su mirada ya le define en la secuencia de presentación, cuando socorre a dos caballos atados, uno, una yegua, con alambres en los belfos, y coge la cría que permanecía a su lado, para subirla a la grupa de su caballo y dársela a un niño en una granja). Clayton es un personaje 'necesario', es el último bastión de cierta integridad que parece ya de otro tiempo fosilizado (como la misma película, con ese aliento, de serena sabiduría, que pocos cineastas transmiten hoy en día, quizá con la excepción de Eastwood).
Clayton es una versión más elaborada, o desarrollada, del personaje que encarnaba Robert Ryan, el cuidador de caballos, en una obra precedente de Brooks, la magistral 'Los profesionales' (1966), otra obra de espíritu inspirador 'necesario', cada vez más. Clayton podría formar parte el aquel grupo. Son personajes de la misma estirpe. Como su amigo Luke (James Coburn), quien dice de él a otro personaje, “¿No conoces a Sam Clayton, protector de animales desvalidos, de damas en peligro, de niños perdidos y de causas también perdidas?”, podrían haber combatido con los personajes de Lee Marvin y Burt Lancaster en alguna revolución. Ambos, de hecho, combatieron juntos en la guerra de Cuba, ocho años atrás. 'Muerde la bala' es una obra hecha desde las entrañas, (a veces a golpe de machetazo, como el curso de un río con muchos meandros). Su impulso ejemplarizador y concienciador sabe a sangre y emoción descarnada que se revuelve por el dolor: Carbo (Jan Michael Vincent), con su arrogancia juvenil, hace alarde de su 'virilidad' dando un puñetazo en la cabeza a un asno, y recibe como lección un puñetazo de Clayton. Cuando Carbo agota a su caballo, al que azuza sin medida con sus espuelas, hasta matarle, tendrá que correr a pie perseguido por Clayton a caballo, quien le azuza con su brida, hasta que Carbo cae exhausto, y ordenándole después que entierre al caballo. Clayton le 'instruye', y logra que transfigure su sensibilidad, que actúe con humildad y empatía con cualquier ser vivo. Una instrucción que pasa por hacer sentir en la propia piel el daño que se inflige a otra criatura viva.
'Muerde la bala' resulta memorable por la hondura emocional de dos secuencias centradas en un monólogo, que además evidencian el desbordante talento literario de Brooks como guionista: en primer lugar, el último monólogo de Mister (Ben Johnson), junto al fuego, con Clayton como oyente; Mister es la encarnación de todas los arquetipos del oeste, del sheriff al camarero, pasando por el jugador o el jinete de rodeo, el limpiador de escupideras y el cowboy, entre otros, ahora el 'viejo', el crepúsculo, la sombra de un mito que se desvanece, la figura que no recuerda pero no tiene nada que olvidar, la figura que muere en silencio tras que, en sus últimas palabras, siguiera afirmándose en su irreductible coraje de seguir luchando, de seguir adelante frente a cualquier adversidad. Y, en segundo lugar, el imponente monólogo, a caballo, de Clayton, con Miss Jones (Candice Begen) como oyente, cuando relata aquel combate en la guerra de Cuba, con Roosvelt guiándoles a caballo, junto a la mujer que amó, cubana, encontrándose con que el enemigo había puesto como 'empalizada' protectora a los familiares de los cubanos que combatían con ellos.
Brooks azota con su brida concienciadora a cualquier actitud discriminatoria y despectiva, como la xenófoba (hacia el personaje del jinete mejicano: Clayton declara ante esos energúmenos, aunque no sea cierto, que uno de sus abuelos era mejicano) o misógina (cómo consideran como presencia anómala en la carrera a Miss Jones; o el menosprecio de Cargo usando el término 'zorra', a lo que Clayton le responde con furibunda contundencia: la mujer que amó Clayton era prostituta). En esta carrera de 700 millas, en sus diferentes etapas o recorridos por espacios áridos, pedregosos o boscosos, no faltan momentos brillantes de conjunción de hombres, animales y paisaje, en una obra que hace sentir que el caballo no es sólo parte del paisaje (instrumento utilitario del hombre, apósito o extensión del 'centauro', por lo tanto, en este caso, también metáfora de la instrumentalización inherente a la práctica del capitalismo), sino criatura que también siente, que posee su entidad (admirable y conmovedora la concisa secuencia en la que Norfolk, llorando, debe rematar a su caballo, porque se ha roto una pata). La conmovedora secuencia final (aun quedando pocos metros para cruzar la línea de meta Clayton no azuza sino que se detiene para dar agua de su cantimplora a su caballo exhausto) es toda una declaración de principios: la brida de Brooks azotando a esa compulsión competitiva por el éxito, por ser el número uno, abogando, en cambio, por la unión y la colaboración, por el compartir.
PD: No puedo evitar también transcribir un magnífico diálogo entre Luke y un lugareño, reflejo de esa excepcional capacidad creadora de ingeniosos diálogos, no sólo sentenciosos (como algunos que resplandecen sobremanera en 'Los profesionales), de Brooks: Luke: “Buenos días vecino” Lugareño:”¿Viene usted a quedarse?” Luke: “No, estoy de paso” Lugareño: “Entonces no es mi vecino” Luke: “¿Hace mucho que está aquí?” Lugareño: “Desde que llegué” Luke: “¿Este camino a dónde va?” Lugareño: “Que yo sepa a ninguna parte, siempre ha estado ahí” Luke: “¿Está lejos el pueblo?” Lugareño: “No lo sé, no lo he medido” Luke: “Según parece usted no sabe mucho” Lugareño: “Señor, tiene usted razón, soy un ignorante pero no soy yo el que se ha perdido”.
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