sábado, 24 de marzo de 2018
Ruta infernal
Ruta infernal (Hell drivers, 1957), de Cy Endfield, es una excelente producción británica que combina la opresiva tensión narrativa de El salario del miedo (1952), de HG Clouzot y la aspereza crítica de Mercado de ladrones (1949), de Jules Dassin. Con respecto a lo primero es proverbial cómo crispa progresivamente el relato sin dejar un mínimo momento de resuello, un modélico ejemplo de cómo conjugar acción externa, la tensión competitiva entre los conductores de camiones de carga y descarga de piedras, y acción interna, la que se ve generando entre los personajes, o entre la nota discordante que representa el recién llegado, Tom (Stanley Baker), y, primero, casi todos los otros compañeros, con una sola excepción, Gino (Herbert Lom), y después, la propia empresa, Hawlett. Con respecto a la aspereza crítica con respecto a las políticas laboral, no deja de ser un modélico ejemplo aun hoy, sin caer en explicitudes discursivas, de cuestionamiento de las estrategias empresariales para incentivar la competitividad entre sus trabajadores (para su propio beneficio), o como sugestionar con la idea de la consecución de un logro personal lo que es más bien un logro o beneficio para la empresa.
Tom (Stanley Baker) consigue el puesto de trabajo tras pasar una prueba en la que tiene que conducir un camión a toda pastilla por serpenteantes carreteras secundarias, despreocupándose (como le dice quien le 'examina') de los posibles vehículos o viandantes que puedan aparecer en cualquier de sus curvas. Por añadidura, se evidencia la despreocupación de la empresa con respecto a la suerte de sus trabajadores, ya que el camión tiene mal los frenos (detalle, por otro lado, que tendrá su relevancia en las secuencias finales, como ejemplo de brillante recurso de guión de ritornello). El sistema de trabajo es tan simple como brutal. Los conductores, cuyos camiones están numerados, compiten entre sí a ver quien realiza más viajes cada jornada, para ganar no sólo más dinero sino el incentivo que funciona como 'zanahoria' (una placa de oro). El número uno, quien ejerce de capataz y 'señor' en el grupo de los camioneros, es Red (Patrick McGoohan), bruto y carente de cualquier escrúpulo, quien ante la llegada de Tom ya remarca su 'dominio', con la connivencia de los otros compañeros: estos, sin avisarles, le hacen sentar en la silla que siempre ocupa Red en el bar, por lo que este, al advertirlo, le 'desaloja' expeditivamente con una patada a la silla que provoca que Tom caiga al suelo.
Tom sólo encuentra el apoyo de Gino (Herbert Lom), quien realmente se llama Emmanuele, pero, como dice, es italiano, así que acepta que le llamen Gino (un detalle añadido de la condición embrutecida de estos trabajadores, y sus desprecios al 'otro'). En las primeras secuencias en la empresa, Tom se muestra siempre elusivo con respecto a su pasado (no tiene tampoco carta de seguridad social), lo que sugiera lo que más adelante se explicitará: Tom ha estado un año recluido en la cárcel, lo que cargará de tensión añadida el relato, por el rechazo y discriminación que suscita. A este respecto, no está de más señalar que Cy Endfield, co autor del guión junto a John Kruse, fue otro de tantos que abandonó Estados Unidos cuando fue perseguido por el Comité de Actividades antiamericanas. Como, por ejemplo, Joseph Losey, decidió trasladarse a Gran Bretaña, donde firmaría sus cinco primeras películas con seudónimo. En esta ocasión, aparece acreditado como C Raker Endfield.
Por un lado, Tom se confronta con el rechazo familiar, o en concreto, materno, en la magnífica secuencia en la que visita a su hermano, ya que, en cambio, su hermano Jimmy (David McAllum), que usa muletas, le recibe con cálido afecto. En Cambio, la actitud de su madre, está cargada de reproches. Acusa a Tom de ser responsable del estado de Jimmy (hurgando sin piedad en la herida de la culpa que siente Tom), y rechaza el dinero que les ofrece, porque, para ella, su dinero siempre será sucio, aunque lo haya ganado con un trabajo legal como el que ahora tiene de camionero. Para la madre no existen las segundas oportunidades, ni la redención. Por otro lado, se encontrará con una virulenta hostilidad y discriminación en el ambiente laboral, tras que Red y sus compañeros provoquen una pelea en un baile, y Tom decida, dado sus antecedentes, marcharse para evitar posibles complicaciones. Esa marcha acentuará, ya de modo irreversible, el agresivo rechazo de sus compañeros. En primer lugar, esa misma noche, intentarán casi lincharle esa noche. Posteriormente, cada día, le harán la vida imposible en el trabajo, saboteando todo lo más que puedan su labor.
Enfield conjuga de modo admirable la febrilidad de las secuencias de conducción, en pocas ocasiones superadas en el cine posterior, con esa carga asfixiante de tensión que va creando en la emponzoñada relación entre los personajes. El remate supondrá la revelación para Tom de la abyecta alianza entre el director de la empresa y Red, quienes se están quedando buena parte del dinero que subvenciona la empresa (lo que correspondería a cinco camiones). No sólo es que estén pagando menos dinero a los trabajadores, sino que han creado una pérfida estrategia de empresa: incentivar a los camioneros en un enajenador frenesí para realizar el mayor número de carreras y conseguir esa anhelada recompensa que creen que arreglara su vida, pero que se revela inviable, porque por mucho que se esfuercen, como el mismo Tom cuando consigue la mejor marca, el sistema está 'trucado', por lo que el beneficio siempre será para Red y el director. La secuencia final, aun cuando deje espacio para la justicia poética, está narrada de modo cortante. No hay liberación catártica posible en este impecable retrato de las deshumanizadas dinámicas de empresa que aún perviven en nuestros días.
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