sábado, 3 de marzo de 2018
Errementari (El herrero y el diablo)
Sombras y demonios o los cautiverios de las emociones. El gargantúa es una atracción recurrente en las fiestas locales vascas, por ejemplo en Vitoria desde 1923. Los niños se introducen por la gran boca del gigante para salir por su trasero. Lo terrible se aúna con lo grotesco, lo tenebroso con lo hiperbólico. Como en la opera prima del vitoriano Paul Urkijo, 'Errementaria (El herrero y el diablo)', que parece otra atracción carnavalesca. No aparece Gargantúa pero se dice de Patxi (Kandido Uranga), el herrero de un pequeño pueblo de Alava, que se come a los niños. La acción transcurre en 1833, 21 años antes de la creación del primer gargantúa en Bilbao, y diez años después de la finalización de la primera guerra carlista. Comparte con 'Handia' (2016), de Jon Garaño y Aitor Aguirre, escenario rural, años de posguerra carlista, tenebrismo visual y actores, Eneko Sagardoy, allí el joven que padecía gigantismo, y aquí demonio de nombre Sartael, o Ramón Uriarte, allí el padre que tenía que decidir qué hijo iba a la guerra cuando los militares le requerían uno de ellos, y aquí, Alfredo, el comisario de la Diputación que llega al pueblo para registrar la propiedad de Patxi (por razones que prefiere no compartir).
Como en ciertas producciones de la Hammer, un extraño llega a un pueblo en cuyas inmediaciones hay un lugar (castillo, mansión o herrería) de carácter siniestro, sobre el que le avisan, o del que temen hablar. Pero este personaje no será quien conduzca la narración, sino que más bien abrirá la narración a otras perspectivas, las de los lugareños, en especial, la de una niña, Usue (Uma Bracaglia), con parte del rostro abrasado, que parece estar relacionado con la muerte de su madre. Usue prefiere sus juegos solitarios a asistir a misa como el resto, y sufre el desprecio de los otros niños, por los que, por otra parte, no se deja arredrar. Por su actitud díscola, no deja de ser para otros como un 'monstruo', como el propio Patxi. Y este es un relato de monstruos y sombras que se relacionan entre sí, pero quizá no se relacionen con lo que parecen. Por eso, una de las cualidades más singulares de esta sugerente obra es cómo el curso del relato se define por cambios de dirección que modifican la percepción sobre los personajes y acontecimientos.
El relato, en principio, juega con la sugestión, con la imagen que se transmite de Patxi, por los acontecimientos violentos de la introducción (que le confieren una cualidad sobrenatural, relacionada con un pacto con el diablo), y por ese escenario lóbrego en el que vive, con empalizada decoradas con cruces, como el jardín con cepos, y un interior dominado por las sombras, casi sulfurosas. El trabajo visual remite también al de las producciones de la Hammer, al que desarrollaron Jack Asher o Arthur Grant, por su elaborada y táctil composición cromática, más pictórica que realista, en concreto por su paleta de colores intensos, que parece que vayan a salir despedidos de la pantalla, como si estuvieran fraguados, en consonancia con las emociones sulfuradas contenidas bajo las apariencias,y que el relato irá desvelando.
Las sombras tienen protagonismo en varias direcciones. En el interior de su herrería, Patxi nos es presentado en sombras, lo que ya es un indicio de que las percepciones pueden ser difusas, como esa niebla que domina la introducción. Quien en principio parece la figura que proyecta temor quizá sea una figura dominada por las sombras de la desesperación y el remordimiento. Del mismo modo que un niño enjaulado quizá no sea lo que parece sino algo terrible, quizá lo que parece terrible sea alguien torturado por su pasado, por una herida que creció en forma de quemadura con la que sigue bregando con dolor y furia, como un demonio que abrasara su interior. Esa es su particular jaula de la que no ha logrado liberarse, su infierno interior. Por eso, quien le persigue, quien desea registrar su herrería en busca de un oro oculto, quizá sea su propio demonio, ese que que le sigue persiguiendo como una sombra. Como son las sombras las que dominan la evocación en esa excelente secuencia que nos revela cuál es la naturaleza de su herida no cerrada, de su quemadura no cicatrizada. Y que este el relato de una mano que golpea un tizón ardiendo como si lo hiciera a sus propias entrañas
Por eso, 'Errementari' es una obra que sorprende con sus giros de dirección, porque además de modificar, amplían perspectivas, y dotan de más capas a un relato que no sólo es una festiva celebración de sombras siniestras que sabe mantener el equilibrio entre lo grotesco y lo tétrico. Su genuina condición carnavalesca se despliega sin que el humor distanciador neutralice esa densidad emocional que se va revelando, y transfigurando la percepción del relato, cuando la apariencia, o mera sombra, de lo que se teme como monstruo, deja entrever sus propias sombras, la monstruosidad inherente en su herida, esa relacionada con la ofuscación de las emociones más elementales, cuando la realidad frustra nuestras ilusiones o sentimientos, y la mente se desquicia con el demonio del despecho.
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