jueves, 18 de enero de 2018
Entre dos juramentos
En las primeras imágenes de 'Entre dos juramentos' (Two flags west, 1950), de Robert Wise, unos prisioneros confederados se encuentran en una desvencijado almacén, surcado por rayos de luz que entran por las rendijas de las maderas, y que hacen cuerpo de su circunstancia quebrada, herida, de su mundo desintegrándose. Estamos en los estertores de la guerra civil, y la derrota del ejercito confederado se percibía en el ambiente, como si fueran espectros que no quieren desvanecerse. En diciembre de 1863, Lincoln promulgó una proclama por la que se podía conceder amnistía a los prisioneros, sobre todo los de caballería, si aceptaban unirse al ejercito de la Unión o nordista en los fuertes que tenían en la frontera, en Nuevo Méjico, donde batallaban contra los indios. Y eso es lo que propone el capitán Bradford (Cornel Wilde) a los veteranos combatientes de la Compañía de Georgia, comandados por el coronel Tucker (Joseph Cotten), quien logra convencerles de que subordinen su orgullo a poder seguir viviendo con cierta dignidad, como si fueran despojos que niegan su condición inminente.
'Entre dos juramentos', es un notable western con guión del también productor Casey Robinson, quien desarrollaría el argumento de Frank S Nugent, a quién se le ocurrió la idea documentándose para 'La legión invencible' (1949), de John Ford. Aunque es con 'Fort Apache' (1948), con la que más conecta, en especial en las convergencias de los perfiles del personaje de Henry Fonda, trasunto del general Custer, en la obra de Ford y, en la de Wise, del mayor Kenniston (Jeff Chandler), quien comanda Fort North. No se lo pondrá precisamente fácil a los confederados. Es un personaje amargado, porque se siente 'confinado' en ese destino, lejos de la guerra, porque una de sus piernas es ortopédica, y porque además perdió a su hermano en combate, lo que acrecienta su impotencia y frustración, que transfiere, por otro lado, a su relación un tanto posesiva (en la que los sentimientos se enmarañan en su raíz) con la viuda de su hermano, Elena (Linda Darnell). A este respecto es brillante una ingeniosa asociación con la meteorología. En el patio del fuerte se levanta una intensa polvareda por el fuerte viento. Acto seguido, Kenniston se entera de que Elena se ha marchado (pese a que la había casi instado a que no lo hiciera) con una caravana, lo que levanta otra polvareda en su interior, la que ciega su discernimiento en general. Porque, por añadidura, lo que hace más atractiva la complejidad del personaje ( y convertirle en corrosivo reflejo de los tiempos en que se realizó esta película), es que califica tanto de 'rebeldes' a los confederados como a los indios. Desprecio y rechazo en los que al fin y al cabo busca afirmarse ciegamente, lo que le impele a cometer un grave error,devolver muerto al capturado hijo del jefe indio, como mero gesto de soberbia de quien no se pliega a ninguna 'exigencia' ajena.
Hay que recordar que en aquellos años estaba en pleno apogeo las actividades del comité de actividades antiamericanas, la 'caza de brujas', o la caza de 'rebeldes' comunistas. El mismo Wise explicitó que esa cuestión subyacía en 'Ultimatum a la tierra' (1951), a través del extraterrestre Klaatu que llegaba a nuestro planeta para advertir que sería destruido sino renunciábamos a nuestras inclinaciones beligerantes. Kenniston es un personaje que huye de sí mismo, de asumir la realidad, y se empecina en ser quien no puede ser. Si en la secuencia en que devuelve al hijo muerto del jefe indio, escuchamos el disparo que lo mata fuera de campo, desde fuera del fuerte, las puertas cerradas cobrarán relevancia de nuevo en el 'sacrificio' final. Tras la magnífica y larga secuencia del asedio de los indios, con descarnados detalles como el soldado que cuelga de un madero al caer abatido por una flecha ardiendo, o la madre que en el fragor de la batalla calma a su hijo en brazo diciendo que pronto todo terminará, Kenniston asume que para salvar el resto de las vidas bajo su protección debe ofrecerse como sacrificio. En un dilatado plano general vemos cómo Kenniston sale al exterior del fuerte, en donde sólo discernimos humareda ( la de su ceguera anterior), y las puertas se cierran tras él. Segundos después escuchamos su grito. A la mañana siguiente, de nuevo, en un sólo plano, la puerta se abre, y ya no hay rastro de los indios, sólo el cadáver de Kenniston. Pero aún resta otro detalle amargo. Pese a que nordistas y confederados han estado unidos frente a los indios, llega la notificación de que la guerra ha concluido con la victoria de los primeros. Los nordistas entonan un feliz canto, mientras los sudistas 'encogen' su gesto apesadumbrado, hasta que, con determinación no exenta de sombras, entonan el himno de los confederados. A la mañana siguiente, Tucker y Elena conversan ante las tumbas, y ante la confesión de Tucker de no saber qué hacer, si volver a su ciudad natal o qué, Elena le replica, o advierte, que espera no acabe como Kenniston, entre la irresolución y la amargura. La propuesta de ayudarla a reconstruir su casa incendiada, es la apuesta por un mañana que pueda ser mejor para todos (sin distinción ni discriminación).
No hay comentarios:
Publicar un comentario