viernes, 22 de diciembre de 2017

Columbus

La arquitectura de la intemperie: figuras que buscan, figuras que desaparecen. La insignificancia y fragilidad de unas vidas frente a la magnificencia de unos edificios, el escenario de una vida en el que te puedes sentir, en ciertos momentos, como un fleco que no encuentra la conexión, o se siente desvanecido entre tantos otros. Columbus, es una localidad de Indiana que se ha convertido en lugar de atracción turística para aficionados a la arquitectura, por la serie de singulares edificaciones modernistas, obra de reputados arquitectos como I.M Pei, Eero Sarinen, Deborah Berke, Richard Meier o James Polshek. Es una ciudad que parece una vitrina, un Olimpo en el que la misma armonía parece música espacial, como si las fisuras y el desorden hubieran sido desterrados. Esa es la impresión que transmiten las exquisitas composiciones de Elisha Christian para 'Columbus' (2017), la opera prima del cineasta coreano, afincado en Nashville, Kogonada, seudónimo inspirado en un guionista de Akira Kurosawa. Aunque la principal inspiración de sus estáticas composiciones, así como de la relevancia figurativa y significante de los espacios y su sentido de la duración o aliento narrativo, sea Yasujiro Ozu. También por el contraste entre las emociones desorientadas, desvalidas, de los personajes y la armonía misma de los encuadres, asimetrías y simetrías en forcejeo, esa sutil dinámica que se escancia como música, propulsada por la bella ingrávida banda sonora de Hammock.
“Pienso que el cine es el arte de la duración. La arquitectura es el arte del espacio. También construye nuestro sentido del vacío. Nos hace ver la nada y la ausencia de una manera que, sin ello, es casi invisible para nosotros. Una vez que descubrí la arquitectura de Columbus, necesité profundamente que fuera parte una parte de la primera película que hiciera”. En las primeras imágenes, una mujer, Eleanor (Parker Posey) busca a alguien. Recorre amplias estancias de una casa con grandes cristaleras. Encuentra a ese hombre, en el también amplio jardín, contemplando la distancia. No vemos su rostro, está de espaldas. En el siguiente plano, también general, y con notoria profundidad de campo, en primer término, bajo un atrio, Eleanor habla por el móvil mientras el hombre se aleja para coger su paraguas y desaparece al fondo, por una esquina del encuadre. Eleanor se vuelve, y echa a correr. En el siguiente encuadre, se revela que el hombre se ha desplomado. Esta introducción, por la utilización de los diferentes recursos expresivos (composiciones, profundidad de campo, interrelación figuras con espacio), sedimenta el talante, diría incluso, el sutil temblor, que se estira (como un gato en sueños) en la serena narración. Búsquedas, desapariciones, la vida que parece dar la espalda, indefensión, desorientación.
La narración se centrará en dos personajes que coinciden cuando les separa una verja, como también, uno y otra, sienten que una verja les separa de la vida. Jin (John Cho) es el hijo del hombre que se ha desplomado, un reconocido arquitecto, que está ingresado en el hospital, en coma. Traduce literatura, pero parece sentirse como si no lograra traducir la vida, o esta le esquivara con frases que no logra articular para sentir que habita la vida. En sus secuencias de presentación se alterna su diálogo con Eleanor, la asistente de su padre, con su exploración de la amplia habitación que ocupaba su padre en un lujoso hotel de construcción edwardiana. Esa alternancia evidencia su desajuste, como quien se desenvolviera por la realidad como un resorte agarrotado. Su espera de acontecimientos también refleja su circunstancia vital entumecida, como quien permanece abducido por una desbordante actividad laboral. Su vida no parece tener raíz u hogar, como si esa constante actividad distrajera del discernimiento de que realmente se ha desplomado, y quizá padezca cierto tipo de coma vital. Incluso, sus sentimientos parecen haberse quedado atrás, como si hubieran quedado encallados, quizá porque ni los expresó ni había asumido que no fueran correspondidos.
Casey (Haley Lu Richardson) es una bibliotecaria y guía que renunció a sus estudios de arquitectura. En vez de desplazarse para realizar sus sueños, decidió anclarse como el apoyo que considera que su madre necesita. Optó por convertir su vida en un anaquel o una casilla en la que permanecer inmóvil, como los libros que clasifica como bibliotecaria, como si suministrara seguridad e inmunidad, raíz y hogar, a la desorientación que sufrió su madre por su pretérita adicción a las drogas. Como si su presencia imposibilitara su recaída. Casey y John establecen una pasajera conexión, que no es la de los amantes, sino la de dos seres a la deriva, que mutuamente se reflejan en su desorientación. Casey muestra a Jin sus edificaciones favoritas. En principio, expresa su admiración a través de palabras que parecen neutras, como las de una guía. Jin demanda impresiones personales, por qué son sus favoritas, qué suscita en ella. En cierto momento, Casey alude a la consideración de Polshek sobre la posible condición curativa de la arquitectura. La relación que se construye entre ambos, como ese puente acristalado que contemplan desde la orilla del rio, sí resulta curativa, como si liberaran tapones vitales. Las emociones se exponen, incluso se liberan como la convulsión de una herida que se ha retenido demasiado tiempo, como una danza febril. Ante un edificio acristalado, el primer banco que no dispuso de una construcción acorazada, cerrada, Casey comienza a exponer lo que siente. Ante otra, descubre que su madre no es tan transparente en su relación como ella pensaba. Una revelación que impulsa su determinación de construir su propia vida, y eso implica desplazamiento, y no anclas. El grupo Hammock compone una extraordinaria banda sonora que se acompasa como una segunda piel a la narración.

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