En cierta secuencia, Allen utiliza con sutil ironía el cartel de una película, la magistral 'Winchester 73' (1950), de Anthony Mann. En este un un fusil pasaba de unas manos a otras, expresión de la volubilidad y el dominio de la ofuscación de las emociones sobre la razón. Se aprecia al fondo del plano, a la espalda de Mickey tras que este haya conocido a Carolina. Otro de los aspectos más sobresalientes de la obra es la ocurrencia de que el narrador sea él mismo personaje en la acción, lo que potencia la reflexión sobre la misma naturaleza ficcional de nuestra relación con la realidad, entre torpes dramaturgos e intérpretes. Mickey se dirige hacia cámara, y en ocasiones plantea reflexiones que no difieren de las que se puede plantear, como si fuera consciencia de su propia inconsistencia, la propia Ginny: ¿En qué medida dependemos del destino o de nuestra voluntad?¿En qué medida somos responsables de nuestra propia vida, de lo que frustramos o de lo que no logramos realizar? ¿Qué es lo que escribe la realidad?¿Te cruzas con alguien y a la casualidad la denominas destino con lo que justificas decisiones que sino no tomarías?¿No habitamos un escenario de representación que intentamos dotar de coherencia, y en el que intentamos sostenernos sobre un ilusorio equilibrio, como un noria o un tiovivo que soñamos con que no deje de dar vueltas, o no será más bien una condena, una rueda que meramente chirría aunque intentemos adornarla con luces y colores? Mickey se interroga y reflexiona como si la realidad o las relaciones sentimentales fueran una partida de ajedrez, pero los jeroglíficos de los sentimientos parecen siempre superar a las cartografías de la razón. Cuántas veces no nos inclinamos por lo que advertimos (o más bien advierten miradas ajenas) como opciones sentimentales más razonables, sino que nos dejamos arrebatar y arrastrar por las mareas de emociones que nos desbordan y ofuscan, como un sueño que nos apresa cautivos (como aquella noria que aplastaba al niño humanoide en la desoladora secuencia culminante de 'Inteligencia artificial', de Steven Spielberg). Las llamas de las emociones arden, como las de las frustraciones y amarguras, como un niño que protesta porque la realidad sea más bien un engaño, o no como se soñaba, como el hijo de Ginny, en feliz ocurrencia de contrapunto, no puede contener sus arrebatos pirómanos.
jueves, 21 de diciembre de 2017
Wonder wheel
La noria de lo sueños quemados. Nos engañamos para poder sobrevivir, apunta Mickey (Justin Timberlake), el socorrista aspirante a escritor, cuando alude a las reflexiones que plantea la obra teatral de Eugene O'Neill 'The iceman cometh', que dispuso en 1973 de una admirable adaptación de John Frankenheimer. Para los inadaptados, despojos, personajes al margen de la sociedad (alcohólicos, prostitutas, revolucionarios fracasados…) que frecuentan el herrumbroso local regido por Harry Hopes, quien lleva años años sin salir a la calle, hay una figura que representa la pervivencia de su autoengaño, Wikes. Sus dos visitas anuales son como la navidad, fechas ritualizadas que les hace sentir la ilusión de que hay boyas en el trayecto, y por ello un horizonte, y no se están ahogando realmente, flotando mientras tanto en el vacío. A quien Mickey se lo comenta es a Ginny (Kate Winslet), una camarera que un día soñó con ser actriz, que vive en una casa junto a una noria (wonder wheel), con un segundo marido, de nombre carrolliano, Humpty (Jim Belushi), quien rige un tiovivo. Pero su vida tiene poco de país de las maravillas, y sí de ilusión rota. Vive junto a una atracción de feria, pero su vida es más bien como un mecanismo encasquillado. Aunque aún sueña con que se pueda mantener sobre el muro, sin caerse, ni haberse ya caído, como Humpty Dumpty, como si no se hubiera ya quemado su vida, o ella misma la hubiera quemado.
En cierta secuencia, Ginny relata cómo se siente responsable de la ruptura de su primer matrimonio, con alguien que sí amaba, cómo propició su fracaso por sus propios errores, y cómo ahora vive con alguien que, en cambio, le hace sentir lo que no es el amor, ya que no es sólo gratitud y compañía. Su vida, por tanto, se rige por la falta. Se lo expresa, además, a su particular Wikes, con quien mantiene una relación sentimental durante este verano de principios de los 50, Mickey, el escritor que vuelve a dotar de relato a su vida, el socorrista que ayuda a que deje de sentir que se ahoga en su vida anodina. Durante el plano sobre su rostro, la tonalidad cromática y la gradación de luz varía. No es habitual en el cine contemporáneo este uso significativo de color y luz, recurso en el que Allen, con la colaboración de Vittorio Storaro, reincide en otros relevantes momentos de la narración, como en un diálogo que mantiene Ginny con Carolina (Juno Temple), la hija del primer matrimonio de Humpty, que este vuelve a acoger en su casa pese a no hablarse desde que ella se casó con un gangster, y que se convertirá en la interferencia en el sueño de Ginny.
Woody Allen delinea su obra con una de las puestas en escena más elaboradas de su filmografía en lo que va de siglo: cuándo dilata largamente un plano, siguiendo los movimientos nerviosos de un personaje, y cuándo corta significativamente a un primer plano de otro personaje (representación/tajo de lo real); una elipsis cortante que es fundido en negro y una herida que no se cerrará porque fulmina cualquier remota posibilidad de la realización de un sueño). Aunque haya deparado su obra más floja, 'A Roma con amor' (2012), en una década, más fructífera de lo que se ha señalado, con obras tan notables como 'Midnight in Paris' (2011), 'Magia a la luz de la luna' (2014), 'Irrational man' (2015) y 'Cafe society' (2016), 'Wonder wheel' alcanza la excelencia de sus más señeras obras.
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