viernes, 22 de diciembre de 2017
Una vida a lo grande
Vida reducida, mente ampliada. En esta sociedad que busca ávida el beneficio para así degustar cualquier lujo que apetezca resulta recurrente, para la mentalidad empresarial, una medida que se considera necesaria al respecto: la reducción de gastos. Economizar es la clave para ampliar los beneficios. Una opción habitual es la reducción de plantilla, esa masa indiferenciada de peones. Por eso, reducir el tamaño puede ser una medida oportuna: no sienten que han sido despedidos sino que pueden acceder a los lujos a los que tantos aspiran (o se incentiva aspirar): los precios se acompasan al tamaño: por eso, se puede vivir en una mansión con cualquier disfrute recreativo accesible, en vez de sufrir, en la realidad a escala convencional, el estrangulamiento de las dificultades para conseguir un préstamo que posibilite un nuevo hogar, como es el caso de la pareja que forman Paul (Matt Damon) y Audrey (Kristen Wiig). Por esas restricciones deciden reducir su tamaño, para vivir no sólo una vida desahogada, sino a todo lujo. Aunque el propósito de quienes hayan conseguido ese logro científico fuera más bien evitar la sobreexplotación de la tierra, como medida respetuosa con el medio ambiente. Pero ya se sabe que para un amplio porcentaje de los seres humano el primordial medio ambiente es uno mismo y sus extensiones, aquellos a los que considera los suyos. A eso se reduce su perspectiva. Por eso, el título original de 'Una vida a lo grande' (2017), de Alexander Payne. Reducción (Downsizing), dispone de mordaces aristas.
En una de las obras previas de Payne, 'A propósito de Schmidt' (2003), Schmidt (Jack Nicholson), un jubilado que había vivido su vida como quien ejecuta, en forma de bucle, las mismas acciones en las mismas casillas (su despacho y su hogar), decide asistir monetariamente a un niño africano, con el que, además, se cartea, una buena excusa de descarga para, por fin, dotar de relato a su vida comprimida en una restringida trama, conducida por otros (su empresa, su esposa), pero, al final, por otro lado devendrá el reflejo que evidenciará como una lágrima tardía la intemperie consustancial a una vida desperdiciada, fútil y anestesiada que no había influido en nadie. No difiere de la vida estacionada del protagonista de 'Nebraska' (2013), Woody (Bruce Dern) ¿Por qué como una falena que se golpea contra la luz de una bombilla se encamina una y otra vez hacia otro estado, Nebraska, para recorrer cientos de kilómetros andando en busca del premio que cree haber conseguido? El engaño y la decepción se retorcían en el gesto enajenado de quien persigue lo que no logró conseguir, como si su vida fuera el atropello de una falsa promesa. Ambos personajes viven un trayecto físico que implica una modificación, una asunción, la comprensión de una derrota, o la consecución de una victoria provisional, aunque sea en forma de gesto pasajero, recorrer con el coche de su hijo la calle de su pueblo natal, como si por un instante no fuera alguien que meramente ve pasar los coches, o sea, la vida. Paul es un proyecto de vida de Woody y Schmidt. En las primeras secuencias, Payne planifica igual la entrada a casa, cuando llega con comida para su madre, que cuando tiempo después lo hace para su esposa. Varían sólo las figuras. Es un proyecto de vida estacionaria, pero las restricciones financieras determinan decisiones extremas. Aún más, por su condición de hipérbole, en esta fábula vitriólica.
En 'Una vida a lo grande' hay un trayecto, un desplazamiento (de grande a pequeño, pero también lo será territorial, de Estados Unidos a Noruega), e implicará una modificación de perspectiva (de mirada): La reducción de tamaño físico devendrá, como dirección imprevista, una ampliación de la mente. En principio, por la consciencia de la inconsistencia de lo que consideraba su propia firme realidad (o relación afectiva). Queda entonces sólo la carcasa de esa pompa de jabón de lujo, como el falso premio que no era sino una estrategia promocional en 'Nebraska'. En este caso la decepción ejercía de puntilla de un fracaso en retrospectiva. En 'Una vida a lo grande' afecta a un proyecto de vida, como la extracción de un sueño. Con la particularidad de que el despertar se realiza en un escenario de realidad, una versión en miniatura, una amplificación del simulacro que no dejaba de ser su realidad (o ilusión de realidad), con sus espejismos y distorsiones. En su trayecto de conocimiento Paul dispondrá de un par de contrastes o contrapuntos. Conocerá a quien vive en la escala inferior de la carencia y la precariedad. No es un niño africano que se adopta para que puede ser alimentado, sino una mujer vietnamita, Ngoc (Hong Chau), otra de tantas inmigrantes que quieren encontrar su oportunidad en Estados Unidos, pero que colisiona con las poco receptivas directrices actuales de quien gobierna en el país. Por supuesto, si encuentra su lugar no será para poder vivir los lujos a los que sí puede acceder el americano medio. Su función en ese escenario miniaturizado es el de mujer de la limpieza. Su lugar, su espacio, en los márgenes de la precariedad, con un muro como separación, donde predomina la indiferenciada y masificada carencia en el escenario amorfo de la colmena (que por supuesto no carece de las correspondientes pantallas anestesiadoras). La sociedad de la supuesta tierra de las oportunidades no lo pone fácil. Discrimina. A no ser que se recurra a la picaresca, como es el caso de otro inmigrante, este europeo, Dusan (Christoph Waltz), quien, como adaptable criatura fluctuante, sabe explotar el mercado para su conveniencia porque sabe que la clave es crear necesidades y deseos para enriquecerse con su suministro.
Paul recorre la otra dirección, hacia la vida reducida real, sea en el tamaño físico que sea, como forma de conocimiento, el conocimiento de nuestra propia insignificancia, como contrapunto del atropello de nuestra arrogancia. Lo primero queda evidenciado en las hermosas secuencias en los fiordos noruegos, por el espacio y el mismo imponente silencio (o carencia de ruido), y lo segundo se ratifica por la confirmación del irremisible cataclismo ambiental debido a los desmanes de la indiferencia del ser humano (esa que ha despreciado las recomendaciones del G8 porque ponen en peligro los beneficios empresariales, y al ciudadano medio sólo le importa su propio ombligo, y consumir todo lo que pueda conseguir, siempre presto a desenfundar la excusa de la necesidad de supervivencia).
Payne orquesta una narración irregular, con secuencias brillantes (el proceso de reducción) o emotivas (la llegada al poblado noruego), y una tónica excesivamente neutra (como el mismo empleo convencional de la música), oscilando entre apuntes mordaces y cierta vena discursiva que deshilacha, como brotes excesivos, el curso del relato. En ocasiones, se echa en falta que abundara en ciertas direcciones que apunta, o directamente que hubiera optado por otras. En otras, parece que se acomodara a la opción de la arista más mullida, valga la paradoja, como representa el vivaz carisma histriónico de Christoph Waltz que se repite como si él mismo fuera un repertorio grato de recrear una vez más. Por eso, la vena sombría resulta demasiado confortable, o amable. Por eso, la obra no cala y rasga con la necesaria melancolía, como quizá debiera. Esa que vibraba durante todo el relato de 'Nebraska' y culminaba en el hermoso gesto victorioso pasajero de Woody. Aquí, la excelente secuencia final más que culminar condensa lo que podría haber sido en su totalidad, una forma de sintetizar ideas con una emoción precisa y contenida a través del uso de la mirada.
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