miércoles, 12 de noviembre de 2014
Finales de agosto, principios de septiembre
Fundidos en negro y mudanzas. Vidas, relaciones, que se interrumpen. Vidas, relaciones, que no acaban de definirse, o consolidarse. Tránsitos, cambios, inconstancia, vacilación. En 'Finales de agosto, principios de septiembre' (Fin aout, debut septembre, 1999), abundan las secuencias interrumpidas por un fundido en negro. Acciones, diálogos, situaciones, que no concluyen. Hay quienes se mudan de piso, hay incluso quien lo hace varias veces, como Gabriel (Matthieu Amalric), quizá porque no sea muy constante, más allá de que sea su situación material más bien precaria, algo en lo que, también, parecen coincidir bastantes de los personajes, buena parte de ellos relacionados, en distintas facetas, con el mundo editorial. Hay quien, como Adrien (Francois Cluzet), tras alcanzar los cuarenta, años, piensa que su vida sigue siendo un bosquejo, teñido de sensación de fracaso, aunque haya publicado varias novelas y tenga un cierto renombre, aunque sea en limitados círculos. Como Gabriel, siente su vida como provisional, suspendida en lo incierto, como adolescentes que aún no logran perfilar su realidad, y siguen forcejeando con sus sueños, o entre sus aspiraciones y la realidad, entre finales de agosto y principios de septiembre, esas fechas en las que se espera perfilar y definir el curso de la vida, con el inicio del curso laboral, tras la pausa del verano. Sus vidas parecen en permanente reinicio, entre fundidos en negros y otros reintentos.
Gabriel se muestra bastante susceptible, funciona a sacudidas temperamentales. Parece que intenta involucrarse con todo, en proyectos de trabajo o en las relaciones, pero parece que siempre se descentra. En las relaciones, hay momentos en que no sabe si va o viene, qué quiere, qué siente, como en su relación de rupturas y reinicios con Anne (Virginie Ledoyen). A veces se deja llevar por la inercia, en otras por el arrebato de quien quiere que la realidad se amolde a sus apetencias, como cuando reprocha a Anne que aparezca en el hotel cuando le había dicho que no lo hiciera porque quería estar centrado en la elaboración de su reportaje sobre Adrien. O a veces, sí le ilumina la lucidez, como su consideración de que su anterior pareja, Jenny (Jeanne Balibar) desee recuperar su relación más bien guiada por el recuerdo, o por una añoranza abstracta, de una estabilidad, de un sueño que se convirtió en proyecto en común, que en las decepciones o colisiones. Adrien recuerda cómo llegó un momento en que ella se crispaba con casi todo lo que hacía o decía. Reacciones temperamentales, curiosamente, que parece que hablan más de él, como la misma que tiene con ella en un bar.
Predomina la inestabilidad en la vida de los personajes principales, como si no lograran enfocarse, ni a ellos mismos ni a la realidad, como si no lograran completar el trazado de sus deseos, como si les costara definir cuál es el mismo trazo que quisieran realizar. Como si su vida se configurara con diversos brochazos que incluso parecen contradecirse. Por eso, los fundidos en negro, ese montaje abrupto que refleja esa desorientación, esa cámara descentrada, que tiembla porque busca encontrarse, en muchas ocasiones, entre reflejos interpuestos. En el mismo aspecto de Adrien se aprecia, en sus diferentes cortes de cabello. Hay una enfermedad que le mina, que aparece y reaparece. La muerte pende sobre él como amenaza; inicia una relación con una chica que inicia una andadura en su vida, Vera (Mia Hansen-Love), mientras mira a su pasado con la mirada disconforme, la mirada que se encorva como si le pesara la bilis de la insatisfacción. Cuando muere, debido al éxito de su última novela, su nombre ya pertenece a todos, como constata cierto lector. Vivo se sentía en los márgenes, como si nadie le viera; muerto, ya es pantalla fija que admirar. Antes, intentaba dirimir, como otros personajes, a qué o quién pertenecen. Vera viaja en autobús, y el montaje se atropella en su sucesión de rostros diversos en la circulación de la realidad, a veces, incluso, son planos en los que no se distingue nada. En la secuencia final, Adrien la ve caminando por la calle, besándose con otro chico. Ha reiniciado su vida, con otro rostro en su encuadre vital. En otros momentos de su vida, quizá no distinga nada. Adrien sigue con sus vacilaciones, a ver si culmina su proyecto de novela. Un fundido en negro y finaliza una obra sobre vidas que no concluyen porque sus personajes seguirán intentando perfilar sus vidas, de mudanza en mudanza, hasta que el fundido en negro definitivo, la muerte, les interrumpa. Mientras, a ver.
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