martes, 14 de octubre de 2014
El gran Gatsby
En 'El gran Gatsby', la novela de Francis Scott Fitzgerald, la primera aparición de Gatsby es como una figura indefinida, sin rostro, sin perfilar, en la distancia, que mira hacia la distancia. Una incógnita avistada a través de otra mirada, la del narrador, Nick Carraway. Es una figura, antes de visibilizarse, objeto de variadas especulaciones sobre su pasado y condición (desde espía a asesino). Es la imagen de la prosperidad, que atrae, como la miel, a todos aquellos ávidos de ser participes de los lujos y placeres derivados de esa prosperidad, y vivir, y celebrar, la ilusión de que no hay límite que pueda ser superado, como si a la vez se perdiera el centro de gravedad, y fuera posible conseguir lo que se desea. A sus fiestas asisten muchedumbres, como una marabunta que quiere empaparse, por unos instantes, de esa posición privilegiada. Carraway no le distingue la primera vez que asiste a una de esas fiestas, hasta que el propio Gatsby se presenta y se visibiliza, aunque su personalidad no dejara de ser una incógnita ambigua, escurridiza entre tanto brillo, durante buena parte del relato. No resulta fácil discernir qué es relato y qué es real, qué hay de cierto en lo que especulan sobre él y en lo que él mismo narra sobre su pasado, sobre cómo se ha formado esa imagen con la que se presenta al mundo, esa imagen en la que los demás proyectan aquello a lo que anhelan aspirar. En la película de 1974, dirigida por Jack Clayton, irregular, e inferior a la novela, pero no tan desprovista de cualidades como se ha tendido a señalar, Gatsby (Robert Redford) es presentado en la distancia contemplando la distancia, la otra orilla de Long island, a través de la mirada de su vecino, Carraway (Sam Waterston), pero su figura es visible, concreta. Cuando Carraway le conoce en la fiesta, también lo es, ya que acude a su despacho cuando es requerido por Gatsby (secuencia en la que se puntúa la distancia, de lo no manifestado o no visible, y de lo difícil que resulta artícularlo para Gatsby, a través de la planificación y los silencios entre frases).
En la novela, la muerte de Gatsby se eliptiza (tras avistar a Wilson, la figura que se acerca, en la distancia, para asesinarle porque cree que es el responsable de la muerte de su esposa, de su sueño también erróneo: Gatsby ya no espera que Daisy, su amor reencontrado vuelva a él; Wilson ignora quién era el amante de su esposa, a quien ella amaba, Tom). En la película, se explicita ese momento, se visibiliza. Wilson (Scott Wilson) dispara sobre Gatsby, que se encuentra sobre una colchoneta en la piscina. Esa distancia que contemplaba Gatsby, el otro extremo de Long Island, se encontraba separada por el agua. En el agua, ya signo de su frustración, muere. En esa secuencia resaltan los cortinajes, a través de los cuáles Wilson le dispara (después de que Gatsby haya creído entrever, entre los mismos, la presencia de Daisy). Los velos de la mirada, la dificultad de ver o comprender al otro afecta a buena parte de los personajes en sus relaciones sentimentales. Clayton destaca, como emblema, unos ojos con gafas en un anuncio publicitario, que vincula, en un movimiento de apertura, de lo cercano a lo distante, con la casa en la que vive quien será el asesino de Gatsby). Antes de que Carraway conozca a Gatsby, hay un plano fugaz en el que se ve a Gatsby, de espaldas, mirando hacia aquella distancia, en la que destaca una luz verde, mientras aprieta su puño como si quisiera asirla, conseguirla, hacer proximidad de esa distancia.
Pero su entraña está constituida más bien de reflejos, como bien comprobará, y como remarca la voz de Carraway en la última secuencia: Gatsby es la encarnación de la esperanza de la mirada romántica, pero lo que él anhelaba estaba en el pasado. El cuerpo, el rostro, de ese anhelo, se concreta en Daisy (Mia Farrow), la mujer que amó ocho años atrás, de la que se separó porque participó en la primera guerra mundial. Gatsby no ha dejado de soñar con ella desde entonces. No entendió entonces por qué no le esperó a que volviera para reanudar su amor, y en cambio se casó con otro hombre. En la ofuscación de su mirada sublimadora no contempla que pudiera amar a aquel hombre, sino que fue una concesión a la necesidad práctica, como si hubiera sido derrotada y apresada por la adocenada realidad. No ceja en su sueño, y retorna, estableciéndose enfrente de la casa donde vive Daisy con su marido, Tom (Bruce Dern). Las aguas le separan, las aguas de las emociones, entretejidas entre reflejos. En el reencuentro entre ambos, Gatsby ve a Daisy a través de su reflejo en el espejo. Los momentos en los que parecen recuperar su amor transpiran la sensación de estar apartados del mundo, en un espacio de luz fuera de lo real (aunque la luz, el brillo, domine toda la narración; pero aún así son momentos que parecen separados del resto; como con una cortina interpuesta). Hay un momento en que sus rostros se reflejan en la superficie fluctuante del agua de una fuente. La imagen colisionará con lo real. O con la inconsistencia de lo real.
En el otro extremo de su proyección, de su romanticismo torpe (su dificultad de expresar sus emociones) y de su cautiverio de la sublimación, de la luz verde de la esperanza de hacer cuerpo de lo absoluto, se encuentra la vulgaridad, brutalidad, doblez y suficiencia de Tom. Mantiene una relación con la esposa de Wilson, Myrtle (Karen Black), de la que no es ignorante Daisy (ya que Tom no lo oculta respondiendo a su llamada telefónica durante una comida en la que está invitado Carraway: los cortinajes de nuevo presentes, tras lo que 'desaparecen' y reaparecen Tom, y luego detrás suyo, Daisy, como actores en una representación que ocultan su inconsistencia a los espectadores). Golpea, delante de todos, a Myrtle cuando esta le reprocha su doblez manteniendo dos relaciones. Y no oculta su carácter xenófobo al declarar la amenaza de las otras razas sobre la supremacía blanca. Tom es la antimateria de Gatsby, aunque también reflejo que revela (de su propia doblez: los negocios ilicitos en los que sustenta su riqueza, aunque no adquieren tanta relevancia en la adaptación cinematográfica), y sobre todo de lo que le cuesta ver, aspectos, por contiguidad, que no advierte en el carácter de Daisy por la ofuscación de su sublimación romántica: El reflejo de la inconsistencia de la misma Daisy, quien, al final, más allá de su revelación de que también quiso a Tom, opta por este porque su afinidad con él, con su actitud (su materialismo depredador, parasitario, como comentará Carraway) es más manifiesta.
La relación entre Gatsby y Daisy es más bien parte de un sueño, una ilusión en la distancia porque en la proximidad Gatsby no la ha enfocado, y Daisy se deja llevar por la embriaguez de cierta fuga de la realidad, de su frustración circunstancial. En las secuencias finales, tras la muerte de Gatsby, aparece, casi en el sentido fantástico (como reverso a la condición de 'aparición' enigmática, imagen de fantasía, inicial de Gatsby), lo real a través de la figura de su padre. La pesadumbre y la sordidez, ya sin brillos, de lo real. Irrumpe en lo que no era sino un escenario la revelación de las raíces de Gatsby, sus orígenes pobres, sin relación con el relato que había hecho de sí mismo, Mr Gatz (Robert Blossom). 'Gat' es la correspondencia en inglés arcaíco, del verbo Get (conseguir). Gatsby se había obcecado en conseguir hacer real un sueño, en convertir en proximidad, algo palpable en su mano, algo que sintiera como evidencia, una distancia, una luz soñada. Gat también significa 'revolver'. Un revolver es el que termina con su vida, mientras flota sobre el agua, como en sus sueños flotaba, antes de hundirse con la decepción.
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