miércoles, 15 de octubre de 2014
Huella de luz
La huella de luz tiene poco que ver con los agujeros de las suelas de los zapatos, más bien son su opuesto. Esas descuarenjigadas suelas ocupan el encuadre del primer plano de 'Huella de luz' (1943), aunque su portador, Octavio (Antonio Casal), no parece poséido (aún) por la amargura del empleado que también encarnaba Casal en otra adaptación de una obra de Wenceslao Fernández Florez (guionizada por él mismo) dirigida por Rafael Gil, 'El hombre que se quiso matar' (1942). Octavio vive su precariedad, junto a su madre, con resignada sonrisa, aunque su salud desfallezca y su ropa se desprenda a trozos. En la primera secuencia que entra en la oficina lo hace con la agitación del agobio de llegar veinte minutos con retraso (parece en proceso de convertirse en un trasunto de aquel escuchimizado periodista de vida con tiempo abducido por la empresa que 'libera' el protagonista de 'El hombre que se quiso matar'). En las secuencias finales lo hace más pausadamente, como quien está aturdido, pero no por el hambre que sufre, sino porque acaba de vivir provisionalmente un sueño en el que ha podido tocar el cielo, la huella de luz, y retorna de nuevo a la precariedad y la rutina de su vida de oficinista. El sueño que ha satisfecho fugazmente es el de haber sido otro, haber sido lo opuesto de lo que era, un agujero en la suela del zapato en la escala social. Por generosidad de su jefe, el señor Rey (Juan Espantaleón), ha disfrutado por un mes, cual ceniciento, de los placeres de un lujoso balneario, e incluso ha conocido a esa 'huella de luz' a la que alude el título en Lelly (Isabel de Pomés), la mujer de la que se enamora. Como se sabe invitado pasajero sin posibilidad de residencia en ese universo de privilegios y lujos decide adoptar la identidad de quien no es, un millonario.
Como algunos personajes de la obra de Preston Sturges, se convierte en un impostor, como el soldado que no entró en combate y se hace pasar por héroe condecorado en su pueblo, en 'Salve héroe victorioso' (1944), o el director de cine que se hace pasar por indigente en 'Los viajes de Sullivan' (1941). Como la protagonista de 'Un marido rico' (1942), tiene acceso a ese universo de prosperidad que parecía tan lejano, o inaccesible, desde las apreturas de la precariedad. Resulta como vivir unas navidades en julio, como la pareja protagonista de 'Navidad en julio' (1940), cuando (o creen que) son premiados en un sorteo. Frente al sueño que vive como si fuera un niño grande, con zapatos nuevos y la integridad que destila, contrasta la corrupción en las actitudes de cierto empresarios que buscan un trato de favor con los representantes de un país de nombre Turulandia. El desenlace propiciará una liberación que no parece provisional, una recompensa a la integridad, uno esos finales felices que han solido provocar sarpullidos por no asociarse con lo realista, sino con lo fabulesco. Pero esas son las cargas de profundidad de las fábulas mordaces, como las ideadas con agudeza por Férnandez Florez.
Particularmente, en el detalle de que Rey se sienta frustrado porque no logró realizar el amor de su juventud, ya que pertenecía a una clase más baja que su amada. Aunque perseverara, para contrarrestar esa desolación, en conseguir el éxito laboral y una posición de privilegio, lo que ha logrado con creces, nunca se ha desprendido de esa amargura. Y la consciencia de esa herida aún abierta, pese a los años discurridos, le dota de la generosidad de quien no se ha clausurado en la decepción. Ironías de la vida, Octavio se enamorará de la hija de aquella mujer que no pudo amar (e hija de su rival, su corrupto competidor en la consecución del trato de negocios con Turulandia). Por tanto, la generosidad no es sino una poética corrección de un pasado que no fue. En Octavio se ve a sí mismo, y una conclusión distinta si las circunstancias, o las actitudes, hubieran sido otras. Propiciar el acceso de Octavio a otra posición social que implica otro poder de adquisición y otra imagen social, todo aquello de lo que él no dispuso entonces, determinará que viva, por delegación, como réplica, su amor preterido frustrado a través de la relación entre Octavio y Elly hecha presente, con posibilidad de futuro, gracias a su intervención. Es la huella de luz de lo posible que abre como una brecha la incisión de una mordaz fábula.
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