lunes, 18 de noviembre de 2024

Los últimos románticos

 

Los últimos románticos (2024), segundo largometraje de David Pérez Sañudo, es una muy notable obra que expresa con precisión e ingenio la circunstancia varada de aislamiento en la que se encuentra la protagonista, Irune (Miren Gaztañaga) y el proceso de transformación de quien decide optar por recuperar el movimiento, el baile vital, en su vida. La circunstancia varada y el esfuerzo por encontrar una brecha de ruptura o salida dispone de varios escenarios. En el escenario laboral, Irune trabaja en una fábrica de papel. Los primeros planos en tal ámbito muestran a Irune revisando los diversos rollos de papel higiénico en la cadena de montaje. En cierto momento, opta por realizar lo que a nadie se le ocurre. Decide acercarse a los que se han apostado en el exterior para protestar por sus despidos. Decide hacer lo que la empresa no apreciará como movimiento para ellos leal, aunque más bien cabría definir como sumiso. Decide unirse, durante su horario no laboral, a quienes han quedado fuera de cadena de montaje laboral. En el escenario social, sufre tanto las muestras de desprecio del hijo de una vecina, ya que orina en su puerta, o deja un sembrado de colillas, como el de otros vecinos que no solo no la apoyan sino que son críticos no solo con sus protestas sino con ciertos comportamientos suyos. Incluso, cuestionan su preocupación por la madre, con la que se esfuerza en mantener cierta amistad, compartiendo momentos con ella, como ver programas juntas.

En el territorio personal, sufre la preocupación de un bulto en su pecho izquierda. Implica sucesivas visitas a diferentes médicos y pruebas para definir si es un un tumor o no, y si fuera así si es benigno o maligno. Un proceso que implica la constatación de que la asistencia médica pública no dispone de la misma noción que ella de urgente, como cuando le dan cita para dentro de un mes para su prueba de radiología. La incertidumbre es como el eco de su propia vida que siente como un tumor que se ha enquistado, sensación más manifiesta desde la reciente muerte de su madre, a la que había cuidado durante años, subordinando sus propias ambiciones. Por otra parte su vía de escape, escenario de la ilusión, son las conversaciones que mantiene con Miguel María, un operador de Renfe, que vive en Madrid, y al que llama repetidamente para pedirle horarios de salida de trenes con diferentes destinos, emblema de tanto su anhelo de variar el escenario de su vida como de su indecisión.

La singularidad del planteamiento estilístico de Los últimos románticos se concreta en cómo su tratamiento realista visual, ese que busca reflejar la condición prosaica de lo cotidiano, se combina con la visualización imaginaria, con distintos hombres, todos con barba, que encarnan las conversaciones que mantiene con Miguel María. El hecho de que, en la tercera, contemple el horizonte desde el balcón evidencia cómo progresa su proceso de liberación. Esa combinación evidencia cómo ante todo la obra busca reflejar la circunstancia vital de la protagonista, cómo habita y siente la realidad, una realidad de colores apagados, de sórdida turbiedad, como un copia desvaida, deslustrada, de lo que quisiera que fuera su realidad. La narración es concisa, con un ajustado sentido de la síntesis, tan austera como las composiciones musicales de la banda sonora, en la que prima los instrumentos de cuerda, pero sin orquesta, de acuerdo a su soledad o aislamiento, una bella música que evoca a la que compuso Ernest Reijiger para Werner Herzog en varias de sus obras de este siglo. Música que contrasta sobremanera con la música pop, o los sintetizadores, del programa de aerobic que dirigía Eva Nasarre, y cuyos ejercicios ella emula en su hogar, o con su vecina, y de modo significativo en las secuencias finales, en una discoteca, en la que un nuevo desvío de la realidad nos la muestra en cierto momento no ya rodeada de los que bailan la música del lugar sino ella realizando los movimientos del programa con su música. Es el paso previo para su salto real para modificar su escenario de realidad, que materializará con su viaje a Madrid para encontrarse a Miguel María (cuyo rostro no veremos porque lo fundamental es el rostro sonriente de quien ha realizado el gesto que cambiará, y pondrá en movimiento, su vida).

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