lunes, 4 de noviembre de 2024

Jurado nº 2

 

La justicia es una de las cuestiones que más atención ha prestado Clint Eastwood en su filmografía. La misma figura que representa a la justicia, con cuya imagen comienza la narración de su última gran obra, Jurado nº 2 (2024), ya estaba presente en Medianoche en el jardín y del mal (1997), en la que también disponía de importante relevancia narrativa, como en Jurado nº 2, un juicio. En Ejecución inminente (1999), un periodista se esforzaba en demostrar la inocencia de un condenado a la pena de muerte, además a contrarreloj ya que disponía de escasas doce horas antes de que fuera ejecutado. Las instituciones de la ley han sido puestas en cuestión por no priorizar la justicia sino la conveniencia o el mero capricho, como evidencian, entre otras, Sin perdón (1992), Poder absoluto (1997) o El intercambio (2008). Como en Richard Jewell (2019), en Jurado nº 2, queda en evidencia la incapacidad de discernimiento, y por ello la falibilidad tanto de un sistema, judicial, como de los individuos, dada la extendida convicción de casi todo el mundo en relación a la culpabilidad del acusado, James (Gabriel Basso) con respecto a la muerte de su novia, Kendall (Francesca Eastwood). Casi nadie duda, con excepciones como el abogado defensor, Eric (Chris Messina), quien reconoce que ha defendido a culpables pero en esta ocasión esta convencido de que es inocente. Al respecto, es interesante cómo Eastwood explora los por qué de esas convicciones generales que sienten como certeza inapelable. El pasado violento del acusado resulta determinante, y se convierte, como enarbola la fiscal, Faith (Toni Collete), en representación de una lucha social contra el abuso doméstico masculino. Tiene los atributos que le convierten en el idóneo culpable. Si a eso se añade testimonios de un testigo ocular que dice que lo vio desde su ventana, aunque fuera en una noche cerrada con fuerte lluvia, cuando salía de su coche, se apuntala lo que parece una ineluctabilidad.

Esa incapacidad de discernimiento, y cómo se puede proyectar por encima de discernir, de acuerdos a cuestiones personales, como el jurado que reconocerá que, personalmente, para él representa una violencia, la de quienes luchan por un territorio, como la banda, a la que el acusado pertenecía, y que mató a un sobrino (como otros miembros del jurado apuntalan su convicción en esa condición de pretérito hombre violento, sin permitir espacio mínimo para la duda razonable), queda evidenciada desde un inicio, porque, ironías, el jurado nº 2, Justin (Nicholas Hoult), descubrirá en los primeros lances del juicio, que fue él responsable de la muerte. Comprende que no golpeó a un ciervo, como pensó en el momento (ya que una señal indicaba riesgo de atropello a ciervos y no pudo percibir, dada la oscuridad, el cuerpo en el fondo del puente). Se encontrará en la circunstancia de cómo reaccionar. Fue un accidente, pero él es responsable (porque además no miraba a la carretera sino al móvil, que sonó, cuando golpeó a la mujer). Qué puede hacer, si un amigo abogado le indica que si confesara su condena sería de al menos treinta años. Su circunstancia desesperada se amplía cuando los otros once miembros del jurado piensan, en primera instancia, que el acusado es culpable. ¿Qué hace, aprovecharse de esa circunstancia que le favorece?. Su integridad le impele a esforzarse en convencerles, porque un juicio nulo no le favorece, ya que se realizaría otro, con un nuevo jurado. La única opción posible es convencer al resto de que es inocente.

Respecto al protagonista es revelador cómo nos es presentado, y cómo es caracterizado. En las secuencias introductorias su esposa, Ally (Zoey Deutsch), a punto de dar a luz, le dice, tras él diseñar la habitación del niño, que es perfecto. Su rostro es el de un niño grande, un niño bueno que no rompe un plato. Pero no es capaz de compartir su circunstancia desesperada con su esposa: un detalle sutil al respecto: en la secuencia inicial, su esposa apaga la luz cuando sale de la cocina, y él le dice que la encienda. Cuando ya es consciente de su delicada situación con respecto a si reconocer su responsabilidad o no de la muerte de la mujer, ella apaga la luz al salir de la cocina, pero él no dice nada. Se queda sumido en la oscuridad, en silencio. Busca la solución que no pueda complicarle a él, pero las circunstancias no pueden ser más adversas, por la obstinación de algunos miembros del jurado que no están dispuestos a variar su veredicto por mucho que se planteen interrogantes que puedan poner en duda que fuera el acusado el asesino. Y por añadidura, quien primero del jurado piensa que la muerte pudo producirse por un atropello y fuga, Harold (J.K. Simmons), un policía retirado, podría complicarle a él, porque su investigación puede exponer cómo quince coches necesitaron asistencia en el taller ese día, y uno de esos vehículos es el propio (aunque el policía no piensa por un segundo que pudiera ser él, por la mera circunstancia de que sería mucha casualidad que el responsable sea jurado).

No solo el personaje de Justin vive un proceso de dudas e interrogantes durante la narración, que implica una toma de decisiones, y en particular cuando se acerque el momento del veredicto. Si no puede conseguir que todos los jurados varíen su veredicto ¿ qué hará, optará por elegir su propia seguridad, preocuparse de su pequeña parcela de vida, de su esposa e hijo, en vez de la justicia? El otro personaje relevante en la narración modificará su percepción y concepción sobre los hechos auscultados, sobre el acusado, detalle que evidencia que la distingue. La fiscal, Faith, en principio, está muy convencida de que es el culpable, pero la firmeza con la que expresa su convicción el policía retirado de que no es culpable y de que no se ha realizado la investigación policial con el rigor necesario introduce una brecha en su convicción. Revisará, mirará con más detenimiento, los hechos, o cómo se realizó la investigación (cómo al testigo solo le enseñaron la foto del acusado, ninguna más, lo que, para sentirse útil un hombre que vive aislado, determinó que asintiera). Comprenderá que la investigación enfocó solo en quien parecía el culpable más probable, por su pasado, sin considerar ninguna otra opción, Nadie pensó que pudiera ser de otro modo. La fiscal sí tendrá dudas razonables sobre la culpabilidad del acusado. Pero sabe que si se le declarara culpable, y ella cuestionara el veredicto u ofreciera otra posibilidad, su carrera política (ya que aspira, en las elecciones, a ser fiscal del distrito), se verían perjudicadas. Cuando la sentencia es cadena perpetua, Eastwood dedica un cáustico plano al letrero tras la juez, "En Díos confiamos". ¿En qué o quién se puede confiar cuando todos piensan erróneamente que el acusado es culpable y se le condena de por vida a la cárcel? Como Justin, Faith se encontrará en la tesitura de preocuparse de su propia circunstancia, su propia parcela de vida, por conveniencia (aunque en el cargo pudiera hacer el bien) o de priorizar la justicia. Justin planteará si sería justo que alguien como él tuviera que ser condenado. Pero queda la cuestión de si es justo que alguien inocente sea condenado. Uno y otra toman sus decisiones. Preocuparse de uno mismo o de la justicia, que implica preocuparse por otros, por perjudicial que sea para la propia circunstancia o conveniencia. Y la secuencia final, extraordinaria, una de las conclusiones más contundentes e inspiradas del último cine, deja patente cómo su decisiones son opuestas. Y resuena, con la hermosa música de Mark Mancina, y la pantalla ya en negro, como una de las interrogantes más incisivas que pueden plantear a esta sociedad en la que, por desgracia, parece prevalecer la preocupación por uno mismo.