viernes, 26 de enero de 2024

Passion fish

 

Hay películas que, en su conclusión, te transmiten la sensación de que ha transcurrido un largo lapso de tiempo, casi una vida, desde que comenzó, pero no porque la acción relatada haya tenido lugar durante un extenso periodo de tiempo, sino porque se ha dado una amplia y honda transformación en los personajes. Miras atrás y ves otro escenario, casi otro rostro. Eso me transmiten las serenas imágenes finales de Passion fish (1992), de John Sayles, esa serenidad que da respirar profundamente, y sentir ya el pacífico sentido de las cosas, porque te sientes conciliada. Como le sucede a May Alice (Mary McDonnell), alguien que nos es presentado cuando ha perdido la capacidad de andar, a causa de un atropello, y que, a lo largo del desarrollo narrativo, aprende a andar de nuevo en su interior, en su mirada, en su forma de habitar la vida. Las imágenes iniciales, fragmentos de sus manos y de sus ojos (como se sentirá fragmentada, quebrada, en su cuerpo y su mirada); despierta, para darse cuenta de que está impedida. No recordaba el accidente. Tendrá que aprender a recordarse, a recuperar el aliento. El relato es el proceso de su progresivo despertar. También el de la sedimentación y afianzamiento de una bella amistad, la que se gesta entre ella y la enfermera que la asiste, y ayuda, y propulsa, Chantelle (Alfre Woodward), después de varios infructuosos intentos con diversas enfermeras a las que May Alice no soporta o no le soportan a ella, ya que en su postración vital May Alice se ha convertido en una diva amargada, alguien que se encorva en el nihilismo y se apoya en el entumecimiento del alcohol o de la programación televisiva, como si se abandonara a sí misma, como si renunciara a la vida.

Si la narración, en su hermosa y sutilmente catártica conclusión (sobre las aguas; ambas se encuentran sobre un bote y sellan su amistad, como residencia, esto es, su futura convivencia como permanencia), refleja esa sensación de mirar hacia atrás, hacia el inicio de la narración, como si se mirara a una larga distancia en el tiempo (aunque hayan transcurrido un par de meses), resulta admirable el modo, también sutil, en el que, en paralelo a esa recuperación, de ascensión, por parte de May Anne, de mirada que comienza a dejar de mirarse autocompasiva el ombligo y en cambio mira hacia afuera, alrededor (reflejada en su naciente afición a la fotografía: comienza a mirar el exterior, el alrededor, con curiosidad y asombro), se insinúa cómo Chantelle, aquella que ha sabido ser el incentivo adecuado para liberar a May Ann de su postración vital, acaba de superar lo que hemos visto superar a May Ann. Ella también sufrió un postración vital, y un entumecimiento a través de otras drogas, la cocaína. Chantelle ha recuperado el paso, sabe de qué materia están hechas las sombras del extravío, de la autoindulgencia, de la justificación, de la frustración y la decepción, de la amargura y la intemperancia que busca una espita en una vida desenfocada. Y sabe qué teclas tocar para que May Anne reaccione, pero también para no dejarse avasallar por la tiranía de su amargura (que se enrosca con el victimismo). Es muy bella la secuencia, que ejerce de confirmación de cómo está recuperando su confianza (de cómo se está recuperando a sí misma), en la que hace el amor con Sugar (Vondie Curtis Hall), una secuencia de cuerpos y sonidos, los sonidos de una intimidad que es conexión y conciliación. Chantelle se siente presente, ya no extraviada.

Passión fish es el hermoso relato de una superación, la de alguien que supera el inmovilismo vital que la aprisionaba, gracias, precisamente, a quien está concluyendo su proceso de superación (aún, como le remarca a Chantelle su padre cuando le señala que aún tiene que demostrar que puede ser responsable de su hija, y la continuidad del empleo, por tanto, responsabilidad, que tiene como enfermera es su certificado de su posibilidad). Es hermoso cómo transmite esa sensación de viaje, de recuperación de movilidad. Los encuentros con los diversos personajes, aquellos o aquellas que visitan a May Anne, son como las diversas estaciones de paso, como los reencuentros con los que compartió pasado en su infancia y adolescencia, sea su tío, sus amigas del instituto (una de las cuales no recordaba cómo la torturaban entonces), o sus compañeras de trabajo en la telenovela que protagonizaba, incluida su sustituta. En especial será relevante la relación con Rennie (David Strathairn), por quien se sentía atraída en su adolescencia. Por tanto, su estancia, retiro, exilio, en la casa de su familia, a la que no regresaba en décadas, supondrá un viaje al pasado que supone una apertura a un futuro posible. Una atracción, deseo, que nunca se materializó en relación afectiva, en el pasado, se convertirá, también, en el motor que le hace recuperar su presencia, a sí misma, perdida en otra distancia, lejos de sí misma. Rescatar del pasado lo que no se gestó, es gestarse de nuevo a sí misma. Como si se recuperara de sus propias entrañas. Las hermosas secuencias del viaje por el río, de la excursión que comparten Rennie,May Anne y Chantelle, es el umbral decisivo hacia esa transfiguración interior, simbolizado en ese pez de la pasión (passión fish) que se encuentra e el interior de los peces que se pescan. Cogerlo entre la mano y pensar en a quien deseas, propiciará la realización del sueño. May Anne sostiene entre las manos la vida que se le escurría, aprieta la mirada, recupera la capacidad de desear. Su mirada se enciende, se enfoca, ahora nada, ahora camina. Y no necesita ya de pantallas, porque ya siente que fluye.

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