lunes, 13 de noviembre de 2023

The killer

 

La necesidad de la seguridad es un camino de imprevistos. Paradojas (y contradicciones). En la secuencia inicial de Seven (1995) se presentaba al inspector Somerset (Morgan Freeman) intentando conciliar el sueño con el apoyo de un metrónomo mientras se escucha, a través de la ventana, la cacofonía de sonidos de la calle. Control, caos. La respiración medida con la que conseguir la templanza necesaria para resistir el desbordamiento de las turbulencias de la realidad (y del comportamiento del ser humano) y no dejarse dominar por la intemperancia. Por eso, John Doe (Kevin Spacey), el asesino representaba su reverso, aquel que se deja dominar por sus emociones, y convierte la contrariedad no en respiración medida como un metrónomo sino en castigo y muerte. En la magnífica secuencia inicial de The Killer (2023), también con guion de Andrew Kevin Walker, el asesino profesional sin nombre conocido que interpreta Michael Fassbender espera con paciencia, sin dejarse dominar, como él expresa, por el aburrimiento (como tantos seres humanos permiten; el aburrimiento es génesis de muchos desatinos), mientras hace ejercicios de yoga, que su señalada víctima, que vive en un piso del edificio de enfrente, haga su aparición (para dispararle). Observa con atención todo detalle, toda figura que compone ese encuadre de realidad, quienes pasean o quienes están sentados en un café. Su voz, que puntúa el relato, como si la atmósfera y la (impecable y sintética) dinámica de la narración fuera manifestación de su yo (un engranaje metódico con forma humana, una bestia siniestra contenida porque intenta ejecutar con precisión y eficiencia) apunta que no es la bondad lo que define al ser humano. Recita su mantra, su ideario de vida (que repetirá en varias ocasiones), el cual, durante la narración, colisionará con las contradicciones. Por mucho que diga que hay que atenerse a las planes y que hay que anticiparse en vez de improvisar las circunstancias, una y otra vez, le enfrentarán a los imprevistos. El mantenimiento del control sortea un camino de imprevistos.

La vida y sus imprevistos, pero también, como ofuscación, el condicionamiento de las emociones en la consecución de los propósitos. El asesino apunta que hay que realizar las tareas por dinero, ya que no hay implicación, sino cumplimiento de un encargo (contrato), de la misma manera que señala que la empatía es sinónimo de debilidad. Pero su espacio emocional se ve vulnerado tras, primero, fallar en su propósito de realizar su tarea. No culmina el encargo, y erra el disparo. Por tanto, toda preparación por metódica y minuciosa que sea, y por muy experto que sea uno, no evita el posible fallo. Y este error determina, como respuesta, sanción por parte de quienes le habían contratado, y esa sanción implica asalto de su espacio personal, su casa en República dominicana, y agresión de Magdala (Sophie Charlotte), la mujer con la que mantiene relación. Su descubrimiento se realiza a través de una serie de rastros que indican la espera en el exterior (huellas y colillas), la intrusión (cristales rotos) y la agresión (la sangre). Como ya había quedado patente en la secuencia inicial, su capacidad observadora se caracteriza, distingue, por su mirada minuciosa, atenta a los detalles. Su rastreo de la realidad es preciso. Su tarea, a partir de entonces, la persecución de los responsables, que es el seguimiento de un rastro que conduce del taxista que llevó a los dos que asaltaron su espacio personal, el abogado que le contrató, los dos asaltantes y el cliente que hizo el encargo para el asesinato inicial, está afectada por la implicación personal. Su cualidad metódica debe enfrentarse a los imprevistos pero también a sus propias emociones. No es el cumplimiento de un encargo sino una venganza.


En cuanto a los imprevistos, se sorprende de que el abogado, Hodges (Charles Parnell), expire antes de los siete minutos, el tiempo que esperaba que fuera necesario para conseguir la información que le condujera hacia los otros dos asesinos profesionales. Imprevisto del que sí se aprovecha: Dolores (Kerry O'Malley), la secretaria, será quien le facilite la información. Posteriormente, cuando asalte la casa del primer asesino, el bruto, será sorprendido por éste lo que determinará un dilatado combate (y por poco no será alcanzado por el perro, el cual despierta antes de lo previsto). Nunca hay que confiar: cuando, posteriormente, la otra asesina, la experta (Tilda Swinton), le diga que necesita ayuda por un resbalón, él la dispara en la frente (en su bolso, encuentra una daga con la que pretendía apuñalarle). Todo ese proceso es un camino hacia la noche. En los primeros encuentros, con el taxista, o el abogado en su despacho, todavía luce el día. A partir de ahí, con la secretaria, o con los dos asaltantes y el cliente, la noche domina el escenario (en varios planos su figura es una sombra). Es un escenario de tinieblas, un escenario de vida que parece fuera de la realidad ordinaria, esa otra realidad en la que vive este engranaje con forma humana que se camufla con la inocua apariencia de turista alemán y que, de vez en cuando, como cuando viaja a la ciudad para visitar al abogado, comparte espacio con los que habitan el mundo normal, seres de los que parece separado, o apartado, como él mismo señala en las secuencias iniciales. No soy un hombre excepcional, sino un hombre apartado. No se considera que sea uno de los pocos que explotan a los muchos que componen el resto, sino uno de éstos, pero hay una disconformidad que palpita en él como señala su tic en el ojo en el plano final, un gesto que evidencia, además, que todos somos vulnerables por mucho que intentemos mantener el control, un tic que refleja una tensión, la de ser considerado, como así funciona este sistema económico laboral, prescindible por cometer un error, por no ser eficiente. En cualquier momento tu espacio propio puede ser vulnerado. Por eso, al cliente (Arliss Howard), un billonario especializado en fondos de cobertura, en su enfrentamiento final, no lo mata sino que le deja patente cómo también él en cualquier momento puede vulnerar su espacio personal y propio (en sus encuentros con la experta asesina que encarna Tilda Swinton y el cliente, la cámara panoramiza de ambos a la presencia que irrumpe, el asesino). Puede ser tan vulnerable como cualquiera, así como la vida está definida por los imprevistos. Es otra variante de sublevación, con respecto a quienes rigen el poder económico (y por lo tanto dictan el escenario de realidad), de la conclusión del El club de la lucha. Otra forma de derribar el edificio de la arrogancia y suficiencia que define a quienes rigen esta dictadura económica. El destino es un placebo, el único camino es el que hemos recorrido, si no eres capaz de aceptar esto no eres uno de los pocos, sino alguien como yo. La voluntad propia como sublevación.

4 comentarios:

  1. Respeto por su compromiso de utilizar su plataforma para ayudar a hacer del mundo un lugar mejor.

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    1. Muy amable, Daniel. Qué mayor logro que conseguir con mi aportación que así sea

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  2. ¡Tu publicación fue excelente! Tu escritura es clara y convincente. ¡Escribe más, por favor!

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    1. ¡Muchísimas gracias, Johana!. No dudes que seguiré escribiendo.

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