lunes, 20 de junio de 2022

Los abandonos (Sexto piso), de Russell Banks

 

Se siente como una de esas naves robóticas de exploración espacial que se ha salido de los campos gravitatorios de los nueve planetas del sistema solar y nunca cae ni choca con nada para acabar fuera del sistema solar. El escritor estadounidense Russell Banks (1940), autor de las excelentes novelas Como en otro mundo y Aflicción, convertidas en magníficas películas, El dulce porvenir (1997), de Atom Egoyan y Afflición (1997), de Paul Schrader, ya utilizaba esta metáfora en el primero, y más extenso, de los ensayos que componían su anterior obra publicada, en el 2016, Voyage. En aquel caso, la confrontación era directa con su real yo durante un real desplazamiento, en el Caribe, con quien se convertiría en su cuarta esposa, Chase Twichell. Un ensayo que era un desplazamiento, en cuanto exposición de su pasado. Una exposición que intentaba ser desentrañamiento, porque su finalidad, por otra parte, era su compartición con quien intentaba cimentar una relación íntima. Y eso implicaba afrontar, y compartir sin filtros de relatos u omisiones convenientes, los errores y abandonos, las torpezas y ofuscaciones de pretéritas relaciones sentimentales que habían conducido a cierta sensación de deriva vital. Ese pasado es también el que comparte el protagonista de la fascinante ficción Los abandonos (Sexto piso), cuyo desarrollo se fundamenta en un pulso entre un yo real y un yo ficticio, entre la carne y el relato, entre la mirada que intenta ahondar en la imagen como propósito iconoclasta o rapaz y la mirada que intenta desvelar la convulsión de lo real tras la imagen instituida que corresponde a un hombre que, en circuitos minoritarios o especializados, se convirtió en icono o emblema, como es el caso de Leonard Fife, documentalista afamado por sus planteamientos sobre la presunta objetividad del film y el metanivel cinematográfico, que se distinguió por exponer a la luz la corrupción, falsedad e hipocresía de gobiernos y empresas, y que afianzó su estatus icónico en el hecho de que fue uno de aquellos sesenta mil estadounidenses que huyeron al norte a finales de los sesenta para evitar que el gobierno les destinara a matar o morir en Vietnam.


Fife es, para otros, esa imagen de hombre a contracorriente. Es como le consideran y conciben. Es la imagen con la que trata Malcom, el documentalista que fue alumno suyo décadas atrás, quien pretende ahondar en esa imagen para exponer sus bambalinas, o si hay suerte, su reverso, su condición ficcional, su inconsistencia, pero en cambio, a Fife, cuerpo ya degradado y consumido por el cáncer, cuerpo que es ya lastre y dolor, ya no le importa la imagen que proyecte. Ya no hay trabajo que hacer, proteger y promocionar. Ninguna ambición profesional que realizar. Nadie a quien impresionar. Nada que ganar ni perder. Ya no tiene futuro, y sin futuro no hay nada que su pasado pueda boicotear ni desbaratar. En el pasado cultivó el relato conveniente de que sin uno de sus documentales Francis Coppola no hubiera tenido la inspiración para realizar Apocalipsis now. Malcom quiere explorar la consistencia de esos relatos, pero el foco de Fife es más amplio con respecto a sí mismo, sobre su propia consistencia, por eso se obceca en enfocar donde él prefiere enfocar, los años previos a la formación de esa imagen, el hombre real y sus forcejeos y aturullamientos vitales, el hombre que buscaba definirse, que probaba direcciones y erraba, el hombre que perdió pie durante un tiempo acoplándose a otra imagen, la que demandaba un entorno para que se integrara. Por eso sus dos primeras relaciones sentimentales, o matrimonios, no se fundamentaban, realmente en una conexión, sino en lo que proyectaban sobre él o lo que para él representaba integrarse en un entorno. ¿Cuántas veces no creemos amar, o amamos, por lo que la persona o la circunstancia representa? Con el tiempo tomó consciencia de que no estaba enamorado de su primera mujer, con la que se casó sin aún cumplir veinte años por el hecho de que ella estaba enamorada de él, es decir, cómo le concebía y miraba, cómo le sublimaba. Se sentía especial a través de esa mirada. Y con su segunda mujer, fue una particular posesión que duró cinco años, condicionada por la próspera condición, y confortable actitud convencional, de la familia de ella. Un espacio protésico que se asemejaba a un bunker cubierto de terciopelo. Como quien despierta de un sueño tomó consciencia de que no quería ser un funcional e integrado hombre de negocios que prioriza la pragmática, sino alguien que nada a contracorriente, como representaba la imagen del artista que no se integraba en el sistema. Ninguno de ellos, ninguno de los locos, desde luego, y tampoco de los bohemios, habría aceptado ser director general de una empresa que fabricaba polvos para los pies (…) acabará licuándose y evaporándose si acepta la oferta. Se convertirá en gas invisible, inodoro.

Pero el mismo Fife se pregunta por el propósito de la exposición detallada de los desatinos de su pasado. Se pregunta si al desenterrar su pasado intenta transformar la vergüenza en ira y rechazo, esto es, lanzar balones fuera ¿Quiere desprenderse de responsabilidades y buscar justificaciones en condicionamientos externos? Se repite a sí mismo que es un relato cuya principal oyente es su esposa, desde hace treinta años, Emma, como si quisiera, ya en la agonía y despedida escénica, mostrarse en su completa desnudez. Pero ¿no será la mera desesperación del cuerpo que ya siente que va a desaparecer y se esfuerza en dejar constancia de lo que fue?, porque, en buena medida, somos nuestros recuerdos, y ¿qué es de estos cuando morimos sino los compartimos?. Desaparecen con nosotros. Pero el cuestionamiento se amplía con la interrogante sobre la veracidad de esos recuerdos, una interesante variación, o ampliación, con respecto a la exposición en el ensayo previo del Banks real. En Los abandonos, Emma cuestiona que sea veraz lo que él comparte, por eso suplica a Malcom que no se tenga en cuenta como confesión real, esto es, que no se registre como tal. Fife ha mezclado en su mente toda clase de cosas. Repite las palabras de Emma: es la medicación. Recuerdos, alucinaciones, ficción y cine, historias ajenas, fantasías (…) son cosas mal recordadas o imaginaciones suyas. ¿El documentalista que luchó para exponer lo real tras las corruptas pantallas de la conveniencia delira cuando intenta exponer cómo fue o quién era aquel que vacilaba, y se tropezaba, incluso consigo mismo, cuando intentaba convertirse en alguien con el que poder decir 'soy yo', no el que otros quieren que sea, no la imagen que otros proyectan sobre mí?Cuando no tienes futuro y el presente no existe salvo como conciencia, la única identidad que posees es el pasado. Y si, como el de Fife, el pasado es un embuste, una ficción, entonces no puedes decir que existas salvo como personaje de ficción. Al contar su vida a Emma, Fife no pretende corregir su historia, intenta seguir vivo. Quizá, más allá de todos sus esfuerzos por ser lo que aparentaba ser, era un ser que se anegaba, de modo consciente o inconsciente, en las mentiras y en la reserva de las omisiones, un personaje construido según las circunstancias y las necesidades. Quizá era meramente, más allá de todas esas ficciones de identidad, un robótico ser a la deriva que no sabía amar o ser amado. Los cambios, revisiones y modificaciones de su realidad solo han sido cambios, revisiones y modificaciones de sus necesidades ¿Qué soy yo, entonces?, le pregunta ¿Cuál es mi centro y cómo demonios puede localizarse?

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