viernes, 5 de marzo de 2021

The nest

                             

Un hombre habla por teléfono. Sonríe. Es una sonrisa comercial, una sonrisa de máscara, falsa. Está encuadrado en primer plano. Un primer plano que no evidencia proximidad sino filtro, distancia interpuesta. El siguiente plano encuadra al mismo hombre desde la distancia. Un hombre tras un cristal. No se escucha nada, porque, realmente, nada dice. Es un hombre que funciona con las apariencias. Es un hombre que ante todo es apariencia. Cristal, hueco, distancia, máscara. Son los dos planos con los que se inicia The nest (2020), de Sean Durkin. Dos planos que definen a un personaje, Rory (Jude Law). Otra acción definitoria: Rory despierta a su esposa, Allison (Carrie Coon). Una acción que es ritual de costumbre. Pero cuando de nuevo se repite es para introducir una ruptura. Rory propone una mudanza. Propone que dejen Nueva York para retornar a Londres, donde Rory inició su labor comercial. Todo un cambio de vida. Un reinicio. Allison se muestra reticente, pero acepta. Rory vende la idea de que implicará una mejora. Sus necesidades parecen disimiles. Rory se dedica a lo intangible, las inversiones y especulaciones financieras. Allison, a lo tangible. Es instructora de equitación. Uno trata con abstracciones, la otra con concreciones. Son abstracciones movedizas, porque incitan a una avidez insaciable. La acción dramática acontece en la década de los ochenta, cuando se apuntalaron los cimientos movedizos de este capitalismo sustentado fundamentalmente en la escurridiza e intangible especulación financiera que nos ha llevado, como un virus, al colapso actual, como la ruptura o mudanza de Rory y Allison, junto a sus dos hijos,  derivará en inestabilidad, y amenaza de fractura. Rory es encuadrado a través del cristal del parabrisas del coche en el que llegan Allison y sus dos hijos a la mansión.

El cineasta Sean Durkin domina el coreográfico trazado de las atmósferas inestables con una sutil narración impresionista, fragmentada (en ocasiones, planos que son secuencias breves pero también funcionan como transiciones: secuencia y transición se confunden, como una vida realmente deshilachada pese a su apariencia contraria), como ya bien había demostrado con sus previas, y magníficas,Martha Marcy May Marlene (2011) y la miniserie británica de cuatro capítulos Southcliffe (2013).  Desde sus secuencias iniciales, ya parecen quebradas, como si nos introdujeran en una realidad fantasmal, de contornos desgarrados, o deshilachados. Southcliffe se inicia con una figura borrosa, en segundo plano, que dispara con la mujer en primer término. Desde distintas perspectivas se enfocaba la matanza que realizaba un hombre en el pueblo inglés de Southcliffe. Quince muertes cuyo enfoque desde los añicos desentraña el desenfoque de una sociedad. Hay quien se preguntaba cómo era la sociedad y qué es ahora, de dónde surgen esos disparos. También palpitan en las imágenes de The nest la interrogante de qué era esa sociedad, hace cuatro décadas, y qué es ahora. Rory compra una mansión en Surrey, emblema de cómo su (modo de) vida, su actitud y dedicación, se construye sobre apariencias, según cómo te presentas ante los demás, reflejos de una dinámica social y económica apuntalada, como un tumor, desde entonces. No dispone de dinero real pero aparenta que dispone de todos los lujos. Lo contrario de lo que es. La apariencia de un nivel de vida que no se corresponde con lo que realmente dispone.


Martha (Elizabeth Olsen), en Martha Marcy May Marlene, huía de un pasado bajo el influjo de una secta con cuyos planteamientos creyó ver afinidades que podían dotar de base firme a su confusión. Parecía un refugio, como en otro sentido lo parece el hogar de su hermana Lucy (Sarah Paulson) y su esposo, Ted (Hugh Dancy), con los que comparte bien poco de su actitud ante la vida. Los planteamientos vitales que le seducían de Patrick al fin y al cabo reflejaban un ansia de huida de un modelo de vida en el que se siente extraña. La fractura de la narración reflejaba que no hay asidero en ninguno. La alternativa era también ilusoria, una trampa de arenas movedizas. Allison se deja arrastrar por la visión de quien realmente habita la distancia de un cristal ( y cuya mirada cada vez tiende más hacia el vacío), y se precipita en la desolación. A veces, en la mansión escucha puertas que se abren, movimientos que no sabe si corresponden a alguien. ¿Son extraños? O más bien ¿son ya extraños? Su caballo, Richmond, sufre un repentino colapso, aunque más bien comprenderá que es el resultado de su desatención. Ha aceptado un modo de vida ilusorio, como si fuera una aristócrata británica en una mansión, pero no es real esa vida. La pérdida del caballo lo refrenda, y aún más, la dificultad para que su cuerpo permanezca enterrado. A la par que se desmoronan todos los castillos (o las mansiones) en el aire de Rory (todos sus proyectos se frustran), el cadáver del caballo resurge como si se resistiera a desaparecer, o más a bien, a evidenciar que su modo de vida no se define, por lo real, lo tangible, sino lo ilusorio, lo virtual. El nido era realmente una ilusión en el vacío.

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