miércoles, 3 de marzo de 2021

Música de un pozo azul (Errata naturae), de Torborg Nedreaas

                            

Cuando se experimenta algo -un acontecimiento o una persona- que cala en nuestra existencia dotándola de sentido, uno se fija más a menudo en las cosas pequeñas. Todo lo que lo relaciona a uno con esa experiencia, incluso lo más insignificante, cobra vida en el interior de uno, exigiéndole algo, escribió la escritora noruega Torborg Nedreaas (1906-1987) en Nada crece a la luz de la luna (Errata naturae). Las cosas pequeñas son las protagonistas, también el filtro de la mirada, en Música de un pozo azul (Errata naturae). Su filtro tiene diez años, Herdis, una niña que observa, disfruta, padece y demanda, y sobre todo se interroga. Sus pensamientos no lograban desligarse de lo que había sucedido. Pero ¿había sucedido algo? Los acontecimientos, alrededor, se escurren, como enigmas difíciles de descifrar que, en muchas ocasiones, son malvados enigmas, aunque la resolución de un enigma a menudo era peor que el enigma. Los momentos de plenitud y resucitación son fugaces, o se alternan con las sensaciones de desvalimiento o angustia. Las relaciones, sobre todo con sus padres, se definen por las alternancias extremas. Y las relaciones pueden deteriorarse, y romperse, como la de sus padres. Sintió tanta pena por ellos que casi dolía. Era como si ambos estuvieran terriblemente apesadumbrados por algo que no se había mencionado. Las corrientes de la vida pueden convertirse en resaca, y reconvertirse en otras relaciones a las que adaptarse, que también pueden deparar momentos luminosos, como con Elias, el hombre con el que entabla relación su madre. La vida y sus mareas. Un gesto crispado o una bofetada pueden tornarse minutos u horas después en una sonrisa, un gesto de arrepentimiento, un abrazo desesperado. El mundo alrededor es un sorprendente escenario diverso, incierto e imprevisible. Todas las escaleras tienen su olor, su carácter, su rostro. Adoptan el color de aquellos que viven sus vidas a puerta cerrada.

La narración se inicia con un percance en un pozo, y concluye con otro acontecimiento sobre las más extensas aguas del mar. Un espacio restringido y un espacio sin contornos precisos. Se viven en unos límites, pero el mundo rebosa brechas que hacen sentir que su amplitud es inabarcable, desbordante. Queda suspendida sobre el vacío de ese pozo en el que escuchaba una indefinible, pero cautivadora música. Y contempla, también sola, desde un bote los fuegos artificiales que serán reemplazados por la espesa oscuridad cuando se desvanezcan. La música, el pozo y esa caída que no se produce pero está a punto de ocurrir se suspenden sobre la narración. Son los diferentes ingredientes de la relación con la vida, en algún momento esplendorosa música, como el mismo disfrute de los elementos, de las sensaciones del sol sobre la piel, o el contacto del agua, como la vida puede ser raspadura, angustia. La vida puede hacer daño. Aunque había perdido cualquier punto de apoyo, aquel día pareció haber encontrado otro nuevo; un punto de apoyo que dolía tanto como cuando su pantorrilla tuvo que abrirse camino rasgándose con aquel enorme clavo, o lo que fuera, de la resbaladiza pared del pozo. Todo hacía daño.

La vida como permanente estado de suspensión, como un incierto funambulismo. ¿Cómo será la próxima reacción de aquellos que quieres, o cuál será la tuya? Hedris, en ocasiones, interfiere en esa vida de adultos, como una oclusión que demanda atención, pero no es la protagonista. Lo que le ocurre a ella puede ser insignificante, un ruido de fondo, o una molestia, para otros. Las necesidades pueden colisionar. Las emociones pueden no demandar lo mismo, o en ese mismo instante. Tiró el incomprensible acontecimiento de aquella tarde al bello pozo azul que había descubierto hacía tiempo. Si miraba hacia abajo para tratar de encontrarlo solo veía su propio reflejo inquieto. La única música que subió del pozo antes de quedarse dormida era la delicada y alegre risa de su madre. Hedris siempre se topará con su reflejo inquieto. La realidad es sobre todo su reflejo inquieto. Y el conflicto siempre deviene de la colisión que puede darse entre lo que necesitan o quieren los otros, las mareas de la realidad, alrededor y fuera, y lo que uno necesita y quiere, las mareas de los propios reflejos. En ocasiones, pueden sintonizar, en otras se torna ruido estático. Más allá de esos momentos plenos, de los instantes en que se siente resucitar, siempre, la propia soledad, enfrentada a la oscuridad que se revela cuando se desvanecen los fugaces fuegos artificiales. Las películas que animan, con sus caricias pero también asperezas, la insondable oscuridad en la que nos desplazamos. El mar estaba tan tranquilo que la barca apenas se movía (…) Intentó ver las estrellas, pero sus ojos estaban tan saciados de estrellas artificiales que eran incapaces de vislumbrar las auténticas. Su mirada vagaba en un oscuro y vacío abismo.

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