viernes, 18 de diciembre de 2020

Reinas del abismo (Impedimenta)

                             

Hasta la persona menos imaginativa, llevada al límite por el estímulo de la cita reiterada, acabará aceptando, tal vez con renuencia, que la realidad es más extraña que la ficción. Para tales individuos, esta afirmación encierra una posibilidad excesivamente osada y temeraria. Dará igual si quien habla lo hace desde el conservadurismo de la reserva intelectual. La posibilidad de que la Verdad sea, quizá, más entretenida, más deliciosa en su cromatismo y más variada que la Ficción, no ha sido, sin embargo, aceptada como punto de vista general, y se presenta bajo la guisa de un proverbio. Por eso, las mentes sin elasticidad podrían contemplarla con recelo (…) Ese estado de la cuestión hace que el Libro de la Vida cobre una dimensión apasionante. Lo puebla una mezcla abigarrada de fenómenos fantásticos, inesperados, trágicos y cautivadores. Cada hora tiene su <<continuará>> en la siguiente. Si la mirada se desprende de las orejeras del filtro de la normalidad o cadena de rutinas y rituales, como una cinta corredera que nos conduce por inercia, puede discernir la realidad como un espacio de asombro, o un semillero de interrogantes; los ángulos pueden ser múltiples, como las posibilidades, si pensamos en lo que quizá no advirtamos tras la niebla de la normalidad o de la costumbre. Nos ajustamos a unas coordenadas en las que nos queremos sentir seguros, como si la previsión fuera un salvavidas. La vida como ficción interiorizada nos distrae, como también los relatos con los que nos amenizamos, aunque, por otro lado, abren brechas que nos invitan a enfocar la realidad, y a nosotros, de otro modo, quizá menos complaciente. El mundo, en general, tenía una calidad misteriosa y ronca, como si estuviera amordazado. La existencia ordinaria se había suspendido provisionalmente o funcionaba dentro de un decorado especial. Y a la vez nuestra mente no dispone de límites para ser sugestionada. De la misma manera que amordazamos nuestras interrogantes, dejamos fácilmente que nuestra mente sea moldeada, como si dispusiéramos de resortes que pueden ser pulsados para suscitar una determinada percepción o concepción de la realidad (o sobre los demás). La característica humana más interesante y misteriosa es su adaptabilidad a las circunstancias, que además se activa casi automáticamente. Una navidad en la niebla, de Frances Hodgson Burnett es una fascinante narración que juega con las facetas fundamentales del fantástico, la sugerencia y la desestabilización provisional que potencia la alteración de la percepción de la realidad (que puede crear nuestra mente, que no imaginamos que pueda ser posible). El fuera de campo de lo que desconocemos, o tememos, también puede ser entrevisto a través de una manifestación, como ocurre en La risa, de G.G Pendarves. Eran ojos que habían visto lo innombrable y lo inimaginable, el resultado de la más extrema oscuridad al que ningún ser humano puede sobrevivir. Ambos son dos de los relatos que integran Reina de los abismos. Cuentos fantasmales de maestras de lo inquietante (Impedimenta), todos escritos por autoras que no disponen del necesario reconocimiento.

En algunos de los relatos, el avatar fantástico, la aparición, o la visión anómala, la aparente reanimación de un cadáver, el fulgor de un ángel, son reflejos de unas inconsistencias masculinas: la mirada que degrada, por indiferencia, que no ve un ángel, la encarnación de un ideal, sino que crea un vacío porque ella no representaba nada, por tanto ser un vacío que fácilmente puede ser abandonado, en El ángel del escultor, de Marie Corelli. O la mirada inflexible, e intransigente, que prioriza el orgullo sobre la comprensión; la mirada que sobredimensiona el juicio condenatorio sobre los ardides utilizados para conseguir la correspondencia del amor, que significaba, por añadidura, una liberación, esto es, afrontar el discernimiento de un amor que no era correspondido, en vez de valorar tanto lo que la acción significaba como el amor afianzado en el presente, en De entre los muertos, de Edith Nesbit: si en mi cobarde corazón hubiese tenido espacio para algo más que aquel terror irracional que mató el amor en ese momento, ahora no me encontraría aquí tan solo. Me aparté de ella, la tuve miedo, no quise estrecharla contra mi corazón. En otros se exploran los miedos, esos que temen que la atención del hombre se enfoque sobremanera sobre otra cuestión, una abstracción, un pasión laboral o creativa, un objeto, o una planta, como en Dama blanca, de Sophie Wenzel Ellis: las plantas, con sus parcialmente desarrolladas conciencias, eran capaces de reaccionar con un placer más sofisticado que el que pudiera experimentar el hombre cultivado ante aquellos goces tan elementales, como la belleza de la luz lunar y los delicados besos de la brisa nocturna.


¿Cuántas veces no nos ha desgarrado la mente el miedo de que la persona que amamos no sienta lo mismo que nosotros, o no se fija siquiera en nosotros?. En El piso encantado, de Marie Bellco Lowndes, la protagonista siente, en el piso que alquila, como si alguien estuviese mirando en busca de algo. No deja de ser reflejo de una convicción, de la que precisamente ha huido. Cuando la muchacha fue descubriendo que su amigo Roger <<solo estaba divirtiéndose>>, por utilizar una frase anticuada, su orgullo y su corazón sufrieron más de lo que hubiese querido admitir, incluso a sí misma. ¿Era así o también fue sobredimensionada esa percepción por el miedo? Aunque, por otro lado, ¿no puede modificarse la percepción de lo que sentimos, como esclarecimiento, cuando el cuerpo no está presente sino ausente, y se valora entonces de otro modo lo que se siente? En el relato La naturaleza de las pruebas, de May Sinclair, se explora el peso de otra ausencia, la muerte del ser amado, en relación con esa aspiración romántica de la unión que transciende cualquier límite, la sublimación de la pasión, la experimentación del éxtasis que quizá también sea una ilusión que se persigue porque la realidad parece una sucesión de vivencias pasionales dietéticas. Tuvo alguna experiencia, alguna clase de contacto terrible y exquisito. Más penetrante que la vista o el tacto. Más...más extensión: la extensión en todos los puntos de su ser. Quizá el instante supremo, el éxtasis, no se produjera hasta que el fantasma no hubo desaparecido. ¿Qué crea o inventa la mente cuando ama o se enamora? En La isla de las manos, de Margaret St Clair, se explora tanto la idealización del otro como de uno mismo, cómo quisiéramos vernos y cómo quizá vemos a quien amamos como queremos que sea. Cuando un hombre ama a una mujer, no puede separarla lo suficiente de sí mismo para verla con claridad. Su amor por ella la envuelve en brumas. Joan para ti no era una mujer, sino el elemento del que se nutrían tus sentimientos y tus ideas (…) Me creé a mí misma a imagen y semejanza de un sueño que abrigué en secreto. Somos materia, y somos ficción.

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