miércoles, 30 de septiembre de 2020

Exhalación (Sexto piso), de Ted Chiang

 

En la secuencia introductoria de la extraordinaria La llegada (Arrival, 2016), de Dennis Villeneuve, la voz de la lingüista Louise Banks (Amy Adams) indica que uno de nuestros límites es cómo vivimos el tiempo, su orden. En la narración, la alternancia de tiempos parecerá el orden que no es. Lo que creemos pasado puede que sea futuro. Lo que parece el final quizá sea el principio. En la alternancia de tiempos se refleja nuestra vulnerabilidad inmanente y la inexorabilidad de la muerte. La muerte siempre nos espera. La muerte fue y será. Es pasado y futuro y el presente brega con esa consciencia, pese a que cierta tendencia humana prefiera vivir con la convicción de la invulnerabilidad, de que no hay un término, de que no hay pérdida y desaparición, de que todo prosigue incluso cuando se supera el umbral de la muerte, como si el mismo tiempo pudiera ser vencido y conquistado. La llegada adaptaba una novela breve de Ted Chiang, Story of your life. En El comerciante y la puerta del alquimista, el primero de los relatos que conforman Exhalación (Sexto piso), de Chiang, el tiempo es vector fundamental. Por ejemplo, la idea de poder recuperar lo perdido, o dicho de otro modo, la desazón por recuperar lo perdido: Hay cuatro cosas que no vuelven: lo dicho, la flecha disparada, el pasado y las oportunidades perdidas. El relato se despliega sobre ese inestable cimiento que es el remordimiento o el arrepentimiento. La idea de poder modificar el pasado, aquel gesto, aquella palabra, aquella omisión. Una puerta al pasado, pero también al futuro, es el umbral para tomar consciencia de que mi viaje al pasado no había cambiado nada, pero lo que había aprendido lo había cambiado todo. En ocasiones lo que quizá nos faltaba era otro ángulo. Nuestra percepción es limitada por la misma colocación en el espacio y el tiempo. Y disponer de conocimiento de otro ángulo quizá proporcione una perspectiva más precisa y amplia, que nos libere de la distorsión de la perspectiva restringida. Nada borra el pasado. Existe el arrepentimiento, existe la enmienda, y existe el perdón.

En este relato cobra importancia la alquimia, como también en La llegada (la figura del ouroboros, la sintonización de la conexión, la unidad o fusión de todas las cosas, que representaba el lenguaje de los otros: que evidenciaban con su irrupción nuestra falta de comunicación y más bien tendencia al malentendido, la susceptibilidad o la hostilidad). ¿Y si, como se plantea en el relato La verdad del hecho, la verdad del sentimiento, dispusiéramos de un dispositivo, el Remem, sustituto de la memoria natural (como un registro completo de nuestras vivencias) con el que pudiéramos comprobar qué hicimos o qué dijimos? ¿No facilitaría el apuntalamiento en las relaciones de la vertiente competitiva o contenciosa, estableciendo una dinámica de puntuaciones con respecto a quien tenía razón con la evocación precisa, una variante de la dinámica del reproche retrospectivo? Una investigación forense de la verdad puede resultar dañina. ¿De verdad importa de quién fue la idea de tomarse aquellas vacaciones que resultaron desastrosas? ¿Necesitamos saber qué miembro de la pareja es el más olvidadizo en los recados del otro?. Chiang amplia la perspectiva con la condición movediza de los matices. Enfoca desde un ángulo extremo, pero no contradictorio sino complementario: quizá la posibilidad de contrastar el hecho con nuestro evocación evidencie cómo habíamos configurado nuestra relación con los demás, nosotros y la realidad, con una narrativa conveniente. Reescribimos nuestro pasado para que se adecue a nuestras necesidades y sostengan la historia que contamos sobre nosotros mismos. Y una tercera cuestión. Disponer de un registro de los acontecimientos del pasado ¿supondría una fidedigna recreación de la vivencia? No es lo mismo lo que sucede que lo que supuso para nosotros, cómo vivimos tal momento o acontecimiento. Se me antoja que un video continuo de la totalidad de mi infancia estaría repleta de hechos pero vacío de sentimientos, simplemente porque las cámaras no capturarían la dimensión emocional del acontecimiento.

Este enfoque sobre las diferentes maneras de vivir el tiempo evoca los magníficos relatos de Los sueños de Einstein, de Alan Lightman. ¿Y si pudiéramos, como en un ordenador, restaurar nuestra vida desde cierto punto, para borrar cierta acre discusión que afectó de modo irreparable una relación afectiva, como se sugiere en El ciclo de la vida de los elementos de software? En La ansiedad es el vértigo de la libertad se plantea la posibilidad de las narrativas paralelas a través de unos dispositivos denominados prismas. La secuencias temporales de lo posible, las decisiones que se podrían haber tomado en aquel determinado momento (que en retrospectiva consideramos decisivo). La vida según el prisma con el que la contemplamos, percibimos, discernimos. Cómo pudiera haber sido nuestra vida si hubiéramos actuado de otro modo. El relato explora las brechas de esa posibilidad tan vinculada con esa compulsiva necesidad de control de los seres humanos, aunque sea mediante la rectificación ilusoria (virtual).  Les encontraron usos personales más allá de explorar <<lo que podría haber pasado>>. La posibilidad de intervención en esas otras líneas narrativas, y su misma existencia, ejerce de seísmo o desenfoque, ya que introduce en sus vidas la idea de contingencia.  Algunos experimentaban crisis de identidad, su percepción del yo se veía mermada por las numerosas versiones paralelas de sí mismos. Unos cuantos compraron muchos prismas y trataron de mantener sincronizados a todos sus yos paralelos, obligando a todos a mantener el mismo curso a pesar de que sus respectivas ramas divergieran.

¿Y si dispones de la posibilidad de pronosticar lo que te podrá ocurrir, como se plantea con el dispositivo Pronostic en Lo que se espera de nosotros? A lo largo de las semanas las implicaciones de un futuro inmutable van calando. Algunas personas, al darse cuenta de que sus elecciones no importan, dejan de tomar decisiones por completo. Como una legión de Bartlebys, dejan de  participar en la acción espontánea. ¿No es la entronización del dispositivo en nuestra sociedad un reflejo, en forma de distorsión, de nuestra necesidad de control absoluto sobre la configuración de la realidad y los acontecimientos? Una necesidad, por otra parte, que se enmaraña con el autoengaño, o lo encubre, ya que quizás sea dispositivo mental humano fundamental desde el principio de los tiempos: en otro relato, Ónfalo, plantea cómo desde el principio de los tiempos el ser humano ha tenido necesidad de conquistar y dominar la naturaleza, pero también la noción de realidad a través del relato (en forma de mito o religión). Un componente fundamental para esa conquista fue la invención o creación de dioses, una manera, por extensión, de dotar de sentido externo a la realidad (y a la incógnita de la muerte). Todo se produce o realiza con un propósito externo, simplemente nos ajustamos o cumplimos o nos hacemos merecedores. Nos justificamos en un modelo (creado pero que configuramos como si fuera revelación) que nos hace sentir invulnerables (hay una continuidad del relato más allá de la muerte). Nos hace sentir que somos el centro del universo, ya que esa personalidad transcendente creada por nosotros (los dioses en forma de grupo perdieron hace  tiempo vigencia) nos hace sentir que somos la finalidad de su propósito; el resto del universo es periférico, como un decorado vacío. Nos sentimos el centro escénico en cualquier escala. De alguna manera, es la oposición a la empatía (Nosotros, en cuanto humanos, somos capaces de crear un sentido para otras vidas). Pero el ser humano necesita ese control configurador del escenario de la realidad, aunque la secuencia de los acontecimientos fluya sobre lo incierto y lo imprevisible. Coincidencia e intención son las dos caras de un tapiz, mi señor. Nos puede resultar más agradable mirar una, pero no podemos decir que una sea verdadera y la otra falsa.

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