lunes, 24 de junio de 2024

Cuando ruge la marabunta

 

¿Qué pueden tener en común dos obras aparentemente tan disimiles como Un corazón en invierno,de Claude Sautet, y Cuando ruge la marabunta (The naked jungle, 1954), de Byron Haskin. La desestabilización de la cuadriculada y reprimida reserva de un universo masculino, que ilusoriamente cree que controla, por la música o la marabunta de las emociones, representadas en la figura de una mujer. La primera secuencia de Cuando ruge la marabunta, basada en Leiningen versus the ants (1937), un relato corto de Carl Stephenson, ya nos pone en situación, y no sólo con respecto a la circunstancia, peculiar, de los personajes, sino por cuanto percibimos desconcertantes signos que avisan de una posible desestabilización del orden. Joanna (la excelente Eleanor Parker) viaja, en 1901, en un pequeño barco por un rio de una selva centroamericana, y su destino es la plantación de cacao que ha erigido Christopher Leininger (Charlton Heston), usurpando espacio a la naturaleza, conteniendo las aguas con presas, para mantener su espacio roturado, su mansión, símbolo de su poder sobre las fuerzas de la naturaleza. El motivo del viaje no es otro que el de un matrimonio por poderes. Nunca se han visto ambos hasta ese inminente momento, para perplejidad del dueño de la barcaza, que no logra entender por qué una esposa pregunta por cómo es su marido, y cómo no puede haberle conocido antes de casarse. El detalle inquietante, en cuanto anómalo, con el que se abre el film, es el extraño comportamiento de un ave zancuda, que abandona esas tierras contradiciendo su tendencia natural, sus hábitos. Algo fuera de lo corriente debe estar sucediendo, o va a suceder, y de algún modo, ya insinúa y anuncia, por asociación, la condición de cuerpo extraño perturbador de Joanna, como anomalía, en la rígidamente pautada vida de Leininger desde hace quince años, desde que, con diecinueve, empezó a modelar un espacio (una realidad) de acuerdo a su voluntad e intereses.

Tras la llegada de Joanna a la plantación, en dos sucesivas secuencias, o intercambios y duelos de frases, entre ambos, quedará definido con precisión lo que está en juego, y las personalidades y actitudes de ambos. Leininger ya quiere dejar claro quien debe marcar los pasos en la relación. Aparece tarde, a caballo (aunque de entrada tendrá poco de caballero) lo que ya en sí es una manera implícita de decir quién debe estar supeditado al otro, y añádase la fusta que lleva como símbolo de (pretendido) dominio. En su primer intercambio de frases se insinúa a través de sus miradas cómo ambos se sienten atraídos mutuamente, pero el teatro de sus palabras, condicionado sobre todo por la susceptibilidad de él, se convierte en un duelo de tanteo y camuflaje, sobre todo por parte de Leininger, circunstancia escénica que evidencia quién tiene o necesita un ansia de control. Rápidamente señala que no le gusta que le interrumpan, y que el sentido del humor (irónico y punzante) que aprecia en Joanna no lo considera precisamente una virtud. Leininger ya deja entrever que bajo su apariencia ruda y expeditiva encubre una susceptible inseguridad. Pero Joana es una mujer con una fuerte personalidad, tanto en que es más razonable, como en su sarcasmo, que tan pronto desestabiliza a Leininger, así como un temperamento que tiene poco de sumiso, sabe con claridad lo que quiere, y no se escuda en máscaras protectoras, siempre incisiva y cuestionadora (un espíritu tan razonable como indómito e insurgente). En la posterior cena, Leininger mantiene ese autoafirmativo duelo, marcando distancias, evidenciado por sus posiciones opuestas en una larga mesa, con acerados, y menos sutiles, sarcasmos. Tras terminar, Leininger le plantea que toque el piano, a lo que ella accede (detalle, la primera pieza que ella interpreta la interrumpe, porque es demasiado triste, lo que señala cómo se siente).Joanna pronto advierte que sus preguntas son como la comprobación de quien examina la dentadura de un caballo que quiere comprobar; son preguntas que intentan calibrar un producto. Y piensa que debe haber algún fallo, una fisura, una deficiencia, porque no puede ser tan impecable (lo que a ella le hace comprender que le gusta y le atrae).


A su vez, en ese tanteo, Leininger sigue definiendo posiciones, remarcando lo que le ha costado levantar su imperio, tras esos años de denodados esfuerzos, sustrayendo espacio a la naturaleza, cómo se ha hecho a sí mismo, sin necesitar de nadie, ni tener miedo de nada o nadie, luchando porque el mundo se ajuste a sus necesidades, a lo que él quiere. Y al fin advierte la deficiencia en el producto, la fisura que evidencia que no se ajusta su expectativa o ideal, cuando ella reconoce que es viuda, cosa que él no sabía (un detalle que su hermano, quien había realizado la búsqueda de su esposa en Nueva Orleans, había omitido), es decir, ha habido otro hombre en su vida, y por lo tanto no es virgen, no es un espacio natural que él puede hollar el primero, como hizo con la selva. ¿Por qué le inquieta tanto? ¿por qué esa necesidad de remarcar que él quiere cosas nuevas, que no hayan sido de nadie, como ese piano que se trajo recorriendo 300 kilómetros por el río?. Aquí habría que señalar el por qué del sugestivo título original, The naked jungle, la selva virgen. Esa naturaleza que ha reprimido en él, y que ha querido dominar (cuyo emblema por extensión es su plantación), y esa virginidad que no halla en Joanna. Pero como ella le replica, usando como asociación el piano, un piano suena mucho mejor cuánto más se ha usado. Aunque realmente, como le confesará después Leininger, si esa revelación tanto le desestabiliza es porque él sí es virgen: en los poblados en los que hacia incursiones en busca de mujer tenía un nombre, y a él no hizo falta que se lo dieran, lo que ya delata cómo ha supeditado su naturaleza, o sus emociones y deseos, a su rígido orgullo. Joanna a su vez comprende, para su satisfacción, que bajo esa máscara de rocosa rudeza, que quiere imponerse a toda costa, se esconde el miedo, la fragilidad de la inexperiencia. Leininger teme a Joana, se siente tan atraído que le impone sobremanera su presencia, y por añadidura no sabe desenvolverse con las mujeres. Joana aprecia entonces que esa esquiva rudeza no es más que un mecanismo de defensa. Pero él no quiere abandonar su máscara protectora, y que las emociones le inunden. Por eso se emborracha para entrar en el dormitorio de Joana como un bárbaro, poseído por su inhibido deseo, para asaltarla, una tosquedad que no es sino el reflejo de lo poco que ha sabido tratar con las emociones, acción de la que prontamente se arrepiente, porque no es natural en él.

Avergonzado, por actuar así, y por dejar en evidencia lo que siente, y lo que le impone ella, decide que lo mejor es que ella abandone la plantación. Porque ya sabe que no puede dominarla, pero a la vez, dado cómo le ha tocado profundamente, empieza a sentir ya que no quiere dominarla. Es cuando se hace explicita la aparición de la amenaza de la marabunta (millones de hormigas devorando a su paso todo lo que se le pone a tiro, vegetal o animal), el motivo de que aquel ave zancuda abandonara esas tierras, precisamente tras que la marabunta de las emociones ya ha empezado a mostrar las primeras fisuras en la presa emocional de Leininger, por eso antes de partir, Leininger se muestra ya ante Joanne sin ninguna máscara, humilde y sincero, exponiendo su vulnerabilidad. El resorte que lo provocará será un libro de poesía (espejo de emociones) de Fontaine. Joanna está leyendo ese libro en la cama, y le señala que había advertido la gran biblioteca de Leininger posee. Él, huidizo, replica que los compró a peso, pero ella señala que un libro así indica más bien que alguien lo ha elegido conscientemente, y eso quiere decir que tiene una mayor sensibilidad que la que muestra. Él lo reconoce, le gusta la poesía, y cita una frase del libro de Fontaine, 'Existen tres tipos de hombre, el que crees que eres, el que los demás creen que eres, y el que realmente eres', y ella pregunta, qué cuál es ahora. Leininger le dice que el tercero, un hombre inseguro, tosco, bastante fatuo, e irrisorio (pero ella le vuelve a remarcar que él no es nada irrisorio para ella).Ya está puesta la semilla de su acercamiento. Por eso, ¿Cómo va a poder ella irse?. Cuando realizan ese desplazamiento para dejarla en el poblado en el que coja el barco que la aleje, es cuando se hace manifiesto la cercanía de la marabunta, aproximándose en su voraz paso a la plantación de Leininger. Al fin y al cabo, el reflejo o encarnación de cómo Leininger en su interior está dejando que las emociones empiecen a desbordarse en él. Una criatura diminuta que arrasará con toda la grandeza de sus plantaciones y mansión, o en suma, la de su arrogancia hasta que deja que la emoción desborde su coraza. La lucha para vencer a la marabunta, narrada su progresión con proverbial tensión, pasará por dejar inundar sus plantaciones, su dominio, haciendo explosionar las presas, y dejando que la selva virgen, la naturaleza, recupere su dominio, de la misma forma, como correlato, que él ha dejado ya que las emociones fluyan entre ambos, de igual a igual, como celebración de las fuerzas naturales liberadas.

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