viernes, 5 de noviembre de 2021

Eternals

                     

Superhéroes, superpoblación, inconsciencia y enajenación. Eternals (2021), de Chloe Zhao, no sólo cumple la función de relevo de la franquicia Avengers (dado que, cual banda de rock, se había desmantelado por la muerte de varias de sus estrellas), en cuanto mantenimiento de un molde (y un beneficio financiero) con la inauguración de una serie de películas protagonizada por varios superhéroes que conforman un equipo, sino en un aspecto más sustancioso (que probablemente, como suele ser usual, no suscite demasiada atención). En las últimas obras protagonizada por los vengadores, Avengers: infinity war (2018) y Avengers: Endgame (2019), ambas de Anthony y Joe Russo, la cuestión clave de conflicto era la superpoblación, motivo por el que Thanos (como había hecho en otros planetas), para evitar la destrucción futura del planeta Tierra, había decidido hacer desaparecer, o sea eliminar, al cincuenta por ciento de sus habitantes (no un mero conflicto ficcional, ya que es una circunstancia crítica vinculada, por otra parte, con la degradación medioambiental; si en los último sesenta años se ha duplicado la población mundial imagínese en otros sesenta y qué consecuencias funestas tendrá sobre el planeta). Esa circunstancia es recordada, comentada, por alguno de los eternals (eternos porque pueden vivir sin envejecer, permanecen igual que cuando fueron creados por la entidad Arishem; llevan siete mil años en la Tierra), sin aún saber que, de hecho, la sobrepoblación es el propósito buscado por quien pretende destruir la Tierra (es factor necesario energético para que sea factible). Hay quien al respecto apunta que por eso les indicaron a los eternals que no intervinieran en los conflictos humanos (cuando con sus poderes pudieran haber evitado muchos horrores): era necesario que sucedieran, en forma de múltiples guerras a pequeña y gran escala, porque de ese modo se podía propiciar tanto el desarrollo tecnológico como el de los recursos medicinales (desarrollo más sofisticado de herramientas de dominación y de protección). Es el mismo eternal que desolado observa los efectos de la bomba atómica lanzada sobre Hiroshima: Pathos (Brian Tyler Henry) es el eternal con poderes de invención científica (en cierto momento, le dicen que se adelanta demasiado a su tiempo, unos cuantos siglos, con la invención del motor; es más apropiado, un arado).

Otro componente de los eternals, Druig (Barry Keoghan) es crítico, ya prontamente, desde el genocidio de las culturas latinoamericanas por los conquistadores españoles, con respecto las limitaciones de intervención a las que se ven sujetos por dictado de Arishem, ya que permiten, entre los humanos, esa sucesión de desmanes y desafueros violentos y destructivos. ¿Para qué sirven sus poderes, su supuesta condición protectora y benéfica, más allá de combatir a los monstruosos deviants, si no pueden intervenir para que la relación entre los humanos sea más armónica, lo que sería factible dadas sus facultades y capacidades? Los eternals, de hecho, se replantearán el fundamento de su función ¿Son héroes o más bien villanos si permiten, o eso se les ordena, que los seres humanos cultiven la destrucción? Se puede equiparar a los eternals con los empleados de una empresa que descubren tardíamente que únicamente han sido utilizados, como peones, para que se enriquezcan los que rigen la empresa o para un propósito que nada tenía que ver con la mejora de las condiciones de vida de los seres humanos (sino que incluso implicaba la degradación progresiva de su entorno). Eran partícipes de una ficción (en la que sus contrincantes eran otras creaciones para ese escenario conveniente programado, los deviants); no eran sino peones, como la misma Tierra, alimentada, como los cerdos, las gallinas, vacas y otros animales, engordados en las más degradantes condiciones, para que sean nutriente energético de entidades superiores (en un caso, los celestiales, en el otro, los humanos). Pero entre los eternals se producirá una escisión, cuando haya quienes, como buenos y aplicados esbirros pretendan seguir cumpliendo el mandato de su señor o jefe de empresa o dios, Arishem, y quienes pretendan salirse del papel encomendado, o de la función asignada, y actuar de acuerdo a su ética propia.

El subtexto es la vertiente más sugerente de una obra que, en su molde narrativo y visual, se ajusta a una plantilla preestablecida, con restringidos despuntes de ingenio formal. Chloe Zao había recibido múltiples parabienes por sus previas obras, la notable The rider (2071) y la interesante, aun irregular, Nomadland (2020), a la cuál lastraba, en pasajes de su primera mitad, la recurrencia de otro tipo de convenciones, las de cierto cine realista de ambientes precarios (más que real parecía impostado como si fuera su traslación en una galería de arte). Toda singularidad de estilo detectada en esas dos obras desaparece en una obra aplicada, pero impersonal. Un estilo que no difiere del cumplimentado por los hermanos Russo en las películas sobre los Vengadores. Ciertamente, el resultado no es tan poco estimulante como el de la experiencia de otros cineastas, con sugerente previa obra, como la pareja Anna Boden y Ryan Fleck, autores de la excelente Half Nelson (2006), pero que tienen el dudoso honor de haber realizado la más plúmbea e insulsa de las producciones Marvel, Capitana Marvel (2019). O Cate Shortland, autora de la espléndida Summersault (2004) o la muy sugerente Lore (2021), que también desapareció en las imágenes formularias de Black Widow (2020), pese a algún puntual brillo en las secuencias centradas en los conflictos familiares de la protagonista. Eternals, al menos, está narrada con preciso y dinámico ritmo, que no decae en sus dos horas y media, aunque tarda un poco en coger ritmo, o en definirse, con sus saltos adelante y atrás, con la presentación de algunos protagonistas en tiempo presente y varios flashbacks relacionados con Babilonia y la conquista española de América. Por eso, en sus primeros compases, amenaza el temor de que pueda ser una variante, con más medios, de un péplum de los sesenta, sin la vivacidad de Hércules (2014), de Brett Rattner. Pero, poco a poco, a medida que se van (re)uniendo, progresivamente, los eternals, la obra se dota de cierta consistencia y hasta bosqueja cierta densidad. También porque los últimos eternals que se unen son quienes aportan las perspectivas más críticas (uno de ellos, Druig, significativamente, vive en la Selva amazónica; los lodos de los desmanes de la conquista española se corresponden con la amenaza de la vigente explotación ambiental), como si la narración fuera una sucesión de capas tectónicas que se revelaran, en consonancia con su descubrimiento de quiénes eran realmente o para qué habían sido creados o programados: más villanos peones de un propósito depredador que implica la destrucción del planeta (y para el que era necesario la sobrepoblación) que realmente héroes. Afortunadamente, en la primera capa de la narración, a diferencia de las formularias Black widow o Capitana Marvel, las secuencias de acción no son un mero anodino despliegue de pirotecnia sino que no están exentas de cierta emoción dramática (no están despegadas de los conflictos de los personajes).  Aunque quizá se eche de menos más aristas, turbiedades o tinieblas dramáticas, como abundaban en Watchmen (2009), de Zack Snyder o, sobre todo, la espléndida Logan (2017), de James Mangold, dos de las escasas rupturas de la preponderante plantilla estándar.

Será entonces, acompasado a esa crucial revelación, cual salto de eje vital, de su falaz propósito heroico, cuando se explicite otro tipo de conflicto, entre los mismos eternals, como el que puede ocurrir en una empresa cuando algunos empleados quieren protestar por las injustas condiciones laborales. Además esa divergencia se amplifica con el hecho de que el integrado que se ajusta al patrón establecido (en su doble sentido) sea el espécimen apolíneo de raza caucásica y la discrepante y sublevada la mujer de etnia oriental. Afortunadamente, se logra sortear la restrictiva pauta de unos tiempos en los que la apología de lo inclusivo colinda con la tiranía de la corrección política (cinco eternals son mujeres y cuatro hombres, y múltiples etnias se ven representadas; uno es incluso abiertamente homosexual y otra es sordomuda). La disensión no es parcelaria (como se utiliza en nuestro sistema socio económico para crear conflictos locales, étnicos o de género, que eviten que se cuestione la estructura del sistema) sino, precisamente, estructural. Se plantea un cuestionamiento de la función asignada en un sistema preestablecido (en suma, se cuestiona nuestro enajenamiento por aceptar unos preceptos o propósitos de vida y se incide en el engaño, de cariz avieso y manipulador, de un sistema, sea regido por una entidad o la indefinida dictadura corporativa en la que vivimos). Por añadidura, aunque su resonancia se circunscriba a Estados Unidos, resulta corrosivo el apunte de que la nave de los eternals esté enterrada desde hace miles de años en territorio irakí (uno de los principales enemigos de Estados Unidos en las cuatro últimas décadas).

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