domingo, 1 de noviembre de 2020

Los apuros de un pequeño tren

                           

Los apuros de un pequeño tren (The titfield thunderbolt, 1953), de Charles Crichton, es una de las más brillantes representantes de las comedias corales producidas por la británica Ealing, tramadas sobre la idea de que la unión hace la fuerza, sea para solventar una terrible desgracia, que un pueblo escocés se quede sin whisky, como sucede en Whisky a gogó (Whisky galore!, 1949), de Alexander MacKendrick, y después dar rienda suelta al ingenio para que no sea incautado por las autoridades, o sea para disfrutar de las más beneficiosas prebendas como ocurre en el distrito de Pimlico de Londres cuando descubren, por unas excavaciones, que pertenecen a Francia, los que les posibilita crear su propio gobierno y establecer fronteras, como se plantea en Pasaporte a Pimlico (Passport to Pimlico, 1949), de Henry Cornelius. El guionista de esta última también era T.E.B Clarke, autor del guion de la obra de Crichton (para quien había escrito el guion de la también espléndida Oro en barras, The Lavender hill mob, 1951), inspirado en unos sucesos acaecidos entre 1951 y 1952 en Gales, cuando se creó la primera línea ferroviaria para turistas organizada por amateurs; algunos de los sucesos descritos en la novela Railway adventure, de L-T.C Rolt, como los lugareños recogiendo con los más diversos utensilios agua con las que nutrir a la locomotora, o empujando uno de los vagones, inspiraron lances del guion de Clarke.

En la obra de Crichton el detonante conflictivo es la noticia de que el gobierno ha decidido cerrar la línea ferroviaria de Titfield. Para que puedan mantenerla en activo ( y para evitar que sea nacionalizada), deberán, primero, conseguir financiación, lo que consiguen gracias al apoyo del rico hacendado Valentine (Stanley Holloway) al plantearle la posibilidad de que en el tren podrá disfrutar de alcohol desde primeras horas de la mañana). Segundo, deberán pasar un mes de prueba para conseguir el permiso del ministerio de transportes, y la consiguiente inspección. Y, tercero, entretanto, deberán evitar los sabotajes de los dueños de la recién estrenada compañía de autobús (representante de esa modernidad contaminante, que altera el medio ambiente, y que quieren evitar en su comunidad.

Al frente del grupo de amateurs amantes de los trenes está el reverendo Weech (George Relph), quien compartirá conducción de la locomotora con el conductor retirado Taylor (Hugh Griffith), quien vive en un vagón en medio del bosque. Ambos son opuestos, lo que determinará que tengan que pactar, es decir, Weech aceptar que en cualquier momento Taylor detenga el tren para coger alguna pieza de caza. El núcleo de esta exultante obra se centra en el duelo con los saboteadores:  la locomotora tiene que sacar, arrollándolo, al camión lleno de piedras con el que han bloqueado las vías, y acto seguido con un aliado de éstos, el conductor de la apisonadora, Harry (Sidney James), establecer un duelo, como dos astados, entre apisonadora y locomotora (que concluye con la apisonadora despatarrada fuera de las vías); Harry dispara al el depósito de agua por lo que el tren se encuentra sin suministro: todos los pasajeros asaltan una granja cercana para conseguir cualquier recipiente para llenarlos con el agua de un arroyuelo y así abastecer a la locomotora. Cuando todo parece perdido, al precipitar los saboteadores el tren fuera de las vías la noche anterior a la inspección de un representante del ministerio, encuentran la solución en sacar del museo la antigua locomotora (Thunderbolt, a la que alude el título original, The Titfield Thunderbolt), y usar como vagón el hogar de Taylor.

El último acto se centra en la carrera contrarreloj, bajo la inspección del representante del ministerio, para cubrir el trayecto en el horario correcto, mientras sortean y solucionan todas las adversidades que surgen en curso del viaje: como de enganche usan una cuerda, cuando esta se rompe al detener el inspector el tren bruscamente, deberán empujar el vagón para ensamblarlo con la locomotora (esta vez con unas cadenas que de la apisonadora). En suma, Los apuros de un pequeño tren es una comedia modélica en la que brilla el componente excéntrico o absurdo con radiante naturalidad, se perfila con sintéticos e ingeniosos rasgos a los personajes ( y sus contrastes), y se narra con un dinamismo contagioso las peripecias, o los accidentes que deben superar, para mantener la línea en la que el tren siga surcando el esplendoroso paisaje, que hoy en día parece el de un universo paralelo, como el de Innisfree, lo que hace sentir la nostalgia por un mundo luminoso, sin doblez, y con sentimientos solidarios y altruistas, del que uno quisiera ser habitante.

 

 



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