domingo, 19 de enero de 2020
Atención, ¡Bandidos!
Atención, ¡Bandidos! (Achtung, banditi, 1951), de Carlo Lizzani, hace referencia a los carteles que colocaban, durante la segunda guerra mundial, los aliados (u ocupantes) alemanes en referencia a los partisanos resistentes (un calificativo, bandidos, que hacía más sangrante la opresión). Ironía también sangrante: la película fue boicoteada, censurada y retirada de la circulación durante años por el gobierno italiano católico porque los partisanos de la zona de Génova, en la que transcurre la acción, eran ante todo comunistas y socialistas, y temían que la película se utilizara como propaganda de ese ideario. De hecho, la película fue producida a modo de cooperativa, con aportaciones particulares, sobre todo de la zona. La idea partió del propio Lizzani, o de la frustración transmutada en rabia y decisión, tras una conversación con Luchino Visconti después del estreno de La terra trema (1948), en la que éste le reveló no había encontrado productores dispuestos a financiar su idea de realizar una trilogía porque no les interesaba ese tipo de obra. A Lizzani le parecía fundamental el incentivar esa obras valientes.
El protagonismo de esta estupenda obra es colectivo. No sólo el de los que componen el grupo de partisanos que se trasladan a Genova para conseguir nuevas armas, sino, con un incisivo planteamiento de guion afinadamente elaborado(en el que participaron ocho: Rodolfo Sonego, Ugo Pirro, Giulani Di Negri, Giussepe Dagnino, Carlo Lizzani, Massimo Mida, Enrico Ribuldi, Mario Socrate), trazar una visión de conjunto de las posiciones diversas que los italianos adoptaron con la ocupación (o alianza fascista), debatiéndose, con variadas perspectivas o actitudes, en un ‘entre’. Es el caso del hermano de Anna (Gina Lollobrigida), que retornó a Italia y se alistó en el cuerpo de los alpini (soldados de la sección de montaña) que sirven a los alemanes. Como otros de sus compañeros, vacila sobre en qué bando posicionarse (en ocasiones, la indecisión no es por falta de convicción sino por miedo, o indefinición). O del diplomático que sorprenden en casa de su amante, en quien que se refleja la dualidad de vida en la que algunos se mueven (o mantienen el equilibrio de conveniencia); no es sino la camaleónica adaptación a las situaciones sabiendo utilizar la doblez, las apariencias, intentando llevarse bien con todos los bandos. O los obreros de la fábrica, que tienen que soportar la opresión por partida doble, no evidenciando su disensión o inconformidad porque podrían cerrar la fábrica, lo que implicaría perder sus puestos de trabajos, por lo que manifiestan su insurgencia de modo clandestino, ya que son los que suministrarán las armas a los partisanos.
El último tercio narra, con un brillante uso del montaje paralelo, los diversos enfrentamientos en el pueblo contra los alemanes. Hay secuencias de rotunda dureza, como aquella en la que ahorcan a los cabecillas de los obreros, o, no por previsible menos desgarradora, la muerte del partisano que había realizado la incursión en el pueblo para ver al hijo nacido hacía unos meses que aún no conocía. Pero las pérdidas, las bajas, no pueden detener el curso de una resistencia. Los partisanos supervivientes, a los que cada vez se unen más integrantes, se desplazan para seguir con su combate contra una opresión, que no cesará aunque finalice la guerra, como refleja el boicot que sufrió para su estreno.
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