jueves, 31 de octubre de 2019
La trinchera infinita
No hay prisión más eficiente que el miedo. Se puede ejercer de modo virulento una opresión, una persecución del que discrepa, pero encuentra un buen cómplice en el miedo que incita a agachar la cabeza, a esconderse, a evitar la contusión que implica toda confrontación directa. Una contusión que no tiene por qué implicar la neutralización. Por eso, hay un amplio margen entre la desnudez vulnerable del gesto audaz y la comodidad del mullido refugio que proporciona ilusión de inmunidad. Es la diferencia entre quien se esfuerza en cambiar el estado de las cosas aunque las circunstancias sean adversas y quien se esconde y abriga en su propia condición de víctima. La heroicidad colinda con la soledad de la intemperie, como cuando corres expuesto en un campo al descubierto porque te persiguen unos disparos. El acoso y derribo puede hacerte sentir que no hay más opciones que buscar esa trinchera que sea más bien una vida emparedada. En La trinchera infinita (2019), de Jon Garaño, Jose María Goénaga y Aitor Arregi, Rosa (Belén Cuesta) comenta a su marido Higinio (Antonio De la Torre), al ver por primera vez, en un Nodo, a Francisco Franco, que no tiene una voz y una apariencia que pueda asociar con quien es un dictador, con quien impone un modo de vida, un escenario de realidad, que implica purga del que discrepa. No es una voz imponente y parece una mujer disfrazada, apostilla. Pero el miedo engrandece la figura del opresor desde la trinchera en la que se empareda.
Higinio es uno de los numerosos españoles que permanecieron emparedados, sin salir del escondite o refugio de su hogar, durante treinta años, por temor a represalias, hasta que se implantó la amnistia en 1969. Construyeron su trinchera infinita porque prefirieron no exponerse, prefirieron ser víctimas que héroes. Por eso, en la narración, Higinio engrandece una figura perseguidora, Gonzalo (Vicente Vergara), el vecino que le denunció y que, aunque pasen tres décadas, no deja de olvidar, porque funciona por unos elementales resortes mentales, los que reducen su mundo a una mínima parcela, como si así dictara la realidad. Ni uno ni otro olvidan, anclados, en su restringida parcela de realidad (emparedada de modo manifiesto o no), en una realidad que no ha avanzado en treinta años para ambos. El resentimiento impele a uno, y al otro condiciona el miedo. Y ambos quedan recluidos entre los barrotes de su particular contienda.
La narración comienza con un brusco despertar, y una persecución que implica una sucesión de escondrijos hasta establecerse, como una raíz seca, en uno de esos escondrijos durante décadas. La vida se filtra a través de los agujeros de su reducto o zulo, o a través de las ventanas. Aprende a coser y tejer como su esposa, pero no es ninguno Penelope esperando el regreso de Ulises. Higinio se enreda en el tejido de su pusilanimidad, que se emponzoña con miedos, como temer que su hijo sea el fruto de una violación (por alguien que representaba a la opresión), pero no es sino una justificación, un desvío de su mente, para no confrontarse con su incapacidad de intervenir en la realidad, de enfrentarse a quienes dictan su modelo de realidad, ese en el que aquellos que no tienen cabida deben buscar las sombras para expresarse como sienten, como la pareja de homosexuales que realiza una incursión furtiva en su casa para poder disfrutar del sexo.
La narración se puntúa con intertulos que definen términos como esconderse, franco, detención, cambio, amnistia y otros muchos, un recurso irónico con respecto a quien permite que otras voluntades definan la realidad. La acción transcurre durante tres décadas, pero como reflejo también nos enfoca a nosotros, a nuestro tiempo, a nuestra tendencia al lamento en las trincheras que establecemos sin exponernos a la confrontación por miedo a perder nuestra casilla en el organigrama social, sea porque tenemos familia, porque resulta tan difícil conseguir un empleo estable o por la justificación que sea, que nunca sobran. La trinchera es un efectivo y brillante recordatorio para quien quiera ver la realidad como es a no ser que siga prefiriendo verla como resulte más cómodo para su trinchera.
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