domingo, 28 de julio de 2019
Let us live
Sólo un cobarde mata a alguien que no puede defenderse. ¡Tú! Eres un cobarde, un asqueroso asesino y cobarde. Todos vosotros, escondidos tras vuestros uniformes, escondidos tras la ley. Sois unos cobardes que vais a asesinarme mañana. Son las palabras que es John 'Brick' Tennant (Henry Fonda desde su celda, en el corredor de la muerte, a los guardianes, en una de las secuencias de Let us live (1939), de John Brahm. Otra obra, en aquellos años, como Furia (1936) y Sólo se vive una vez (1937), ambas de Fritz Lang, o Ellos no olvidarán (1939), de Mervyn Le Roy, que ponían en cuestión la pena de muerte, las inconsistencias de los representantes de la ley, y la irresponsabilidad ciudadana que fácilmente colinda con la mezquindad. Incluso, en otro contexto, en la Francia de 1894, se podría añadir La vida de Emile Zola (1937), de William Dieterle, sobre el caso Dreyfuss, con el célebre Yo acuso que lanzaba el escritor contra los poderes fácticos, y sus abusos de poder. Lo que determinaría que él fuera llevado a juicio, acusado de injurias, durante el cual los mismos jueces imposibilitaron que pudiera utilizar, para la defensa, téstigo alguno relacionado con el caso Dreyfuss, utilizado por las altas instancias militares como chivo expiatorio por su condición de judio. Cuando sentencian a Zola un año, y aprecia las muestras de jubilo de los asistentes, espeta indignado: ¡Canibales!. Esa combativa indignación al rojo palpita, en un grado u otro, en cada una de las películas citadas.
En todos los casos la aberración se amplifica por la condición de inocentes de los acusados. Furia se inspiraba en los linchamientos que acaecieron en 1933 en San Jose, California, cuando una jauría humana linchó a los secuestradores y asesinos de Brooke Hart. Ellos no olvidarán se basaba en un suceso que adquirió notoriedad nacional en 1913, la condena, y posterior linchamento, de Leo Frank, por la muerte de Mary Phagan, de 13 años, empleada en la misma empresa, en Marietta (Texas). Tras conmutarse su condena de pena de muerte a cadena perpetua fue sacado de prisión por la turbamulta, formada en gran medida por ciudadanos de Marietta, y linchado. La consideración más extendida es que realmente era inocente, y que pesó en su condena el hecho de que fuera judío. se inspira en un caso real. El guión de Anthony Veiller y Allen Rivkin, para Let us live, adapta el artículo periodistico, Murder in Massachusetts, escrito por Joseph F Dineen, y publicado en 1936 en Harper's magazine: En 1934 dos taxistas de Boston fueron identificados por varios testigos como los responsables del asesinato de un hombre durante el robo en un teatro, en Lynn, Massachusetts. Transcurridas dos semanas de juicio, durante el que se consideraba más probable que fueron declarados culpables, los auténticos responsables del crimen fueron detenidos durante otro robo y reconocieron su culpabilidad.
Harry Cohn, presidente de la Columbia, consideró que era una historia que necesitaba de un amplio presupuesto como producción estelar del Estudio (ya que las otras películas citadas eran de la MGM y Warner). Pero presiones políticas de Massachusetts determinaron que se planteara como una producción B, y por lo tanto que no dispusiera de tanta resonancia publicitaria. Aunque esas restricciones no afectaron a la contundencia crítica de la película. Quizá hasta la propulsaron, potenciada por las ya no espesas, sino casi abrasivas, sombras de la extraordinaria fotografía de Lucien Ballard. Es más, en la narración sí son declarados culpables y condenados a la silla eléctrica, lo que convierte el último tramo de la película en una carrera contrarreloj por parte de la novia de Brick, Mary (Maureen O'Sullivan), y el teniente Everett (Ralph Bellamy), el único policía que advierte en los cuestionamientos de Mary (la bala encontrada en un nuevo robo es la misma empleada en aquel por el que acusaron a Brick) la semilla de la duda razonable. A diferencia de otros funcionarios mentales que nada se replantean como si fuera una tarea ya tramitada, Everett sí se pregunta si quizá no realizaron un juicio demasiado apresurado, y se equivocaron en considerarle culpable fundamentalmente por el testimonio de unos testigos. ¿Acaso estos son fiables, hay que dar por válidos sus testimonios sin cuestionamiento alguno?. Palpita de modo manifiesto una visceral indignación por la facilidad con que se puede complicar la vida de una persona que no ha hecho nada cuando le confunden con un criminal, como es el caso de Tennant. Indignación por la irresponsabilidad y por la indiferencia de la gente corriente que determina la vida de los otros sin remordimientos, y de los representantes de la ley, como si fueran un número más en sus trámites. Es una manera de bajar la cabeza y restringir el campo de mirada, como también hacen los guardianes en la cárcel, para quienes el recluso es otro más: sólo ven un uniforme que varía de cuerpo, pero este es irrelevante. Es el recluso, es una representación.
La desesperación ya se adhiere como segunda piel, que se torna urgencia, a través de la perplejidad y desamparo de Brick. desde la secuencia en la que en la rueda de reconocimiento son identificados como los asesinos (cáusticamente, los testigos mostrarán la misma convicción cuando al final reconozcan a los criminales). No entiende cómo no perciben en su rostro que no es capaz del acto que le acusan. Pero los policías, ironía sangrante, sólo están preocupados de tomar sus huellas dactilares, de un trámite. No son capaces de discernir en su mirada cómo es pero quieren identificarle para cumplimentar una base de datos. Nadie parece saber discernir al otro, intuir cómo es, nadie se preocupa de percibir en una mirada cómo puede ser esa persona, sino ajustarse a lo que la combinación de las apariencias parecen indicar como presunta realidad. En buena medida, porque pocos se preocupan de mirar y comprender al otro. Como le dice Everett al jefe de policía: El fiscal me dice que su trabajo consiste en conseguir condenas. En cambio usted me dice que su trabajo sólo consiste en recoger pruebas. Me parece que ustedes siguen las normas de forma muy estricta, olvidando que tratan como seres humanos. He sido policía durante veinte años, pensando que hacía un trabajo honesto, pero usted y el fiscal del distrito hacen ya que no piense así. De esa pérdida de confianza, de ese desvalimiento, brota el implícito grito desesperado del título Let us live/Permitidnos vivir. Las instituciones no parecen una salvaguarda sino una mera indiferente maquinaria burocrática que cumple robóticamente con su función sin salirse de los límites o parámetros pautados, y sin saber mirar más allá de esa cuadrícula.
En las primeras secuencias se refleja de modo admirable la ilusión y la complicidad de Brick y Mary. Son una pareja que quiere casarse y fundar su hogar, afianzar su particular lugar en el mundo. Ambos discuten sobre cuál es la mejor estrategia,o cuáles son los pasos necesarios. Brick considera que ya deberían comprar la casa, pero ella le señala que primero debería consolidar su empresa de taxis, por lo que Brick decide comprar un segundo taxi, precisamente en el lugar donde los tres atracadores robarán las armas policiales en exposición. También ironía sangrante, mientras ella asiste a la iglesia, y él la espera fuera, será cuando cometan el atraco. No hay destino generoso con las buenas voluntades. La combinación de azares no es que se tiña de fatalidad, es que se revela como mera aleatoriedad. Como en la posterior Falso culpable (1956), de Alfred Hitchcock, confundirán los rasgos de Brick y los de Baxter (Joe Linden), su amigo, al que ha acogido en su piso porque es otra figura errante suspendida en la precariedad, con los de los auténticos criminales. Brick durante un tiempo aún piensa que prevalecerá lo justo, que no puede ser condenado por algo que no ha hecho (como expresa, particularmente, a través de su evocación de lo que le decía su padre sobre cómo lo justo prevalece, encuadrado con una composición desequilibrada, por el amplio vacío en la parte superior, que está surcada por la negrura). Por eso, cuando sea exculpado, y los representantes de la ley reconocen su error, Brick da la mano conciliadora al fiscal, porque como Mary señala, por mucho que sea liberado, ya es alguien que han matado por dentro, porque ya no cree en el sistema.
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