miércoles, 26 de junio de 2019
Muñeco diabólico
El muñeco de tus sueños siniestros. La rabia que puede sentir un empleado al que despiden puede ser equiparada a la de un niño que siente que los complementos que conforman su vida no son los que desearía sino, incluso, todo lo contrario, por eso molestan, estorban. Desearí pulverizarlo, como el trabajador a quien le ha despedido. Muñeco diabólico (2019), de Lars Klevberg recupera los apuntes perversos y mordaces que fueron descartados para Muñeco diabólico (1988), de Tom Holland, aunque quien ideara esos apuntes, Don Mancini, no haya participado en esta versión. En aquella película que no fue el muñeco, de nombre Buen chico (good guy), encarnaba los deseos siniestros, las emociones frustradas, del niño. La violencia que el muñeco desplegaba ejercía de sombra protectora. Ejecutaba a quien podía suponer una amenaza, o simplemente contraríaba sus deseos. Por otro lado, el enfoque descartado pretendía plantear en una sátira sobre la industria de los juguetes y sus anuncios publicitarios. Ambas vertientes fueron extirpadas, con lo que quedó una descafeinada versión que brillaba, única e intermitentemente, por su figura siniestra (y los asesinatos que realizaba), pero poco más. En esta actualización, Steve (Gabriel Bateman) es un chico con dificultades auditivas, lo que acrecienta su aislamiento. Se ha traslado, con su madre, Karen (Aubrey Plaza) a un nuevo hogar, y carece de amigos. Su refugio, que evidencia su aislamiento, es el móvil. Su madre le incita a que salga al mundo alrededor, que intente entablar amistad con dos chicos que se encuentran en la calle: una de las buenas ideas de puesta en escena de la película: Steve los mira desde el interior de la puerta del portal, y los niños quedan reflejados en el cristal, pero Steve opta por volver adentro, al refugio de los reflejos. Aunque sufre unas interferencias: no le gusta Rooney el gato, ni tampoco el novio de su madre, Shane. Pronto irrumpirá en su vida el reflejo siniestro de su amargura y frustración, el monstruo de su aislamiento. En Vietnam, uno de los trabajadores, de la empresa Kesler, que arman el muñeco Buddy, es despedido, y además con saña por parte del coordinador. Por despecho desactiva todo el sistema de seguridad del muñeco, los dispositivos que inhiben la violencia en sus reacciones o actos. Si Steve inhibe su violencia, su amigo (buddy) para toda la vida (como repite como cantinela), que ha agregado en forma de muñeco, será el arma que materialice sus pensamientos turbios y siniestros de modo desbocado. De hecho, en la secuencia del primer crimen, Chuky queda reflejado en el cristal roto de la puerta del armario donde Steve le había escondido. Tras el reflejo, la revelación del crimen, la primera materialización del deseo siniestro de Steve.
La sátira sobre la industria de los juguetes y sus anuncios promocionales (con uno precisamente comienza la narración) se amplia, reflejo de los tiempos, a la comodidad funcional que reportan las aplicaciones (apps para los esnobs) de la red virtual. A través de una aplicación se controla, o intenta controlar, a Buddy, ese avatar de sus deseos siniestros, como la identidad falsa que uno puede utilizar en la red para satisfacer los impulsos más turbios, o aquellos que no queremos que los demás sepan que sentimos, porque simplemente damos rienda suelta al despecho o al deseo de perjudicar a alguien. Es parte consustancial la ilusión de que conduces o controlas la realidad (por la exacerbación de la virtualización). Pero no es así. Al respecto, la ironía implícita en la aplicación, que usa (fatalmente) un personaje, que permite contratar un coche sin conductor para que te traslade donde desees. La comodidad como puntal de nuestra dinámica de vida. O con respecto a la absorbente (y predominante) vivencia a través de pantallas, el técnico de mantenimiento que observa a través de diversas pantallas los interiores de los diferentes apartamentos (aunque es un aspecto más enunciado que aprovechado). Hay también algún apunte mordaz sobre los desquiciamientos de la corrección política: en la secuencia inicial un padre quiere cambiar la muñeca porque no es rubia, como el modelo que se suponía quería comprar, sino pelirroja, y la dependienta, Karen, le pregunta si hay alguna discriminación implícita en su comentario.
No faltan tampoco apuntes mordaces sobre la enajenación o embrutecimiento de las nuevas generaciones que disfrutan con los despedazamientos (como los de la La matanza de Texas 2, que sugestionan al mismo Chuky quien, cual resorte, enarbola con entusiasmo un cuchillo de cocina), aunque el disfrute de situaciones gore, o humor bestia, es también el de generaciones pretéritas: cómo se tuerce el gesto de una preciosa niña rubia al verse salpicada con sangre cuando sonreía feliz ante la expectativa de que le van a ofrecer una radiante sorpresa, o Chuky estrangulando a un gato (sic). A veces entre el incisivo destello de humor negro y la bufonada (autoindulgente), de cariz adolescente, hay una liviana frontera. Desafortunadamente los apuntes mordaces sobre nuestro imaginario social y los desquiciamientos que generan los aislamientos y ensimismamientos amplificados por la adicción a las pantallas virtuales, o de los móviles, dejan paso, en la segunda mitad, a la pirotecnia. Se suceden crímenes que no difieren en ejecución al que había sugestionado a Chucky, a la par que se diluyen las turbulencias siniestras. En este aspecto no logra superar a la realizada por Holland, que sabía dosificar la amenaza de modo más sugerente, en principio jugando con la amenaza en fuera de campo, para ya despendolarse en la traca final. En este caso, se desboca ya mediada la narración, y destierra la sutileza. Hay otra idea tampoco aprovechada hasta el fondo que hilvana estos pasajes: la extracción de los elementos molestos, gato o novio de madre, se amplia a la de los posibles rivales en cuanto extensiones de amigos, como si la cuestión primordial ya no sólo fuera agregar sino el vínculo exclusivo. Se quiere atención completa. Si no es así, de modo expeditivo se desagrega, o mutila, a las amistades que interfieren en el pulso por ser centro de pantalla.
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