martes, 30 de abril de 2019
Vitoria 3 de marzo
Las heridas de la memoria histórica. El 3 de marzo de 1976, en Vitoria, efectivos de la Compañía de Reserva de Miranda de Ebro y de la guarnición de Vitoria de la policía cargaron contra los 4.000 trabajadores que se habían congregado en la asamblea de la Iglesia de San Francisco. No se dispararon sólo pelotas de goma. Como resultado, cinco muertes y ciento cincuenta heridos. Una acción que quedó impune. Hemos contribuido a la paliza más grande de la historia, celebró un policía tras la masacre. Una frase para la eternidad, porque quedó grabada. Víctor Cabaco, en Vitoria 3 de marzo (2018), intercala esas grabaciones reales durante la secuencia que recrea aquella brutal carga. Es la secuencia con la que culmina, no precisamente como catarsis, como en la obra que adopta como molde narrativo, centrada en otra cruenta carga policial, Bloody sunday (2002), de Paul Greengrass. El curso de la narración va dirigido hacia esa secuencia, como los rápidos de una corriente que acrecientan de modo progresivo su velocidad hasta acelerar su ritmo, como la precipitación que se desborda, en esas intensas secuencias finales de montaje abrupto, tan desasosegante como convulso.
Hasta ese momento la narración se centra en una familia, a través de la que se reflejan, aunque sea de modo indirecto, las diversas posiciones ante el conflicto. La hija, Begoña (Amaia Aberasturi) mantiene relaciones con Mikel (Mikel Iglesias), trabajador de Forjas alavesas, involucrado en las acciones del movimiento sindical. El padre, Jose Luís (Alberto Berzal), se encuentra en la tesitura de tener que posicionarse, aunque sea por omisión de información, en favor de los intereses empresariales, cuando le amenazan con detener a su hija. Quien amenaza a Jose Luís es Eduardo (Jose Manuel Seda) uno de los pocos empresarios que aboga por las tácticas de persuasión, o mediatización no violentas, es decir, recurrir a los medios de comunicación para configurar su imagen más favorable. Pero hay otros empresarios que no aprecian los modos sutiles, sino la directa aplicación represiva mediante la violencia. Y así intereses empresariales y políticos se alían para ordenar una carga que no se ande con componendas. ¿Y si se extendían esas reclamaciones como un virus entre los trabajadores de todo el Estado español?: No hay espacio para negociaciones con los trabajadores que han optado por la huelga reclamando mejoras en las condiciones de trabajo, porque son concesiones, y para ellos las posiciones que detentan reflejan quiénes disponen de poder y quiénes no. También Ana (Ruth Diaz), la esposa de Jose Luís se involucra, para interceder por su asistenta, Loli (Oti Manzano), cuyo marido ha sido detenido. Para conseguirlo intenta aprovechar la atracción que sabe que siente Eduardo por ella, como si de ese modo pudiera ampliar su sensibilización por ósmosis. Pero Eduardo no separa la sensibilidad de la pragmática. Sólo le sensibiliza la posibilidad de que ella le correspondiera.
Cabaco opta por un estilo visual que parezca la réplica del modo de representación de aquel cine español de los setenta, de apariencia deslustrada, un realismo neutro, áspero y asfixiante, de colores mortecinos, que podía transpirar tanta inmediatez como desaliño. Nos intenta remitir a un tiempo, incluso sumergir, visualmente, en aquellos sucesos a través del estilo predominante en el cine de la transición, que se extendió a los ochenta, sea en películas o series, dirigidas por Pilar Miró, Antonio Mercero, Antonio Bodegas, Jose Luis Garci o Jaime de Armiñan, que no se definían precisamente por el refinamiento o ingenio de estilo. En Vitoria 3 de marzo la elección de estilo es una decisión meditada, significante, como no resulta tan desvaída la narración que se imprime. Aun con sus irregularidades gradúa el desarrollo narrativo con eficacia y, sobre todo, se propulsa con lacerante potencia en las contundentes secuencias finales, las cuales nos logran hacer partícipes de la desesperación y desolación de padecer un abuso de poder.
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