lunes, 18 de febrero de 2019
American animals
Esta película no está inspirada en una historia verdadera, señala un letrero inicial. Pero pronto, se evidenciara que la narración de American animals (2018), de Bart Layton, alterna personajes y las intervenciones ante cámara de los seres reales que los actores interpretan. ¿Es un juego formal?¿Un falso documental? A ese letrero inicial se le sustrae parte de la frase (no está inspirada): ¿Es una historia verdadera o no?¿O más bien nos van a interrogar sobre los frágiles límites entre la realidad y la ficción?. El primer plano es el de uno de los personajes, Warren Lipka (Evan Peters) maquillándose, y caracterizándose como anciano. Apariencias, engaño, representación. Y le suceden unas imágenes invertidas del entorno. La mirada que pone del revés. Son eventos reales en los que se inspira la narración, pero invierte, o pone en cuestión, de un modo más radical, y de distintos ángulos, o en diferentes niveles, los límites de la ficción y lo real. La excelente obra previa de Bart Layton, El impostor (2012) estaba centrada en un chico francés, de nombre Frederic que se dedicó a suplantar identidades, en innumerables ocasiones, en varios países de Europa, pero también en Estados Unidos (pasaje en el que se centra la narración) como quien contrarresta las carencias que sufrió en su niñez, la falta de una conexión familiar, buscando integrarse en otros escenarios, en otra familia, ser otro, para quizá sentirse parte de un conjunto, un grupo, en el que se le reconozca, para el que sea visible, y por tanto sienta que existe, que no es una figura al margen ( y sí quizá protagonista de algún escenario).
En cierto momento de American animals, Spencer Reinhard (Barry Keoghan) pregunta a Lipka si alguna vez te preguntaste por qué naciste aquí, en vez de ser otra persona, y si alguna vez sientes que estás esperando a que algo ocurra pero no sabes qué, y es algo que podría hacer tu vida especial. Lipka, que en esos momentos juega con la lumbre de su mechero mientras Reinhard observa cómo otros juegan con un carrito de supermercado incendiado, esas interrogantes las torna convicciones: siente su vida teledirigida, como si les programaran para pasar de una casilla a otra, para consumir lo que se les indica que hay que consumir, como se les programa para aspirar a lo que deben aspirar. Viven en una sociedad que tira a la basura cada día el 40% de su comida, un reflejo de su inconsistencia y de lo prescindible que es cada uno de ellos, en cuanto intercambiables. En otro momento, añadirá que te hacen creer que todo importa y que eres especial, pero a medida que pasa el tiempo te das cuenta de que nada importa y de que no eres especial. Keoghan, pintor, se queda extasiado con la singularidad de los dibujos de pájaros en un libro, Pájaros de América, de John James Audubon, valorado en miles de dolares, expuesto en la Biblioteca de Transilvania, en Lexington, Kentucky. De nuevo, la ensoñación, la especulación sobre las posibilidades de narrativas alternativas de vida (como sería mi vida si...), se torna determinación, acto, a través de Lipka: propone robar alguno de esos preciados libros, y así configurar su propio escenario de vida. Ese robo, efectivamente, lo intentaron realizar en el 2003, con la colaboración de dos cómplices que reclutaron. Si a ambos le definen la interrogante y la convicción, pero les une la insatisfacción con respecto a una vida programada, a Chas Allen (Blake Jenner) le convencen por el aspecto económico ya que posee impulso emprendedor empresarial desde corta edad, y a Eric Borsuk (Jared Abrahamson) el deseo de recuperar la amistad interrumpida con Lipka (la soledad, la falta de vínculos). Entre ambas motivaciones se perfilan las sombras que complejizan las motivaciones transgresoras de los otros dos, Lipka y Reinhard, como perímetro de sus contradicciones. O cómo cruzar cierto umbral, además de la transgresión de la sublevación del inconformismo, también puede conllevar cierta inconsciencia e inconsecuencia (con respecto a los otros).
The imposter estaba tramada sobre los cenagosos límites entre realidad e impostura, Y entrecruzaba sus territorios expresivos: es un documental narrado como una ficción, ¿o quizás a la inversa?. Narrado con una estética tenebrista, y un ritmo arrollador, hipnótico, con un fascinante trabajo sobre las texturas sonoras (como si las voces de la realidad fueran una maraña difícil de desenredar, de discernir), parecía acompasarse a las magníficas siniestras series británicas de aquellos años (Red riding trilogy, Luther, The shadow line, Wallander). American animals, que participa de un admirable montaje de semejantes cualidades, es una ficción, con la intercalación de las declaraciones de los personajes reales (Layton contactó con ellos antes de que finalizaran su tiempo de prisión, y rodaría el proyecto cuando ya fueron liberados). Una alternancia que amplifica el componente emocional (sus rostros silenciosos intercalándose durante las secuencias de la conclusión y momentos posteriores del robo), y la complejas aristas de las interrogantes que se plantean. La brecha de lo real conmociona con los imprevistos y con la turbiedad y sordidez de la confrontación de la fantasía anticipada con los hechos (la orina de la bibliotecaria que tienen que reducir, amordazar y atar; los vómitos en la huida; la ansiedad y la angustia). Una cosa es imaginar cómo puede ser, porque se quiere materializar un deseo que suponga ruptura con un proyecto de vida,que sienten predeterminado,con el que quieren romper, y otra es confrontarse a las contrariedades, y la desolación que implica infligir daño. No serán ya lo mismo aunque hayan cumplido la condena en la cárcel. Quedará como sombra ese daño que tuvieron que infligir.
The imposter se estructuraba a través de juegos entre ficción y realidad: entre los tiempos, había diálogos que repite en el pasado y en el presente (la mueca del impostor, como un eco mudo, que pone en interrogantes el propio relato evocador: ¿alguien que ante todo actuaba, que era casi mentiroso compulsivo, puede variar?), incluso con cambios de texturas sonoras en mitad de una intervención. Las acciones del pasado estaban recreadas dramáticamente, la mayor parte de ellas, combinadas con los relatos y testimonios de la familia de Nicholas, participantes en la investigación, y, sobre todo, el chico impostor. En American animals los personajes ponen en cuestión sus perspectivas. Pueden evocar un encuentro de modo distinto. Lipka cree que fue en una localización, y Reinhard en otra. Cuando evocan a la persona que les facilitó el contacto con el comprador de los libros, Lipka lo evoca con unos rasgos, y Reinhard con otros, aunque Reinhard, incluso, se pregunta si recuerda lo que vio o lo que le dijo Lipka. En cierto momento el Reinhard real cruza su mirada con el ficticio, una mirada que es además entre tiempos distintos, porque es el Reinhard que evoca años después. La huella no superada.
Y no deja de ser curioso que tres de los cuatro hayan enfocado su vida a actividades artísticas, pintor, estudiante de cine y escritor. Como si las preguntas no cesaran. Porque el arte es una ilusión que se vertebra a través de interrogantes. Y esta reflexión sobre el lenguaje, sobre los territorios de la ficción, y las perspectivas, y los límites de la realidad, las comparte con obras recientes, como Lo que esconde Silver Lake (un trayecto que interroga sobre los límites de lo real y lo imaginario. O el desajuste entre el discernimiento de lo real y la enajenación de unas proyecciones que aún intentan amoldar la realidad al sueño o deseo. Su narración se delinea sobre la difuminación de los límites de los territorios de ficción: La misma realidad lo es, como el espacio mental: Podría ser la narración una serie de capítulos del relato gráfico que Sam admira). Y Malos tiempos en El Royale ( una ficción que desentraña la condición de ficción, e impostura, de la realidad y de nosotros: las diversas habitaciones (planos), o circunstancias (subtramas) de los diversos personajes: la interrogante de quiénes somos más allá de la función que cumplimos o del propósito que nos sostiene como frágil cuerda de funambulista).
En The imposter la vida se revelaba como un escenario desplegado entre interrogantes, con la brecha abierta de las incógnitas. Frederic se encontraba viviendo, con sus suplantaciones, una realidad que había vivido a través de la pantalla de la ficción, en las películas estadounidenses que no imaginaba que pudiera protagonizar: la secuencia en la que entra en el prototípico autobús de instituto. Para él era como si viviera un extraño sueño, en el que fuera un intruso al que se le ha dado permiso por participar provisionalmente En American animals se pone en cuestión qué fue real o no (la consistencia y fiabilidad del relato de unos sucesos o de unos recuerdos), se pone en cuestión, a través de la motivación de los personajes, una estructura ficticia de realidad que nos enajena con una vida programada, se pone en cuestión las fantasías con las que los cuatro imaginan o anticipan, de modo desenfocado, los hechos (con los condicionantes de las películas vistas: en particular Reservoir dogs, pero se documentan en la preparación con el visionado de películas, del mismo modo que buscan información en internet sobre cómo robar bancos), y aún así resulta admirablemente abrumadora cómo nos empapa con la vivencia real, cómo logra transmitir la tensión del robo en sí, cómo les desborda y supera. Porque lo real está tejido con lo imprevisto. Y porque lo real duele. Las maquetas, los escenarios, son materia, y las figuras son cuerpos que se dañan y que se orinan porque tienen miedo. American animals es una obra extraordinaria.
Un fragmento de la excelente banda sonora de Anne Nikitin
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