miércoles, 30 de enero de 2019
Green book
El trayecto de una conciliación. El libro verde al que alude el título (Green book), alude a The negro motorist green book, una guía que, desde mediados de los cincuenta, utilizaban los viajeros afroamericanos para encontrar lugares de hospedaje que fueran receptivos a su condición étnica. Esa guía le facilita el pianista afroamericano Don Shirley (Maseharla Ali) a quien, durante ocho semanas, que comprenden noviembre y diciembre de 1962, contrata como chofer y asistente, el italo americano Tony 'Lip' Valleronga (Viggo Mortensen), para una gira que realizará, con los otros dos componentes (ambos blancos) de su trío, en el profundo Sur. Asistente. Pero no mayordomo, puntualiza Tony cuando el músico le propone los términos del contrato. Tony pertenece a un ambiente, un subgrupo dentro del universo blanco, que considera a los negros una categoría inferior e incluso una posible amenaza: en una de las primeras secuencias, Tony se levanta de la cama y descubre para su sorpresa que están presentes en la cocina varios parientes y amigos. El motivo: hay dos técnicos afroamericanos que han venido a realizar una reparación, por lo que, según ellos, su esposa, Dolores (Linda Cardellini), no puede estar sola, vulnerable, con ellos. Como si su presencia sólo pudiera ser perturbadora o infecciosa: El mismo Tony decide tirar a la basura los dos vasos que han utilizados los técnicos para beber agua (detalle que advierte, con gesto reprobatorio, su esposa). Por otro lado, ya se nos ha mostrado previamente, en su trabajo como guardaespaldas en un local, cuán contundente puede ser Tony en el uso de la fuerza bruta. Por tanto, su contratación para trabajar con un hombre afroamericano puede anunciar ciertas tensiones, más aún sí el músico se presenta, en sus dependencias, rebosantes de ornamentos que evidencian un lujo que parece inalcanzable para Tony, sentado en un trono. Como si la tortilla étnica se hubiera vuelto del revés. Pero no es esa la dirección que tomará la narración. En primer lugar, Tony no es como parece. Sus acciones se revelarán más mediatizadas por un entorno que relacionadas con una inflexible convicción íntima. Y, además, se evidenciará que no es la étnica, o no sólo, la primordial causa de colisión sino la posición social (como también evidenciaba la reciente Viudas, de Steve McQueen).
Green book (2018), de Peter Farrelly es una película que pretende convertirse, en sí misma, en un libro verde que se extendiera a toda la realidad, como la luz verde de un semáforo. Su espíritu es conciliador. Puede dar la impresión, para una mirada superficial, que la película se pliega, con suma habilidad, a un libro verde de convenciones que busca complacer al espectador que ansía el gesto justo, la confrontación con vaselina y la exposición de injusticias que no resulte demasiado amarga ni virulenta. En cierta secuencia, su coche se detiene en un semáforo. A su lado, se detiene otro en el que una pareja joven les mira con expresión indignada, porque el negro sea quien va en la posición del asiento de atrás con lo que ese implica: Tony sin mirarles les saca el dedo corazón. Es un gesto realizado para el público, uno de esos gestos que complacen y hacen sentir bien. Pero aunque se despliega entre convenciones, no resulta tan agarrotada por las mismas, como un manifiesto reciente sobre la etnia afroamericana, Black Panther, de Ryan Cogler, ni se extravía, entre la impostura y la capciosidad del panfleto, como Infriltrado en el Kkklan, de Spike Lee. Green fluye como un eficaz engranaje, cuyas costuras pueden resultar familiares, pero no por ello adocenadas ni vacuas. Puede que no afile, pero tampoco adultera.
Green book, la película, es como Tony. Es como parece pero a la vez no es como puede parecer. En su paradoja reside su singularidad. En cierto momento le dice a Don que él sabe cómo es. Es cómo aparenta, como el mismo espectador le ve. Otro espécimen de la convención del italoamericano. Pero, al mismo tiempo, como le espeta, quizá sea más negro que él porque es alguien que vive al día para sobrevivir, no con los lujos de los que disfruta Don, quien, a su vez, parece alguien estirado, que demuestra cierta condescendencia con Tony, por su superior cultural (no deja de corregir imprecisiones linguisticas de Tony). Por eso, en principio, la narración sorprende por cuáles son los términos de la inicial confrontación entre ambos. Más que una confrontación étnica, es una confrontación de clase la que se evidencia, como si Tony fuera la representación populista que contrasta con el melindroso Don (al que inicia en la degustación de la comida Kentucky fried chicken que Don considera, en un primer momento, una ignominia ya sólo porque tendrá que mancharse por tener que usar las manos). Hay una secuencia espléndida que define cómo es Tony, más allá de su pertenencia y lo mediatizado que esté por su entorno, y que a su vez define, o revela, a través de la mirada de Tony, a Don, tras su mascara de actitud altiva: En la primera noche en un motel, Tony observa desde su terraza cómo los otros dos músicos hablan, junto a la piscina, con dos chicas, mientras, en su terraza, Don les mira, acompañado solo de su botella de brandy. Tony capta su soledad. No ve un color de piel, ve cómo se siente. Una mirada que echa a la basura no dos vasos que han tocado dos negros sino la suficiencia del prejuicio. En una secuencia se define a un personaje, y cómo comprende a otro personaje (y cómo es este tras la apariencia que porta como máscara protectora).
El trayecto de la narración se complejiza cuando evidencia otras sombras, las que se manifiestan en la misma sensación de desubicación, e incluso inconcreción de Don, como si fuera un espíritu exiliado que parece extraviado en la tierra intermedia que habita, entre lujos pero también permisos que le conceden los que dominan el escenario, los blancos, lo que es más manifiesto en el territorio que recorren, ese en el que hay lugares en los que, por su condición étnica, no es aceptado (sea para comprar un traje o para comer en el mismo comedor que los blancos). Aún más, es alguien que no es suficientemente blanco pero, por su desahogada posición económica, tampoco demasiado negro. Y además, debe esconder, furtivo, su naturaleza homosexual. Por lo tanto ¿qué es?, le espeta desolado a Tony. Qué es o cómo puede ser en una realidad en la que se siente desajustado, aislado en su campana protectora, o despreciado por los que permiten acceso a su presencia como mera figura recreativa (con su máscara de distinción por la música que interpreta). Don evidencia su desvalimiento, cuando teme que Tony le abandone por otros dos italoamericanos con los que se ha cruzado. No hay énfasis. La emoción es queda, como un temblor que se esfuerza en disimular. El recelo o la susceptibilidad, que es parte de la coraza de quien teme ser herido, deja asomar la necesidad y el afecto consolidado. Si además ese momento refulge sobremanera es gracias a la extraordinaria interpretación de ambos actores. Los matices dominan su relación, particularmente meritoria en el caso de Viggo porque se enfrenta a un personaje que sobrevuela el cliché. Ali, con su gestualidad y forma de moverse compone, como una sutil partitura, la rigidez que es máscara protectora. Uno y otro se desprenden de peso durante su viaje. Del mismo modo que Don le ayuda con las cartas que escribe a su esposa Tony, hombre torpe con sus sentimientos, o incita a moderar sus impulsos más contundentes (el recurso a la violencia para resolver una situación), Tony, con su asistencia, con una asistencia que es apoyo, logrará que Don se libere de ese encorsetamiento que le ha aislado en la distinción aristocrática (acorde al entorno blanco, es decir, de clase) que destila la música clásica que interpreta, impulsándole a exponerse, como cuando toca al piano, o de modo más preciso, cuando se suelta e improvisa la música de jazz con un grupo en un bar. Uno y otro se empapan de flexibilidad. Este es un relato sobre la conciliación, pero no sólo entre etnias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario