sábado, 8 de diciembre de 2018
Went the day well?
La magnífica producción británica de la Ealing, Went the day well? (1942), de Alberto Cavalcanti, conjuraba, a la vez que reflejaba, el miedo a una amenaza que ya parecía diluida cuando se estrenó, la invasión alemana (la Operación León marino para la invasión de las islas se había pospuesto indefinidamente). Se adaptaba un relato de Graham Greene, El teniente fue el último en morir (1939), el cual se concentraba en el enfrentamiento, victorioso, del cazador furtivo Purves contra un comando de paracaidistas alemanes que habían tomado el pueblo. En la película sólo ocupa un breve pasaje nocturno, espléndido, que en cambio concluye de manera trágica para el cazador. No son paracaidistas sino integrantes de un comando alemán, como punta de lanza de la inminente invasión en dos días, que se hacen pasar, en principio, por un pelotón inglés para penetrar, sin suscitar desconfianza, en el pueblo antes de revelarse como lo que son, y recluir en la iglesia a la mayor parte de los habitantes. Aspecto que retomará la posterior Ha llegado el aguila (1976), de John Sturges, aunque este caso el objetivo del comando será el atentado contra la vida de Churchill. En ambas películas disponen de un agente infiltrado. En la obra de Cavalcanti es un terrateniente, Wilsford (Leslie Banks).
El título, que se puede traducir como ¿Fue bien el día?, está extraído de un epitafio escrito por John Maxwell Edmonds, publicado en 1918 en The Times, en honor de todos los caídos en batalla en la primera guerra mundial: Went the day well?We died and never knew. But, well or ill, Freedom, we died for you. Went the day well? ('¿Fue el día bien?. Morimos y nunca lo supimos. Pero, bien o enferma, libertad, nosotros morimos por ti. ¿Fue el día bien?'). Went the day well? es otro espléndido canto a la resistencia cívica a una invasión, como Hangmen also die (1943), de Fritz Lang, con respecto a la checoslovaca, o Ataque al amanecer (1942), de John Farrow y Al filo de la oscuridad (Edge of darkness, 1943), de Lewis Milestone, en relación a la noruega, o La estrella del norte (1943), de Milestone, con respecto a la rusa.
La narración está estructurada de modo tan singular como admirable. Está relatada, evocada, por Charles Sims (Mervyn Johns), uno de los habitantes de la pequeña villa (prototipo de paraíso bucólico inglés). Como ya anticipa, sólo consiguieron apoderarse de un pedazo de tierra, la tumba que ocupan. Es algo que no fue (por tanto, para el espectador de entonces, que no será por su resolutiva resistencia). La presentación, en su primer tramo, es distendida, luminosa, de los diversos habitantes del pueblo, sin que haya ninguno que adquiera especial protagonismo, porque esta es una obra sobre la resistencia de un grupo, que refleja una unión, por encima de diferencias de clases sociales, edades y géneros. La irrupción de la violencia es de una contundencia lacerante, en primer lugar, por el mismo escenario, la iglesia, cuando casi todos asisten a misa. Expeditivamente (con brillante uso del fuera de campo) el oficial al mando, Orlter (Basil Sidney), dispara sobre el párroco, cuando éste intenta hacer repicar las campanas. La narración se irá cargando de tensión, y la atmósfera se irá tornando cada vez más lúgubre, hasta esa catártica tormenta durante la cual los habitantes del pueblo, confinados en la iglesia, comienzan a gestar su sublevación.
Alberto Cavalcanti, realizador brasileño comenzó rodando en Francia, en 1926, luego en Inglaterra, y en concreto en la Ealing a partir de 1940, para la que rodaría también, por ejemplo, la excelente Me hicieron un fugitivo (1947), trasladándose a Brasil en 1950, de donde tendría que marchar al ser incluido en la lista negra por comunista, y rodando, en la última etapa de su carrera, en Francia, Israel o Alemania. En Went the day well? utiliza el contraste entre tamaños de plano para resaltar la violencia en toda su amplitud (no sólo física), con una notoria crudeza (resultado de la aspereza de los cortantes cambios de planos), y la citada opresiva negrura que se va apoderando de los encuadres en correspondencia con la impotencia y desesperación de los habitantes del pueblo (que llega a su culmen cuando los alemanes amenazan con matar a la mañana siguiente a cinco niños). Esa negrura, como una infección que se propaga con los fallidos intentos (una de las lugareñas lanza pimienta al rostro de un soldado, y le remata con un hachazo desborda, pero luego es acribillada por otro soldado; la muerte del cazador furtivo, bajo la lluvia, en su enfrentamiento con unos soldados alemanes en el bosque, o el acuchillamiento por la espalda que efectúa Wilsford, en el cementerio, al compañero que cree que se está fugando con él), será contrarrestada con la irreductible resolución de los confinados: urden la manera de ir eliminando a los alemanes (en mordaz correspondencia con la muerte del párroco, la primera muerte tendrá lugar cuando uno de los habitantes corta una cuerda que provoca que un peso caiga sobre uno de los soldados). No hay vacilación para esa resolución, nada que se interponga, ni siquiera el amor, como la mujer que ajusticia al traidor aunque estuviera enamorada de él. La narración, modulada de modo admirable, transita de la pacífica luz de una Arcadia a la exasperación de unas desesperantes y lóbregas tinieblas para culminar con una vigorosa catarsis.
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