jueves, 9 de agosto de 2018
Como nuestros padres
Ibsen en Sao Paulo. En La casa de muñecas, de Henrik Ibsen, Nora decide salirse del escenario de vida en el que se había percatado de que no era una más que una muñeca. Alienada, interpretaba de modo inercial el papel asignado. Por eso, decide abandonar marido, hijos y casa. Se subleva. En Como nuestros padres (Como nossos pais, 2017), cuarta película de la directora brasileña Lais Bodanzky, Rosa (Maria Ribeiro), menciona en cierto momento esa obra, y lo hace cuando ha comenzado a replantearse de modo más decidido su escenario de vida: cuál es su posición, cuál su relación con los otros personajes alrededor, la relación con su madre, con su marido, con sus hijas, con otros hombres. El proceso se desplegará en diversas direcciones (o flecos de una trama que descubre maraña), y a la vez como si se fueran destapando capas que no se atendían con la necesaria mirada firme y enfocada, porque se dejaba arrastrar por la corriente del hábito, esa inercia que no se considera que el escenario pueda modificarse, ser reemplazado, porque se siente, o acomoda, como inexorable. Por eso, la primera fisura se extiende desde el exterior, no desde una asunción interior. La primera fisura pone en interrogante su pretérito. En la secuencia inicial, su madre, Clarice (Clarisse Abujamra), le revela que, a diferencia de su hermano, ella es hija de otro hombre, un amor fugaz durante un viaje. Los cimientos del pasado se tambalean, y la inestabilidad se extiende en la relación de Rosa con su vida, como si debiera replantearse a sí misma, porque la concepción del escenario se modifica. La inercia pierde paso.
De todos modos, esa revelación no es que provoque la desestabilización de sus relaciones presentes, porque ya en esa secuencia se perciben ciertas discordancias en su matrimonio, o con su madre, relacionadas con el papel que se supone deben adoptar ella y su marido, Dado (Paulo Vilhena), en las responsabilidades domésticas (con apoyo de la madre a su marido). La desestabilización se produce, de modo más específico, en la propia mirada de Rosa. Y la narración atiende a ese forcejeo, entre sus insatisfacciones y la consistencia de sus relaciones y compromisos, la naturaleza de las discordancias y los desajustes. ¿Por qué no siente deseo con respecto a su marido?¿Cuál es la razón precisa de que desde hace varios meses no hayan tenido relación sexual alguna? ¿Es consecuencia de un cúmulo de circunstancias o evidencia un desgaste en la relación? Rosa forcejea con su desencuentro con su madre, pero también con sus propias hijas, y eso implica el desconcierto de verse reflejada en su propia madre con respecto a ellas (o a la sobrina que sorprende besándose con su novia), y en su propias hijas con respecto a su madre. Quizá de nuevo no sea cuestión de un papel que se adopta, sino de la asunción de que con el tiempo, como señala su madre, el significado de la palabra madre se revela sinónimo de no saber nada. No es sino un desafío permanente con la propia capacidad de improvisación para intentar resolver situaciones, y si hay alguna certeza es la de la inevitable colisión más que la convicción de la justicia de la decisión tomada.
Pero si en ciertos escenarios hay que asumir las incertidumbres, y por tanto la posible falibilidad en las decisiones, hay otros en los que la sublevación resulta necesaria porque está vinculada con la capa que más bien se ha convertido en ausencia en vida. En cierto momento, para la presentación de un proyecto con unos clientes se equivoca de archivo y graba en el pen drive en vez del archivo relacionado con ese proyecto el de su obra teatral. Errores que evidencian una vida auténtica arrinconada, esa que quisiera propulsar, como en su vida marital mantiene en estado suspendido una disconformidad con respecto a subordinarse ella a la dedicación de su marido a las causas ecológicas por su relevancia. Pero ¿y la atención al medio ambiente de su espacio doméstico? ¿No está, además, determinando que subordine su voluntad y aspiraciones, por tanto, viviendo un escenario que más bien es ajeno y no propio?.
La narración se desliza con fluida levedad, buscando el pálpito de lo inmediato, y rehuyendo la afectación y la severidad dramática, como si nos desplazáramos en una realidad intermedia,esa que no deja de estar nublada, como la iluminación amortiguada que predomina, porque la mirada aún no ha enfocado con la precisión que posibilita la visión de conjunto de su vida. Pueden modificar tu escenario con una revelación que indica que quien creías que ocupaba un papel era otro, aunque eso no modifique la conexión emocional con quien no es tu padre biológico (porque lo importante no es la identidad sino la conexión), pero tú puedes modificar el escenario de tu vida, porque no está adjudicado ni tiene que depender de la voluntad de los otros. Como cuestionar tu propio matrimonio no implica el deseo hacia otros hombres, sino su posibilidad, por tanto, la afirmación de la propia voluntad. Significa la negación del escenario insuficiente y la elección del propio escenario, lo que conecta con la magnífica Con los ojos cerrados (1969), de Richard Brooks. Una hermosa secuencia resalta en el conjunto: un montaje alterno de los asistentes a un funeral, y de la fallecida tocando al piano Como nuestros padres, de Singer Belchior. La vida está en la música que interpretas de acuerdo a lo que realmente sientes y quieres.
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