sábado, 17 de junio de 2017
La vida de Anna
Anatomía de la vida precaria. Cada uno conocerá a alguien que alguna vez haya manifestado que no quiere ver en la pantalla el retrato o reflejo de la vida cotidiana, sobre todo si es su vida cotidiana. Probablemente no sentirá ningún interés por la notable 'La vida de Anna' (2016), de la cineasta georgiana Nino Basilia. Da igual que transcurra en Georgia. La vida de Anna es la vida de cualquiera, en cualquier país, que sufre por sobrevivir en el día a día. Podía haberse titulado La vida precaria, o la vida de cualquiera que vive en la permanente precariedad, o permanente parece en el horizonte como un embudo que se estrecha, por lo que se desespera o se buscan opciones desesperadas, algún tipo de salida, aunque sea en otro lugar, como si ese mero cambio espacial pudiera hacer sentir que se reinicia la vida y que puede perfilarse el escenario de otro modo, no desde luego con precariedad ni desesperación.
Anna (Ekaterina Demetradze) trabaja de interina en varias casas y friega platos en un restaurante. Es madre soltera. Su hijo es autista, lo que implica que se encarezca el pago del colegio especializado. El padre no quiere saber nada de él, no soporta mirarle cara a cara. Por eso, incluso, cuelga las llamadas de Anna cuando ella le llama para pedir que le ayude con el gasto que supone la atención de su hijo. Un hombre la elude, y otra la agobia, ya que sufre el persistente asedio de un joven que está enamorado de ella. Es una presencia constante delante de su edificio, como un adorador que espera que sea bendecido. No parece haber término medio en su vida, entre la falta y la sobrecarga. Anna necesita salir de ese agujero de vida donde se siente atrapada y atascada. Por eso, quiere marcharse a Estados Unidos, pero no le facilitan el visado, ironía hiriente, porque su economía no cumple los requisitos adecuados. En cambio, no es lo suficiente pobre como para recibir una ayuda estatal, aunque justifique la necesidad por lo gastos que supone la atención de su hijo autista. No, no parece haber término medio.
¿Cómo se articula expresivamente la mirada sobre lo corriente, esa realidad que implica una colisión para los que demandan una ficción que no les hagan sentir en una pantalla la falta de respiración que puede encasquillar la vida cotidiana y que consideran que más bien pertenece al documento, y por tanto, a lo que no reporta catarsis ni distracción ni placer? En las dos últimas décadas ha habido cineastas que se han convertido en su emblema, Ken Loach y los hermanos Dardenne. Ambos evidencian también los riesgos que conlleva, sus manierismos, cómo se pueden convertir en clichés, como los convulsos movimientos de cámara pegada a la nuca de un personaje; el énfasis en el tremendismo, en el grito y feismo, en el vaciamiento dramatúrgico en la reiteración de acciones (lo real como mera oclusión) o su amortiguación entre convenciones dramáticas. 'La vida de Anna' es un modelo de narración sintética, de condensación y precisión. No hay música, la desnudez es cruda, evita toda recarga dramática, toda afectación, todo subrayado de la sordidez de la realidad desmañada:Ya hablan los mismos escenarios elegidos: esa casa donde vive, cemento sucio que parece descascarillarse, con esos puentes de metal herrumbroso que unen los edificios.
Nos confronta con la vida de Anna, una vida en grado de cero como la de tantos millones, con su respiración cotidiana, o su dificultad para lograr respirar fuera del oleaje de una dinámica de vida que parece abocarla, como un remolino de dificultades e incluso adversidades. hacia las simas abisales del despojo: su desesperación cuando le quedan pequeños a su hijo los zapatos que le ha comprado, para lo que incluso ha pedido algo de dinero prestado a una amiga; su rabia cuando golpea desaforadamente a su joven admirador, apostado en la entrada de su casa, tras que le hayan negado el visado (después de un absurdo cuestionario por redundante); su rabia y desesperación cuando quien le puede conseguir el visado de modo ilegal le dice que, por contingencias que no dependen de él, el viaje será sólo hasta Méjico desde donde pasará la frontera de modo ilegal recorriendo veinte metros de una tubería subterránea tras previo viaje comprimido de una hora en un camión. ¿No está su vida ya suficientemente comprimida y se asemeja demasiado una tubería subterránea? ¿Cómo se puede reaccionar ante una realidad en la que además no abunda precisamente quien te ayude generosamente sino quien te pida algo a cambio? La mente de su abuela ya se desorienta, no es consciente de que, además vestida, se ha quedado largo rato bajo la ducha, o se deja la puerta abierta cuando decide salir de casa, y, aunque no sepa dónde se encuentra, se queda escuchando a quienes protestan por la falta de justicia social. Desorientación, escasa justicia social: los que le niegan a Anna la ayuda estatal argumentan que si le proporcionaran algún tipo de subsidio a alguien como ella, las arcas del Estado se arruinarían y quedarían vacías. Ella responde furiosa, indignada, con un pregunta: ¿Alguien como yo?
En la narración abundan los planos de larga la duración y las elipsis, algunas admirables, que condensan, en acciones, procesos (decisiones, dilemas). Anna encuentra un fajo de billetes de cien dolares en uno de los pisos que limpia. Ella pide al dueño, el cual no se acordaba de que tenía ese dinero en un cajón, que se los preste, pero le contesta que se los da si se acuesta con él. Anna se lo piensa y se desnuda ante el espejo, pero tras contemplarse unos segundos recoge la ropa y sale corriendo. Elipsis: Entra en la habitación del hospital donde se encuentra el joven admirador, ingresado tras abrirse las venas por su paliza, y se acuesta con él. Una acción que tiene más que ver con ella misma, con sentirse íntegra. Por eso se niega en primera instancia a vender su piso por un precio que considera demasiado bajo. Otro admirable ejemplo de síntesis: decide vender su piso al precio establecido: Plano en el bufete mientras firman los papeles. Siguiente plano: Anna entrega el dinero al intermediario que dice que le conseguirá el visado. 'La vida de Anna' es una película que mira de frente a nuestra precariedad, y además con la elocuencia del ingenio expresivo. Y eso siempre es un gran placer, nos confronten con las aristas más dolorosas de nuestra realidad o nos trasladen a otra que nos haga sentir que nos fugamos.
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