domingo, 18 de junio de 2017
Julia Ist
La arquitectura de la mirada. Ahora estoy en una ciudad, ahora estoy en otra. Ahora quiero a un chico, ahora quiero a otro. Julia (Elena Martin) es una chica barcelonesa que, gracias al programa Erasmus, se traslada a Berlín, por un tiempo limitado, unos meses, para proseguir sus estudios de arquitectura. El trabajo que prepara con unos compañeros se centra en las viviendas flexibles. Nada de construcciones rígidas, sino viviendas que puedan ser modificadas. En 'Julia Ist' (2016), de Elena Martin, se omiten las transiciones del viaje de Barcelona a Berlín, y de la vuelta. Compartimentos. Variaciones. ¿Modificaciones?. En el primer piso siente que no encaja con sus compañeras, por eso opta por mudarse a otro. Búsqueda de lugares, personas con las que encajar, sea compañeros de piso, amistades o relaciones sentimentales. ¿Hay transiciones?¿Se pasa de un compartimento o encuadre de vida a otro sin que haya variaciones sustanciales, como si fuera una sucesión de pruebas y ensayos? Todo es parte de un mismo curso narrativo, sin duda, el de la propia evolución de Julia, avance, retroceda, se enriquezca y madure, tropiece de nuevo, o permanezca en pausa, desconcertada.
Julia construye su vida, está en proceso de formación, comienza a edificar su vía, tantea. Ser flexible al cambio convive con la veleidosidad, con la indefinición, con la ofuscación de los impulsos, con las percepciones difusas, con los espejismos sugestionadores de la apariencia de novedad (otra ciudad en principio no es la misma que se dejó porque ésta era la desgastada por la familiaridad: el cambio en sí puede suministrar una impresión ilusoria: es el cambio en sí el estimulo transfigurador). Hay quien ve a Berlin como una ciudad fea. Es berlinesa. Hay quien ve a Berlín como una ciudad encantadora. Es extranjera. Lo extraño, lo que es novedad, lo que está mitificado desde la distancia adquiere otra resonancia, e influye quizá en las decisiones y percepciones.
Julia tiene un novio barcelonés, con el que, ya en la distancia, mantiene conversaciones puntuales a través de la pantalla. Pero su relación no parecía muy firme. No parece que la conexión fuera tan sólida como para expresar lo que siente o piense. O quizá simplemente es su miedo o incapacidad de afrontar las cosas como son. Interpone distancia sin manifestar la distancia que siente en la misma proximidad junto a él. En Berlín conoce a otro chico. En principio, el relato, para sus amigas o para sí, es el de otra forma de plantear una relación, como si efectivamente, al vivir en otra ciudad, que representa algo diferente, y no lo corriente, no pudiera ser la misma forma de relacionarse con la realidad, con los sentimientos (una relación abierta, 'flexible'). Pero en cuanto ve que el chico alemán no muestra mucho interés por ella, o el mismo que por otra, como si ella fuera cualquier otra, reacciona con celos y reproches. Porque a ella sí le gusta especialmente. El no es otro rostro cualquiera, como Berlín es una ciudad distinguida. Julia se confronta con la contradicción, con la escisión entre la vivencia y el relato que establecemos de la vivencia, entre cómo creemos habitar la realidad y cómo realmente la habitamos cuando nos confrontamos con la experiencia en sí.
Pero quizá todo sea cuestión de compartimentos estancos, que no se diferencian, y que a la vez son fases de un proceso, de una evolución. Quizás cuando vuelve a Barcelona no haya salido de Barcelona, y aún esté en la casilla de salida, y no sabe cómo encajar la vuelta de una ciudad en la que por otra parte quisiera haber permanecido como si habitara un sueño, una fiesta de disfraces en la que consume sustancias embriagadoras, en la que baila y se desplaza en un bosque como si viviera fuera de la realidad, en un mundo de ensueño sin vinculo con una realidad de decepciones o relaciones insuficientes. En Barcelona, con su familia, con su novio, sentía una vida reducida, mínima, excesivamente familiar, tanto que parecía desteñida, como una vida en borroso esbozo. En Berlín siente una distinción, se siente fuera de la realidad, como si accediera a otra que quizá pueda construir con otros cimientos más singulares y sustanciosos, como la atracción que siente por su compañero de estudios. Quizá construye ilusiones.
Siempre se va por detrás de las emociones, aunque las actitudes piensen que abren la espesura a machetazos. Cuando el chico alemán le dice que no quiere esas historias de celos y reproches, ella vuelve a la discoteca, al aturdimiento de la embriaguez, y se besa con otro chico, como un espasmo de despecho. La cineasta la encuadra en la distancia, un plano desenfocado, como su propia percepción y estado. Es uno de los detalles que distinguen esta estimable obra que puede parecer en su superficie una historia ya vista, intercambiable, una experiencia que ha podido vivir cualquiera. Alguien al salir de la proyección comentaba con cierta indignación que no entendía por qué la planificación no destacaba más la presencia de los edificios, ya que ella es estudiante de arquitectura, en vez de tanta fiesta. 'Julia Ist', bajo su apariencia de trozos de vida captados al vuelo, pretende hablar de otras arquitecturas, de mirada y emociones en proceso de edificación. Ahora está desenfocado, ahora parece que no. ¿Cómo enfocaré el próximo compartimento o encuadre de vida?
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