martes, 30 de mayo de 2017
El sentido de un final
'La historia es la certeza obtenida en el punto en el que las imperfecciones de la memoria topan con las deficiencias de la documentación'. " En 'El sentido de un final' (The sense of an ending, 2017), de Ritesh Batra, adaptación de una las más inspiradas novelas de Julian Barnes, el sexagenario Tony (Jim Broadbent) se confronta con un pasado que quizá no recuerda como era (imperfecciones de la memoria), y del que, además, le faltaban otros reveladores ángulos (deficiencias de la documentación). Una confrontación que, incluso, determinará otro enfoque sobre sí mismo, sobre su presente, sobre su actitud. No sólo modificará la forma de relatar su propia vida ('¿Cuántas veces contamos la historia de nuestra vida? ¿Cuántas veces la adaptamos, la embellecemos, introducimos astutos cortes? Y cuanto más se alarga la vida, menos personas nos rodean para rebatir nuestro relato, para recordarnos que nuestra vida no es nuestra, sino sólo la historia que hemos contado de ella. Contado a otros, pero, sobre todo, a nosotros mismos.'). Sino, por los contrastes de esos otros ángulos con respecto a su pasado, pero también con respecto a su presente (o pasado más cercano: su matrimonio truncado), lo que implica con respecto a su actitud vital, modificará su forma de enfocarse y de enfocar la relación con los otros (Paul Auster escribió: 'El lenguaje no es la verdad. Es nuestra forma de existir en el universo')
En la anterior obra de Batra, la excelente 'The lunchbox' (2013), Saajan (Irfan Kahn), es un contable a punto de jubilarse, el hombre al que no debería haber llegado la fiambrera con comida que, por error del servicio de mensajería, dejó de llegar a su destino previsto, el marido de Ila. Pero, como recuerda Shaikh, el aprendiz que deberá reemplazar a Saajan, en ocasiones el tren equivocado lleva al lugar correcto. Por tanto, una fiambrera de comida es el hilo de Ariadna para quien vivía en coma vital, aparcada su vida, desde que había quedado viudo, entregado a la contabilidad, a los números, con los que había mantenido una aplicada relación durante treinta y cinco años. Pero con la vida había perdido el pulso, el contacto, el vínculo. En la vida hay quienes, como Ila, para transformar su vida necesitan enfrentarse con su circunstancia y buscar otra dirección (sabe que tiene que asumir que su matrimonio es ya un fardo, un cuerpo sin signos vitales). Está decidida a probar si puede ser Saajan 'el lugar correcto'. Este en cambio, tendrá que luchar consigo mismo, y esa es una lucha quizá más complicada. Tiene que enfrentarse a cuestiones como sentirse alguien que ha perdido la juventud, a quien separan cerca de treinta años con Ila. Forcejeará con los lastres de la falta de autoestima y su apoltronamiento en el inmovilismo vital. Hasta que comience a considerar si las direcciones incorrectas efectivamente puede que lleven a la estación adecuada.
En 'El sentido de un final', Tony recibe una misiva desconcertante que sacude su vida apoltronada de hombre divorciado (también de la propia vida), encapsulado en su tienda de reparaciones de cámaras (como quien ha dejado incluso ya de mirar la vida, o ha encallado su mirada: 'el tiempo primero nos encalla y después nos confunde'). Esa misiva será el hilo de Ariadna que posibilitará una reparación de su actitud vital, un afinamiento de mirada, y su desencapsulamiento de un inmovilismo vital de gruñón que se ha enquistado en la actitud de quien piensa que la vida le afecta a él, no él a la vida de los otros: Por eso, en el proceso utilizará a Margaret (Harriet Walter), su ex esposa, como contrapunto de su desconcierto, como oyente de sus relatos sobre ese pasado que nunca había compartido durante sus décadas de convivencia. Y por eso, aún preguntará a su esposa, por primera vez, por qué quiso divorciarse de él. Ni durante el pasado parece que se preocupara de lo que sintieran los otros, incluso los que le amaban, porque siempre parecía priorizar lo que sentía él, con los demás como figuras 'útiles' que debían estar en función suya. Esa actitud también está reflejada en su insistencia en el por qué no se le entrega el objeto que le ha dejado en herencia Sarah (Emily Mortimer), la madre de quien fue el primer amor de Tony (Billy Howle) en tiempos universitarios, Verónica (Freya Mayor) . Un objeto que, en el presente, no quiere facilitarle precisamente Verónica (Charlotte Rampling). El objeto en cuestión es el diario de su amigo Adrian (Joe Alwyn), quien fue pareja, después que él, de Verónica. Adrian fue precisamente quien, en una de las clases, estableció aquella definición de la historia en relación a las imperfecciones de la memoria y las deficiencias de la documentación.
A Tony lo que le enerva especialmente, en relación a ese diario que no le facilitan, no es que no pueda saber (él piensa que ya sabe lo que tiene que saber sobre su pasado y los demás) sino que no puede disponer de lo que siente le corresponde. Al fin y al cabo lo que descubrirá en su confrontación con el pasado es cómo sus actos entonces y ahora se fundamentan en lo que cree que le corresponde, aunque se engañara pensando que no era esa la motivación de los actos (el relato conveniente con el que adaptamos y embellecemos, y por tanto tergiversamos con oportunos cortes de montaje, lo experimentado), en vez de preguntarse por las motivaciones y necesidades de los otros. Por eso, por fin afrontará cómo una acción despechada suya entonces pudo influir en las decisiones de otros y determinar consecuencias trágicas. En este proceso de confrontación con los relatos con los que nos autoengañamos y justificamos, Tony se dirá que 'tal vez descubras que te has dedicado a tomar nota de las cosas que no valía la pena anotar (…) Creíamos ser maduros cuando lo único que hacíamos era estar a salvo. Pensábamos que éramos responsables pero sólo éramos cobardes. Lo que llamábamos realismo resultó ser una manera de evitar las cosas en lugar de afrontarlas. El tiempo..., que nos den tiempo suficiente y nuestras decisiones más sólidas parecerán temblorosas, nuestras certezas fantasiosas.
Tony en su confrontación con los ángulos que desconocía reenfocará su pretérito, cuán fantasiosas eran lo que pensaba que eran certezas, y cómo la jactanciosa firmeza de sus acciones camuflaban inseguridades y susceptibilidades que prefería no asumir porque evidenciaban que no habían sido consecuentes sus decisiones con respecto a sus sentimientos (a medida que amplifique su discernimiento serán ya más frecuentes las evocaciones en las que los tiempos confluyen (se conjugan): el actual Tony, y no el joven que lo vivió en su confusión, será, en los últimos pasajes, el contraplano escénico de aquellos de su pasado). Y, por añadidura, reenfocará su presente, que ahora habitará con un gesto distendido, receptivo y acogedor, el gesto de quien ya sabe compartir, preocuparse de los otros y entregarse. Por eso, como reflejo de esa reparación de mirada, que implica un nacimiento de una actitud, resulta elocuente que el escenario de la última secuencia sea su tienda de fotografía, y que reciba la visita de su hija y su bebé recién nacido.
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