miércoles, 22 de marzo de 2017
Una mujer indomable
Mikio Naruse quería realizar una película sobre una mujer de firme voluntad que no dejara de resistirse a la doma y restricción que la tradición japonesa ejerce sobre la mujer, subordinada, en tareas domésticas o recreativas, a la figura masculina. La encontró en una novela de Shosei Tokuda, adaptada por una habitual colaboradora de Naruse, Yoko Mikuzi, cuya acción transcurre durante el periodo Taisho (1912-1925). Durante el desarrollo narrativo de Una mujer indomable (Arakure/Untamed woman, 1957), Shima (Hideko Takamine) se confronta, o enfrenta, con varias figuras masculinas, diversas tareas y diferentes ambientes (rural o urbano). Nunca cede ni pierde el paso. Es abofeteada en varias ocasiones, por distintos hombres, bofetadas que implican la imposición, el amordazamiento de la disensión, pero nunca se rinde ni pliega, e incluso es capaz de responder con parecida contundencia. Ya en su primer matrimonio, con Tsuru (Ken Uehara), interfiere como una estridencia subyacente su negativa pretérita a aceptar un matrimonio concertado. Aún más, no sólo suscita el recelo y la animosidad en su marido esa actitud insumisa, sino que, con retorcida convicción, duda de que el hijo que espera sea suyo porque piensa que mantuvo relaciones sexuales con aquel hombre. No se casó con él, pero el hecho de que estuviera prometida adquiere para su cuadriculada mente la condición equiparable de primer marido. En su confinamiento dentro de unos roles subordinados, Shima se desdobla, y desgasta, en su condición de empleada que rige el negocio de su marido durante el día y amante de noche. Su vida, como la de tantas mujeres que se ajustaban a ese patrón, al servicio de la del hombre. Tras enfrentarse a él, lo que también, por accidente, implica perder el hijo, se convierte en una mujer empleada, en una posada en una zona rural.
Ya acarreaba el estigma de mujer que tuvo la osadía de rechazar un matrimonio concertado, y ahora, como mujer solitaria, parece verse a abocada a convertirse en la otra, la concubina o amante del hombre casado. En la relación que establece con Hamaya (Masayuki Mori) se confronta, por un lado, con la dificultad de poder vivir y articular una relación sentimental deseada, ya que se establece una auténtica conexión emocional entre ambos, y por otro, con el estigma que no deja de perseguirle como amenaza de condenarla a una vida sumisa, ser la otra variante de esposa, la concubina. En la ciudad asiste a la proyección de una película, por supuesto muda, a cuyos diálogos pone voz un hombre, en la propia sala. Hamaya se ve conminada, una y otra vez, en cualquier ambiente o circunstancia a plegarse a unas pautas ficcionales establecidas (y regidas por la voluntad o voz masculina) en las que son escasas las opciones que se le permite como mujer. Poder vivir el sentimiento es un lujo, casi una fantasía, el matrimonio es una representación impuesta en la que se espera su asentimiento y reverencia, y como otra variante de sirvienta doméstica puede ser concubina, siempre cuerpo que no vive sus emociones o sentimientos, sino cuerpo que cumple funciones domésticas o placenteras que satisfagan el cuerpo o acondicionen el escenario del hombre.
Shima está a decidida a quemar la película de ese proyector de tradición cultural enquistada que convierte en prisioneras a las mujeres por su condición genérica. Está determinada a conseguir cimentar su independencia mediante la consolidación de un negocio de sastrería. Para ello, se alía con un hombre, como socio y nuevo marido, Onoda (Daisuke Kato), que antes era compañero también empleado en el mismo negocio. Ya resulta declarativa que se decida a aprender a montar en bicicleta, en correspondencia con esa determinación de conducir su vida, para distribuir por la ciudad el material promocional de su negocio, así como que siempre porte un vestuario occidentalizado cuando realice ese recorrido publicitario. Para conseguir que se consolide deberá enfrentarse al lastre que implica el peso masculino, ya que Onoda no evitará caer en las inercias de cualquier hombre, acomodarse en una posición en la que espera, sin realizar esfuerzo, que sea ella quien efectúe la labor y se preocupe de las minucias pragmáticas. Durante estos pasajes se incrementan los apuntes cómicos, irónicos o que redundan en la comedia física del slapstick (Shima rociándole con el agua a chorro de una manguera). Si en la primera relación marital se incidía en la vertiente siniestra, áspera, que evidenciaba una relación sin ninguna complicidad emocional, sino más bien jerárquica, que derivaba en contienda, en esta se acentúa la vertiente rídícula, grotesca, de esas actitudes autosuficientes masculinas.
La relación se mantiene en un tira y afloja, que no deja de ser un sucedóneo de vida sentimental, como una tira cómica que se asume como conveniencia( de ahí, que cobre tal fuerza emocional la despedida, ante su tumba, del hombre que amó: no encuentra las palabras que quisiera decir, como también le fue sustraída en su vida la posibilidad de vivir sus sentimientos). Pero ese escenario conveniente de intereses compartidos se resquebraja porque Onoda tampoco se priva de buscar la correspondiente amante, como se supone que debe disponer cualquier hombre, como era el caso de su primer marido, Tsuru, pese a que la despreciara con sus sospechas de relaciones sexuales con su anterior prometido. Hipocresía y cinismo es la otra cara de esa cultura tradicional de doma a la mujer. Shima no acepta ninguna circunstancia en la que su voluntad se pliegue a la del hombre. Ella rige su destino, por lo que buscara un nuevo aliado masculino, de entrada en el negocio, para seguir afianzando su independencia.
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