lunes, 16 de enero de 2017
La tortuga roja
Un naufrago surge de la nada. Los contornos de la realidad son escurridizos. Encuentra provisional firmeza en una isla, un espacio solitario. Los vínculos son inexistentes. Construye una balsa con juncos para Intentar abandonar esa isla, pero una y otra vez algo se lo impide. Se ve abocado a la inmovilidad en una isla en medio de la nada. En múltiples obras de animación recientes, como Trolls, Kubo y las dos cuerdas mágicas, Buscando a Dory y Ice Age: El gran cataclismo, la estructura narrativa es la del viaje, el desplazamiento en el espacio. Personajes en búsqueda de la consecución de algo que supondrá protección, para realizar un rescate o para conseguir evitar un desastre. Hay quienes en su inmovilismo vital se alimentan de los que expresan alegría y buscan el constante contacto, quien pierde la memoria en quince minutos y no recuerda quién es y cuál es su propósito, quienes se esfuerzan en buscar la solución que evite una catástrofe que destruya todo, hay quien se esfuerza en conseguir un casco y una armadura que dote de invulnerabilidad, pero no representan sino la negación de la compasión. Su asunción, la confrontación con el fantasma de la arrogancia y la suficiencia. La relación con la realidad parece amenazada por un constante naufragio del que somos responsables. En 'La tortuga roja' (Le tortue rouge, 2016), del cineasta holandés Michael Dudok De Wit, la estructura narrativa es la del desplazamiento en el tiempo. El viaje es otro, aquel que dota de contornos y vínculos la relación con la realidad.
La narración es elíptica, sintética, como lo era en su también extraordinario cortometraje 'Padre e hija' (2001): un padre deja en la orilla de la vida a su pequeña hija y marcha en un bote hacia el horizonte. La narración condensa en ocho minutos el paso del tiempo, el paso de una vida, a través de la mirada de una hija que cruza en bicicleta por ese pasaje y no dejadeja de mirar el horizonte aunque pasen los años, las décadas, sea una adolescente acompañada de sus amigas, o de un chico, o ya con su pareja y dos hijos, o ya, para terminar, anciana, hasta que su último aliento de vida. En la realidad, el bote permanece varado en lo que ya no es siquiera agua, quizá el lugar donde se hundió. En el sueño, en la ilusión, hija y padre se reencuentran. En las ilusiones, siempre navegan los horizontes. En los primeros pasajes de 'La tortuga roja', la duración es la del tiempo que parece enredarse en sí mismo. Una y otra vez intenta abandonar la isla con una balsa pero no puede. El tiempo parece moverse como los cangrejos que le acompañan como silencioso coro, no se sabe si para adelante, para atrás o de lado. En principio, la causa de ese impedimento no parece manifiesto, como si estuviera encallado en una realidad que no comprende, hasta que adquiere condición de presencia, una tortuga roja. No hay interrogación. La reacción primera, esa que fuerza contornos mediante golpes y competencia y los constituye en límites y cercos, es la de propiciar la eliminación del impedimento, su muerte.
El remordimiento propulsa la consciencia de lo otro, de las presencias que conforman el contorno, y gesta la conjugación con el entorno que cimenta vínculos. La ilusión se despliega como sueño, el caparazón se rompe y el cuerpo se despliega, el naufrago encuentra el vinculo y el contorno en una compañera. En los siguientes pasajes el tiempo se desliza como un soplo de viento, pasan los años, tienen un hijo que crece y se hace adulto, que sufre percances que ponen en peligro su vida y que en un momento dado buscará su propio horizonte. En ocasiones, la realidad, el contorno se desfigura, queda arrasado por los imprevistos accidentes de la vida. Puedes quedar varado, puedes hundirte, o puedes proseguir el curso de la navegación en el tiempo. En los últimos pasajes se siente el peso del paso del tiempo, la luz rebosante de las vivencias compartidas que alumbra un horizonte que se extiende en el tiempo con la plétora de los contornos y los vínculos que se forjaron como residencia y aún se expande invisible entre ambos, aunque ya con las contusiones del tiempo que comienza a desfallecer y encorvarse. Y el sueño vuelve a despegar, pues en el naufragio la ilusión hizo residencia del agua de las emociones, y se dotó de contorno, vínculo, humano y tortuga, cangrejo, bambú, arena, botella, color, hierba, tacto, piedra, viento, caparazón y piel.
Laurent Perez del Mar compone una espléndida banda sonora
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