lunes, 24 de octubre de 2016
The good girl
¿Cuándo la promesa de una tienda de caramelos se convirtió en una prisión? La superficie de la vida de Justine (Jennifer Aniston), en cierto momento, comenzó a descascarillarse. Necesita urgentemente una nueva capa de maquillaje. Tiene treinta años, y siente que ya su vida es una celda. En ocasiones, le acompañan sus compañeros de trabajo en un centro comercial de venta al por menor, Retail rodeo. Y le rodean clientes que parecen sonámbulos que ni siquiera reaccionan a las ocurrencias malsonantes que suelta entre anuncios de promociones otra de las dependientas, Cheryl (Zooey Deschanel). A veces, le acompaña su marido, Phil (John C Reilly) con su amigo apósito Bubba (Tim Blake Nelson), a los que siempre se encuentra, al volver a casa, sentados en el sofá viendo la televisión mientras fuman marihuana. No parece que haya tránsitos, aunque haya algún plano de personajes desplazándose en coche. Más bien, esa población de Texas transmite la sensación de celdas que parecen diferentes pero no dejan de ser la misma. Los personajes parecen atascados, como si un alfiler los hubiera inmovilizado, como los padres de Holden (Jake Gyllenhaal), que siempre parecen estar también sentados en el sofá contemplando la televisión con semblante adusto. No fuman marihuana, pero ingieren alguna patata frita que otra sin cambiar el gesto. No parece que se agiten muchas inquietudes o deseos en los habitantes de esa población. Parecen conformes con el compartimento de vida adjudicado. Pero no Justine, como quien se siente incómoda con la postura que mantiene.
Su marido es pintor de brocha gorda, y en el centro comercial Justine se encargará del puesto de cosméticos, asistida por Cheryl, quien maquilla los rostros como si fueran brochazos de pintura. La vida de Justine no deja de ser una sucesión de brochazos torpes, y la pintura parece desprenderse. Necesita remozarse. Necesita sensación de acontecimiento. Y es la irrupción en el encuadre de su vida, ese que contempla desde el interior del centro comercial, de una figura novedosa, el joven Holden, la que reanima el paso sonámbulo, como quien encuentra un paquete de dulces en la calle. La disposición del encuadre, al menos, parece que varía. Holden es escritor, y a la vez parece un personaje; de hecho su nombre es Tom, pero se hace llamar Holden como el protagonista de su novela favorita, 'El guardián del centeno'. Con Holden, Justine siente que su vida se escribe, que hay historia en movimiento, siente que se abren páginas porque siente que algo acontece en su hasta entonces mortecina existencia. Holden, que tiene 23, se sorprende que con 30 años Justine tenga aún el mismo trabajo que él. En esa mirada Justine siente cómo se quedo encasquillada ya hace demasiado tiempo, aturdida como su marido se aturde con la marihuana. El maquillaje y la pintura de su vida se han revelado como cáscaras vacías. Justine se ve, a través de Holden, como alguien que se ha dedicado a contemplar su vida pasar, como Bubba se ha conformado con mirarles a Justine y Phil como la pantalla de su sueño. Su vida es soñar con ser Phil, pero se conforma con la compañía de un perro que no deja de ladrar. Justine quiere participar, necesita una historia, no sabe si quiere que reemplace a la historia ya gastada de su vida hasta ahora o si quiere una pasajera reanimación, u otro carril paralelo de vida que la haga un poco más estimulante.
Pero Justine es una buena chica, y eso determinará sus decisiones. Se deja llevar, pero también vacila, da volantazos, pega frenazos en seco, realiza bruscos desvíos, da marcha atrás, como si no acabara de decidirse por qué dirección tomar. En las últimas secuencias de 'The good girl' (2002), de Miguel Arteta, Justine duda, ante un semáforo, si girar hacia la dirección que le lleva a la vida rutinaria de las celdas laborales y maritales o torcer hacia la dirección que implica huir con Holden a una incierta vida, amenazada por la inestabilidad de una inseguridad laboral y por la persecución de la Ley por causa de la infracción cometida por Holden tras robar el dinero de la caja fuerte del centro comercial. Ya sus previas decisiones indican cuál será su apuesta. Cuando su compañera de trabajo Gwen murió repentinamente buscó el apoyo de las charlas de catequesis, como quien busca la ilusión de inmunidad. Cuando su amigo Bubba le chantajeó con informar a Phil de que era conocedor de su relación con Holden si no aceptaba tener sexo con él tampoco dudó en plegarse a la exigencia como si fuera un mero orificio que pasa un tramite con indiferencia. Justine es una buena chica que se ha acostumbrado demasiado a que su vida sea una sucesión de trámites, o un orificio que encaja los sinsabores de su vida. Sólo necesitaba que animaran por un instante la apariencia del escenario de su realidad, una provisional dosis de maquillaje y remozado vía amante que parece un cuerpo extraño, por sus inquietudes, entre tanto rostro anestesiado. Por eso, optará por delatar a Holden y retornar a la mullida existencia en la celda laboral de siempre y la celda marital, al menos maquillada con la novedad de un hijo que no es de él. Pero eso es lo de menos. Lo importante es lo que parece a los otros sonámbulos que no dejarán de acompañarla en una vida que seguirá dando rodeos sobre sí misma.
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