domingo, 14 de febrero de 2016
Carol
Miradas y reflejos. Carol (2015), de Todd Haynes. 'Puedo ver por qué hablan tan bien de ti' '¿Puedes?'. ¿Qué vemos de los otros? ¿Cómo los vemos? Y aún más cuando nos conmociona una emoción que nos rapta y hace sentir la ilusión de una atracción, y posible conexión, excepcional, como si por fin el encuadre de la vida se despejara y definiera. En ese caso, las interferencias, las ofuscaciones, y por lo tanto las dudas y hasta recelos, pueden intensificarse dependiendo de las pretéritas experiencias o la inseguridad con lo que se siente y percibe, con la propia intemperie a la que expone ese sentimiento. En la primera secuencia, la cámara se desliza entre el tráfico de personas que surgen de la estación para dirigirse a otros lugares, cada uno con un propósito que desconocemos desde la distancia en la que uno y otro son cualquiera. La cámara se centra en uno de los hombres, quien se introduce en un restaurante. Y su mirada, entre la numerosa gente sentada en las mesas, se centra en la nuca de una mujer que habla con otra. Este hombre se aproxima a la mujer que reconoce, aunque ignora, ni le preocupa, si interrumpe o no una circunstancia que quizá para las otras personas pueda ser de particular significación. Pero desde la distancia todas las conversaciones son cualquier conversación para una mirada que ignora esas otras vidas, lo que se dirime en sus mentes. Reconoce a Therese (Rooney Mara), pero no la conoce, no sabe lo que supone para ella esa circunstancia, no sabe lo que siente o piensa. No sabe que ese encuentro es un nuevo capítulo, y crucial, una encrucijada, en la relacíón entre Therese y la otra mujer, Carol (Cate Blanchett).
Ambas mujeres se separan, y la cámara se aproxima a la nuca de Therese como una interrogante: el relato se desplegará como la visibilización, desde las miradas de una y otra, de lo que supone esa cita para ellas, y qué sienten y cómo se ven la una a la otra, o lo que representan la una para la otra, y sus desenfoques e interferencias, y por qué el gesto de Therese cuando Carol aprieta su hombro al despedirse. Therese, sin otras miradas que interfieran o que la condicionen y obnubilen, muestra urgencia por mirar a través de la ventana a Carol, que se aleja. Desde el autobús la verá caminar por la calle. Está encuadrada a través del cristal. Haynes recurre a las interposiciones en los encuadres, a los cristales, a veces empañados, y a los reflejos, a los planos difusos. Para las miradas y sobre las miradas, o las expresiones. Therese mira hacia aquella mujer, y la transición se realiza a un plano que resulta contraplano revelador en otro tiempo y escenario: las pequeñas figuras de un tren de juguete. Aquella mujer, Carol, representa la realización del movimiento real, la vida en movimiento, el sueño materializado. Ahora mira desde un autobús como un pasajero que contempla desde la estación como se aleja el tren de la vida, y se desplaza su mirada hacia el pasado, cuando un tren de juguete se convirtió en el punto de arranque para una relación sentimental interrumpida que no ha dejado de latir en su mirada.
Los colores también se distinguen, en los decorados y vestidos, como las celdas en un cuadro de Duchamp, como los personajes parecen encerrados en sus propias celdas, a través de las cuales resulta difícil discernir al otro, o no se esfuerzan, y colisionan con el reflejo de su propio deseo, de su ensimismamiento o de su obcecación. Pero hay quienes sí se esfuerzan en discernir a través de la empañada y difusa pantalla de la realidad, o de su mirada. Therese brega, de entrada consigo misma, no sabe muchas veces qué siente, se deja llevar, dice sí pero luego se interroga sobre lo que ha decidido hacer, y se castiga porque se considera egoísta por actuar de ese modo ya que se implica en relaciones, que son, o parecen, promesas, y viajes de relaciones, y determina decepciones y daño, como con Tommy quien piensa que es una relación en progreso, y ya planifica un futuro. Se escurre, como también para Dannie, cuando este intenta besarla. También Carol se escurre para Harge (Kyle Chandler), con quien está en trámites en divorcio, quien no logra aceptar que su esposa ya no le quiera, y pretenda separarse, ni su atracción por las mujeres, por lo que no soporta a su íntima amiga Abby (Sarah Paulson) con quien mantuvo una ocasional relación sexual tiempo atrás. El despecho determina que pretenda castigarla, y utiliza la custodia de su hija como medio de hacerla daño. Dice que la ama, pero no es amor si ante todo quieres que te quieran y sentirte el centro del mundo de quien ya te ha dejado en los márgenes del encuadre de su vida, casi en fuera de campo.
Y la mujer que se siente asfixiada por quien quiere que su mirada se centre en él, se encuentra con un cuerpo extraño que la cautiva, y que siente que proviene del espacio exterior, porque no parece tener nada que ver con lo que ella conoce. Aquella dependienta cuyo trabajo implica que esté expuesta a las miradas de los otros, y que es la función que cumple, para ella es una incógnita que la fascina. Entre lo que una y otra representan para la otra, la emoción se destila y condensa. Therese fotografía, pero en principio prefiere los objetos a los sujetos, porque le cuesta verse a sí misma, y por lo tanto a los otros. Y será esa mujer perteneciente a otro escenario, y otra escala económica, social, quien se convertirá en la primera figura que centrará su mirada, a través del visor, y sin el visor. Su mirada, hasta entonces dubitativa, insegura, encuadra una y otra vez aquella mujer en diferentes situaciones. Una y otra se escrutan y tantean, entre gestos de caricias amagadas o inclinaciones de un cuello perfumado que incita a un anhelado beso, hasta que se funden, tanto sus emociones como sus cuerpos. La cámara, en su primer encuentro sexual, se funde con la piel entrelazada de ambas.
Pero las miradas aún no logran fundirse del todo por la interferencia de otros, las miradas que no aceptan que ya no ocupen posición privilegiada en el escenario. Interfieren, con las grabaciones de un detective que servirán al marido para satisfacer su despecho mediante la consecución de la custodia, y así devolver el daño y el agravio que siente en su mirada ensimismada. Y esa interferencia determina una interrupción, en la que amenaza la separación definitiva, los senderos que se bifurcan y arrumban en la distancia. Y el fantasma de la sublime 'Breve encuentro' (1945), de David Lean se cierne (con la cadena de aquel gesto de la mano sobre un hombro en la estación donde los enamorados se despiden, y también sufren la interferencia de alguien que ignora lo que ese momento significa para ambos). Y la narración retorna a la circunstancia del inicio, que es otra, para nuestra mirada (ya centrada), porque ya sabemos y comprendemos lo que significa para una y otra, y cómo su conversación no es cualquiera, sino que revela como Carol ha sido capaz de enfocar y superar interposiciones e interferencias y percepciones difusas, y con determinación deletrea ya con mirada y palabras lo que siente. Pero la mirada de Therese de nuevo vacila, y trastabilla, y mira desde la distancia, tras el cristal del autobús, al tren que se lleva a la vida (en forma de una mujer de nombre Carol) mientras ella se siente una pequeña figura de plástico que verá pasar la vida en la distancia para siempre. Y esa noche, en una fiesta, encuadradas ambas en unos ventanales desde la distancia, una chica le pregunta 'Puedo ver por qué hablan tan bien de ti'. Y ella responde '¿Puedes?'. Y en ese instante, sabe que ella sí puede ver a Carol. Y sabe que ella también le ve. La distancia será ya proximidad. Miradas que se conocen. Miradas que se centran y enfocan. Por ello, sus miradas se fundirán en un excelso final que cimenta la convicción de que su encuentro no será breve sino duradero como dos miradas que se entrelazan como si fueran parte de la misma piel desnuda.
Sencillamente prodigiosa la banda sonora de Carter Burwell
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