martes, 24 de noviembre de 2015

True detective (2 ª Temporada)

La primera temporada de 'True detective' (2014), creada por Nic Pizzolato, se edificaba sobre los cimientos de la radiografía de una infección moral y unas tinieblas emocionales bajo el influjo del thriller que marcó nuevos rumbos en el género, la visionaria 'Seven' (1995), de David Fincher. La segunda temporada se empapa de las turbiedades y convulsiones, de las radiografías de la corrupción de las instituciones y de la naturaleza humana, que ha realizado un autor que marcó también nuevos senderos en la novela negra, James Ellroy, cuya novela, 'La dalia negra' no realizó, desafortunadamente, David Fincher, como en algún momento se consideró. Al final fue realizada por Brian De Palma sin carne ni nervio, como una aplicada vitrina caligráfica con una penosa conclusión grotesca. Y la literatura de Ellroy escupe vísceras, desangra entrañas, su sintaxis es nervio a flor de piel, sin mielina protectora. La primera temporada se configuraba sobre la dualidad, el contraste entre la pareja de policías (encarnados por Woody Harrelson y Matthew McConaughey), en sus contrapuestas actitudes, variante del existente entre el dúo protagonista de 'Seven'. En la segunda temporada, son cuatro los protagonistas. En varias de las novelas Ellroy recurre a varias líneas narrativas, generalmente tres, protagonizadas por personajes que en un momento dado convergen, caso de la más conocida del cuarteto de Los Ángeles, 'LA Confidencial', pero también de 'El gran silencio', o, entre otras, de la posterior 'América'. En sus obras destapa la corrupción en todos los sectores sociales, desde los mismos representantes de la ley (fiscalía, altos cargos policiales o políticos...), a la industria del entretenimiento (en especial, Hollywood, y los negocios alrededor del sexo). En la segunda temporada de True detective, la corrupción une a todos como el cemento unos ladrillo, y se evidencia esa convergencia, como aglutinante, en una fiesta alrededor del sexo, en el que todos los que dominan el escenario social, sean empresarios o representantes de la ley, disfrutan de las mujeres que contratan, y luego drogan, para que complazcan todos sus deseos en una bacanal.
Uno de esos cuatro, el personaje femenino, la detective que encarna espléndidamente Rachel McAdams, se apellida Bezzerides. También hay una conexión en el retrato de personajes desesperados, que se tambalean en el filo de los límites difusos, y que parecen a punto de quebrarse, o en el puntual tono convulso y desaforado, que reflejaban algunos guiones de film noirs escritor por A.I Bezzerides, caso de la extraordinaria 'La casa de las sombras' (1952), de Nicholas Ray, o la excelente 'El beso mortal' (1955), de Robert Aldrich. En la primera temporada, el tercer capítulo concluía con una imagen alucinatoria, un hombre con un máscara de gas en medio del campo. En la conclusión del segundo de esta temporada, alguien que cubre su cabeza con una máscara de un ave rapaz dispara sobre uno de los protagonistas. La realidad como alucinación, la realidad como corrupción. En la primera temporada, a través del dueto protagonista, se contrastaba las contradicciones de quien intenta ajustarse rígidamente a los límites y los abismos de quien siente la vida como una espiral que desvela que la realidad es una mera ilusión, una falacia, y no tiene fundamento ni consistencia. Ecos de ambos, pero sobre todo del segundo, se encuentran en los cuatro personajes de la segunda temporada. Hay un personaje que no sabe ya quién es, que oscila en una realidad cuyos contornos se han difuminado, Woodrough (magnífico Taylor Kitsch). Ha sido modelado por las instituciones, la policía y el ejercito, convertido en una eficaz maquina ejecutora, pero ya se siente extraviado, como si le hubieran arrancado los ojos de sus entrañas. Ya no sabe hacia dónde enfocar, y tampoco en su espacio íntimo, en las relaciones que mantiene, como una pulpa indecisa y confusa entre hombres y mujeres, o compromisos quizá por afecto o quizá por gesto de integridad. Su mirada no deja de temblar como tizones de pesadumbre. Significativo es que él sea quien encuentre en mitad de la noche y de ninguna parte el cadáver sin ojos de Caspare, sentado en un banco, asesinato que propulsa la investigación que unirá al trío de policías protagonista.
El extravío del detective Velcoro (Colin Farrell) es el de quien ya va a la deriva y fluctúa entre ambos lados, los de la ley y la delincuencia, sospechoso de corrupción, aunque más que cínico sea un desesperado que ha perdido el rumbo, como fue abandonado por su esposa, quien no desea siquiera compartir la tutela de su hijo. Una esposa que fue violada, lo que determinó en su búsqueda del responsable que cruzara la línea y solicitara la ayuda de alguien que transita al otro lado de la ley, Semyon (Vince Vaughn), cual Mefistófeles que exigirá de él que esté a su servicio como lo está al de la ley. Semyon es un personaje que también comienza a sentir (como Rust en la primera temporada) que la realidad es como un escenario, como si estuviera constituido de cartón que fuera a quebrarse, y dejar en evidencia sus engranajes, como siente ante las dos manchas que se perfilan en el techo de su dormitorio. En su caso, esa sensación deriva de la debilitación de su posición en el escenario de las actividades criminales e ilegales. Una mancha se extiende en su realidad que comienza a corroer el dominio que sentía sobre la misma. Su realidad se vulnera por las conspiraciones financieras y criminales ajenas que menoscaban su situación financiera, abocándole a una precariedad que no imaginaba posible, e incluso a replantearse un reinicio en su vida, como si su vida hasta entonces hubiera sido casi borrada. Cada uno de los tres personajes sienten que han perdido el dominio de la realidad. No saben incluso cómo es, se ha difuminado sin que ya logre diferenciar límites,y se ha invertido de modo radical su posición en la misma. Y cada uno reacciona de un determinado modo para evitar el naufragio, para recuperase o rehacerse, para buscar una hendidura en la que redimirse o simplemente encontrar una salida, aunque implique el cambio completo de escenario, dada la corrupción predominante, o la modificación drástica irremisible.
El personaje de Bezzerides es quien se enfrenta ya de modo directo a un doble escenario, el de las actividades ilegales, que no logra desvelar (las actividades de prostitución se enredan ya en lo legal), y el de su entorno laboral, representante del Orden (por su condición de mujer colisiona con su entorno, abundantemente masculino). Se define por una vehemente determinación de corregir y encauzar (como la vida de su hermana que trabaja en negocios de web cams eróticas), actitud reflejada en su ejercicio con los cuchillos, cuando quizá no sea consciente de cómo se tambalea su vida, de cuántas fisuras no advierte en la misma. Intenta evitar denodadamente actitudes depredadoras sexuales, e irónica, e injustamente, ella es acusada de acoso sexual a un subordinado. También contiene sus sombras, un zarpazo en sus entrañas (un abuso sexual en tiempos pasados, cuatro días de cautiverio que parece haber borrado en su mente). Personajes con cicatrices, algunas más bien heridas no muy bien cerradas, como una cicatriz cruza el rostro de la mujer dueña del bar en el que se citan en varias ocasiones, un bar de atmósfera espectral, como una herida abierta, en el que parece que sólo habitara el fantasma de ese daño sufrido no superado en la quebradiza música de una solitaria cantante con su guitarra, pero sin espectadores, como el lamento interior de unos personajes que no parece llegar a los demás.
Hay set pieces coreografiadas con fibroso y febril dinamismo, la masacre resultante del tiroteo con los traficantes de droga en el final del episodio cuarto, dirigido por Jeremy Podeswa, o la alucinatoria secuencia de la bacanal en el desenlace del episodio sexto, dirigido por Miguel Sapochnick. La conclusión trágica de los tres protagonistas masculinos acaecen en un alcantarillado, un bosque coronado por sequoias y un desierto. Quien intentaba esforzarse en dejar de sentirse un deshecho, tras enfrentarse a cinco policías corruptos, en otra magnífica secuencia, en la conclusión del séptimo episodio, dirigido por Daniel Attias, será asesinado por la espalda, por un personaje que va adquiriendo la condición de siniestro y abyecto manipulador en las sombras, equiparable al Dudley Smith de El cuarteto de Los Ángeles, el teniente Burris (James Frain), también responsable de la muerte de Valcaro, entre elevados árboles que son los barrotes que no logrará superar, la doblez de otros representantes de la ley que tienen muchos menos escrúpulos que él y que transitan entre ambos lados, a diferencia de él, con relajada falta de conciencia. El hombre que durante casi dos décadas pareció disponer de todo, Semyon, muere en un desierto, en la nada, cuando intentaba reiniciarse en otro nuevo escenario. En ese nuevo escenario, lejos, en Venezuela, es donde las dos mujeres, Bezzerides y la esposa de Semyon, intentarán construir una nueva vida, ya que el escenario del mundo que conocían, el territorio de Estados Unidos, está dominado por los rapaces corruptos que actúan a sus anchas con impunidad camuflados bajo la máscara de la legalidad.

3 comentarios:

  1. Me gustó la primera temporada..mucho..la segunda la verdad ..no..me pareció mas flojo el guión, y los personajes no me atraparon..y la del mafioso bueno no me la creo...y el final..tampoco. la verdad me decepcionó..la dalia negra..me acuerdo..

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  2. Me pareció también más floja esta temporada, pero tampoco creo que deba ser vapuleada como lo ha sido. Creo que a esta temporada se le ha cogido manía porque sí. Recuerdo allá por el mes de abril o el de mayo, cuando sólo había un cartel de la temporada (se estrenó el 21 de junio si mal no recuerdo), ya la estaban puteando. Y el primer capítulo recibió más palos que una piñata (y de gente que nunca llegó a ver los otros 7 porque directamente juzgaron la serie por este capítulo -que no es malo, o yo por lo menos no lo veo así-). En fin, hay productos que nacen con estrella y otros que nacen estrellados. A mi me gustó, aunque como la primera no es, desde luego, pero tampoco es la infamia fílmica del año, como quieren hacernos tantos ver. Dice Pizzolatto que habrá una tercera temporada y que será la última. A ver qué nos encontramos.

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  3. Es lo que tienen los extremismos del fervor. Y hay muchos fervorosos de la primera temporada. Pocas obras, cinematográficas o televisivas, en los últimos años, han calado, tocado la fibra e impactado como la primera de True detective (o un personaje como Rust). Esa conexión tan unánime refleja que dio en la diana o llaga de un sentir social bastante extendido. Particularmente, me parece que pierde fuelle en sus dos últimos capítulos, así que no era uno de esos fervorosos, y no me aproximé a la segunda con ese condicionamientos de expectativas altas (casi de espera de una nueva anunciación). Y no me parece que desmerezca de la anterior. Tiene también pasajes magistrales, aunque como la anterior tampoco me sacuda el tuétano. Me parece otra lúcida variación de la anterior en su disección de unos tiempos sin rumbo y podridos, en los que es dificil mantener la ilusión o un espíritu combativo ( y más bien dan ganas de salir del tablero). Pero sea por predisposición o porque no logró conectar como la primera, su impacto ha sido muchísimo menor, aunque estén planteando cuestiones parecidas sobre nosotros y la relación con el mundo ahora.

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