lunes, 14 de septiembre de 2015
The edge of the world
Si se logran ver, desde la isla, las colinas de Escocia, y ocurre en muy contadas ocasiones, anuncia algún acontecimiento funesto. Y así será, cuando dos amigos compitan en una escalada en los acantilados, dos amigos que tienen una visión diferente sobre la vida en la isla, uno desea abandonarla y hacer su vida en otro lugar, y el otro quiere consolidarla en la isla. Este es un relato sobre la desaparición, sobre la pérdida, sobre los recuerdos de lo que fue y ya no es ni será, sobre los que ya no viven, sobre la tierra que no se podrá habitar. El fin del mundo es la traducción del título original, 'The edge of the world' (1937), el primer proyecto personal de Michael Powell, que llevaba años queriendo realizar. Esa expresión. Última tierra, alude al término que utiliza Virgilio en 'Geórgicas' y que, como se señala en los títulos de crédito, los vikingos calificaron como 'Ultime Thule'. Es la última isla del archipielago. Powell se inspiró en la evacuación años atrás del archipiélago de St Kilde, y su propósito era rodar en la misma zona, pero no fue posible, por lo que optó por rodar en la isla Foule en las Shetlands. No existía entonces transporte aéreo por lo que debieron asentarse en la isla durante los dos meses que duró el rodaje, incluso construyendo las edificaciones donde vivir.
En 1978 la BBC realizó el documental 'Return to the edge of the world' en el que Powell y los supervivientes de quienes participaron en aquel rodaje que cambió sus vidas retornaban a la isla. Esta bella obra sobre la desaparición se inicia desde el tiempo que ya es otro. Aquel que no deseaba irse, Andrew (Nial McGinnis), pero tuvo que hacerlo en primer lugar por diferencias con Peter (John Laurie), el hermano de la mujer que ama, Ruth (Belle Crystall), retorna como piloto del yate de unos turistas. Los fantasmas de aquellos que abandonaron la isla se cruzan con él, y le contemplan como si su huella aún impregnara la tierra, como si él aún viviera en ese lugar que no le ha abandonado. Evoca a través de una tumba, y la leyenda de un horizonte que no podía verse porque señalaba muerte, el relato de aquella vida, de aquel modo de vida, de aquel sentir del tiempo, evoca la conjugación de rostros y elementos, de hierba y rocas, de animales y humanos, de rituales, labores con el ganado, sermones en la iglesia, bailes y canciones, sin que faltaran las rivalidades que dificultaban la convivencia. Durante el sermón en la iglesia se combinan los planos de la propia naturaleza, de los perros que esperan fuera, de la anciana que tiene dificultades para asistir y observa desde la puerta de su casa la iglesia en la distancia.
La hierba ondulándose por el viento, el oleaje encrespado por la tormenta, los escarpados acantilados que hay que ascender con una oveja sobre los hombros, el correo que se lanza incrustado en una madera al agua con un globo que evite que se hunda, por si algún pesquero lo encuentra, los meses que pasan sin poder comunicarse con el exterior, los prados que se contemplan como el transcurso de toda una vida que ya debe abandonarse porque no es posible la subsistencia en la isla, todo se aglutina y conjuga en un solo cuerpo, la vida en una isla, duración y lugar, las coordenadas de lo propio, y lo que alienta eternidad, porque es nutriente de vida, pero se revela caduco, y lo que parecía ser siempre ya no será. La muerte siempre establecerá su señorío. Pero qué manera más hermosa de plasmar el pálpito y la exuberancia de la vida.
Fragmento de la bella banda sonora de Lambert Williamson.
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