viernes, 21 de noviembre de 2014
Hide and seek
Con las películas de espionaje parece que se cruza al otro lado del espejo. La realidad ya no es la misma, ahora hay códigos que descifrar, apariencias que lograr discernir a que facción o lado pertenecen, porque en la realidad ahora hay lados aunque parezcan el mismo. Un laberinto en el que no sabes si te enfrentas a tu reflejo o a otro. A veces, incluso, las apariencias pertenecen a ambos lados lo cual enmaraña aún más si cabe la realidad. Uno puede ser varios. Las identidades pueden ser variables o plurales. Los pasos ya no son seguros, cualquiera puede ser cualquiera. Lo que parece ya posee una condición abisal, el abismo de la representación y el simulacro. Es un universo con múltiples máscaras en forma de pliegues. La realidad es incierta, y a la vez parece opaca, como un cristal que sigue emborronado por el vaho. Para cruzar las distintas capas, o los diferentes niveles o umbrales de realidad, hay que conocer contraseñas o claves. Con la realidad hay que realizar un ejercicio de semiótica. Es el paraíso de las metáforas. Puede haber códigos de circulación preestablecidos, o ser frutos de la improvisación. No sabes dónde encontraras las señales de tráfico, o cómo serán, o qué indicarán. Las direcciones son imprevisibles Un movimiento de ajedrez puede ser equivalente a una dirección en una calle, en donde una mujer con sólo una toalla puesta te lanza una llave desde la ventana, y dentro te encuentras recibiendo a unos mensajeros que traen unas cajas con champan, y te encuentras, acto seguido, cuando abres la puerta, avasallado por unos recién casados y todos los invitados. Eso le ocurre a Garrett (Ian Carmichael) en 'Hide and seek' (1964), de Cy Endfield, un astrónomo que baja la mirada a tierra para encontrarse en medio de una trama de la que ignora sus componentes y quiénes son unos y otros, o en qué lado están los que le persiguen en un momento u otro.
La realidad juega al escondite (hide and seek). Su escenario de realidad, hasta ahora un pequeño habitáculo, o el que conformaba el recinto universitario, por mucho que mirara el infinito del firmamento, ahora se ha expandido en un desparrame de incógnitas, como si formara parte de un improvisado bing bang. Junto a esa mujer que desconocía, y que se convertirá en cómplice de sus aventuras en tren y barcaza y entre malezas y prados, Maggie (Janet Munro), habitará una variante del universo de las películas de espionaje de Alfred Hitchcock, de '39 escalones' (1935) a 'Con la muerte en los talones' (1959), pasando por 'Alarma en el expreso' (1939) o 'Sabotaje' (1941), películas en movimiento donde los espacios y rituales codificados se alteran y desestabilizan, sea una subasta o una conferencia, como la misma vida de sus protagonistas que se encuentran forcejeando con la realidad entre el ser y el parecer. Endfield opta también por la tonalidad distendida, un contraste con las dos densas y descarnadas obras que rodó antes y después de esta estimable obra, las espléndidas 'Zulú' (1964) y 'Las arenas del Kalahari' (1965), acompasada a un actor como Carmichael que adquirió cierta notoriedad, sobre todo en el género de la comedia, desde mediados de los cincuenta. Incluso, se permite sorprender, en este universo de apariencias movedizas, en su tramo final con otro giro de escenario que modifica la percepción sobre la función de los diversos personajes con los que se encuentra Garrett. Si la realidad muda su aspecto de modo imprevisto, para enfrentarse a ella hay que afinar el arte de la improvisación. Jugar también con las apariencias, esto es, saber jugar al escondite.
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